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Las Tunas.- Nancy Flores González concretó por estos días su donación de sangre 83. Lo hizo con una sonrisa, como quien no carga consigo el mérito de salvar vidas desde que tenía 20 años de edad.

Era entonces una jovencita entusiasta, allá en su natal Holguín. Trabajaba en la fábrica de tabacos y no tuvo reparos en pasar por alto los sustos de la primera vez.

Hace unos pocos días la vi extender el brazo, sin miedos, sabiendo cada detalle del proceso que vendría después. Y también noté que, con la mirada, parecía anticiparse a los doctores. Ya la conocen. Le explican a medias porque en cualquier momento es ella la que les habla de los riesgos, gracias al valor mayúsculo que da la experiencia.

“Ante cada donación siento una felicidad tremenda. Sé que un poquito de sangre puede ayudar al que lo necesita y más en medio de esta enfermedad terrible que está en todo el mundo. Yo aprendí de Fidel a dar lo que tengo, no lo que me sobra. Me siento orgullosa de salvar vidas”.

Actualmente es la secretaria del buró extraterritorial de la Empresa de Tabacos en Las Tunas. Tiene dos hijos, su sangre es de tipo B positiva. Pero todo eso me lo dice muy rápido porque, en medio del diálogo, comienza a hablar de su nieta. Y los ojos le brillan tanto, que no me atrevo a interrumpir.

“Ojalá siga teniendo salud para no detenerme. Lo hago también por ella. Tiene 6 años y está en primer grado. Ya se aprendió los días en que tiene las teleclases y no se desprende del televisor. Da gusto ver las ganas que tiene de aprender, sobre todo, la asignatura de Matemática. Le encanta”. Y la abuela que le habita me cuenta de su orgullo cuando la niña le dice: “vieja”.

Y entonces, la periodista que hay en mí siente también alegría, sí. Satisfacción de una profesión que me permite conocer a gente como Nancy. Parte visceral de un pueblo que salva la vida de los demás, no pide nada y se conforta, hasta el delirio, con el amor de los suyos.