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Las Tunas.- Steve Jobs dijo: “El único modo de hacer un gran trabajo es amar lo que haces”, en franca alusión a la fortuna ilimitada de quien dedica sus días a una labor que le apasiona y no lo siente necesariamente como un trabajo pesado, de esos que se miden, apenas, por horas dedicadas y salario real.

Un poco como el gran magnate norteamericano es el hombre que protagoniza estas líneas. Porque Waldo Bonet Mayedo comienza a hablar de plantas y pierde la noción del tiempo que transcurre, implacable. A él se le descubre en la mirada la pasión por lo que hace y el mundo verde intenso que rodea su vida.

Dice que de niño correteaba en la finca de la familia materna en el poblado de Becerra, cazaba pajaritos y jugaba entre las matas; y en eso pensó, en su gusto por las plantas y la vida, cuando le tocó elegir carrera universitaria para encauzar su profesión y hacerse grande.

“No fui un estudiante muy aplicado, aunque tenía buen índice académico, andaba sobre los 97 puntos, y pude haber elegido muchas especialidades, incluso, de las más codiciadas en esos años, pero me decidí por la Biología en perfil pedagógico, y no me arrepiento”.waldo11

¡Y vaya que tiene motivos para estar orgulloso! Waldo se hizo licenciado en Holguín, se especializó en Taxonomía Vegetal en la Universidad de La Habana, lo que lo convierte en parte del reducido grupo de expertos que estudia a fondo las plantas cubanas y su organización dentro de la gran diversidad que las define, además de ser constante su trabajo como docente y especialista.

Pero no solo eso. Es investigador agregado del Centro de Estudios Ambientales de Holguín, también del grupo de la Flora Cubana, en el que se dedica al complejo mundo de las ciperáceas (como los juncos y familias parecidas a los pastos) e incluye en su palmarés varios cursos de superación, entre ellos parte de un Doctorado en el Jardín Botánico de Nueva York.

Desde hace cinco años es habitual escuchar su voz a través de Radio Victoria, en el programa En casa, un espacio en el que habla del valor de las plantas y el entorno como continuidad del que, durante muchos años, asumiera el ya fallecido profesor Salvador Vargas.

Waldo y yo conversamos largo y tendido en el invernadero que ha concebido en la placa de la casa. Un sitio maravilloso. Algo así como refugio, lugar de trabajo, espacio de experimentación… todo a la vez.

Allí están los semilleros que va creando mientras recolecta miles de plantas en laticas de cerveza y dice: “No nos alcanzarían tres placas completas para sembrar todas las que ya tengo”.

Waldo se especializa en suculentas, pero ya parece que no le alcanza el espacio del patio de la casa para las que son de sombra y necesitan cuidados distintos; y hasta siembra y reproduce para el Jardín Botánico especies cubanas que están en peligro de extinción.

Hablamos de las principales inquietudes con las que se acercan a verlo quienes quieren saber de plantas en Las Tunas. “Las mayores preguntas están relacionadas con el uso medicinal. Quizás por la crisis de medicamentos que hay, pero sí son muchas las expectaciones y el desconocimiento sobre eso. También quieren saber cómo cultivar determinadas plantas, por ejemplo, helechos, begonias, que son muy populares y difíciles de culturar”.

waldo1A Waldo le gusta tomar un té que él mismo prepara a base de cúrcuma y jengibre; “una especie de panacea que es como la sábila, no tiene contraindicaciones y es bueno para muchas cosas.

“Porque en Cuba somos muy de tomar café, creo que no usamos lo suficiente la medicina natural y tradicional. La gente le rehúye a tomar cocimientos, los sabores amargos, los olores fuertes, no tienen buena acogida en el pueblo. Y en las plantas el principio activo siempre es amargo y te lo debes tomar sin endulzar o, hacerlo solo con miel de abeja”.

Escuchándolo aprendo que el té más popular en esta parte del país parece ser el de manzanilla, generalmente para los problemas estomacales. Aunque en este espacio del mundo esa planta no se da mucho y tomamos la manzanilla española o la cubana, que son las que se venden por la calle en mazos, de la misma familia de plantas, sí, pero no igual.

También hay mucho desconocimiento. “Por ejemplo, la gente prepara té de copal para el catarro, pero en muchas ocasiones, lo hacen con un tipo que abunda por acá que no es para eso y hasta posee una toxina que puede ser dañina para el organismo; por suerte en dosis mínimas y no hace gran efecto.

“Pasa igual con una planta que le dicen uña de gato, por sus espinas con forma de garra y la emplean contra determinadas enfermedades; y no es efectiva para eso porque nada tiene que ver con la medicina de uña de gato, que se da en Brasil y es muy buena, incluso, contra el cáncer. Solo se llaman igual”.

Waldo afirma que se está perdiendo el conocimiento sobre la naturaleza; y eso le parece terrible. Me lo dijo entre las plantas florecidas y las que no; cerca de las que siembra en lo que fueron lavaderos de familia o los hermosos ejemplares de asientos de suegra que tanto captaron mi atención.

“Las Tunas es la única provincia cubana que tiene el nombre de una planta. Cuentan que se lo debe a Julián Gamboa, quien era el dueño del hato del que nació todo por acá y que sembraba mucho la opuntia, que es el nombre de ese tipo de cactus, y la gente comenzó a decir: “Voy a la finca de las tunas” y el nombre se nos fue quedando.

“Siempre hemos sido una tierra muy llana, de pocas elevaciones, pertenecemos a la mayor llanura de Cuba. La riqueza acá está en los bosques costeros y, desde la colonia, fueron deforestando estas tierras para pastar ganado. Aquí se criaban caballos que se utilizaron en la conquista de América, dicen que los sacaban por ahí, por Jobabo”.

Waldo quiere que promuevan una campaña grande que diga algo así como: “Aprende el nombre de los animales y las plantas y deja a un lado el de las marcas famosas”. A mí, que lo escucho con sumo respeto, también me encantaría.

“Cuba dispone de un amplio entramado legal para proteger al medio ambiente; y eso, loable, no siempre repercute en la cotidianidad. No alcanza”. Entonces me afirma que cada día son menos los muchachos que reconocen el canto de un pajarito, los hombres que distinguen la caoba de la guásima, las abuelitas que entienden de yerbas sanadoras y, a juicio de él y de otros expertos, el mundo va a la debacle si no potencia su educación ambiental.

Las Tunas, una provincia joven que siempre ha tenido escaso nivel científico en estos temas, ha contado, sin embargo, con empeños sólidos y hombres enfrascados en hacerlos verdad.

Conocer el lenguaje de las plantas y el entramado vivísimo de sus ecosistemas es trascendental para que la obra de yerberos, curanderos, botánicos y el seremil de empeñados en defender la valía de las áreas protegidas, el esplendor de nuestros espacios, no queden en saco vacío.

El olvido de hoy puede quitarle el verde a la vida y robarnos lo mejor del mañana. Por suerte, hay personas como Waldo, entregadas hasta lo indecible, inconformes, diligentes, capaces de regalarnos el ardor de un rato en silencio, entre plantas. Gente así, que ojalá nunca se rindan.

 

 

 

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