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Las Tunas.- Elina Arbas Alemán es pródiga en palabras, su elocuencia se erige arma para defender aquello que le apasiona, la mueve y a lo cual dedica la mayor parte de su tiempo: la salvaguarda de Cuba y de la tranquilidad y el orden ciudadanos. Primera instructora de la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC) en el Ministerio del Interior (Minint), en Las Tunas, tiene el sello de los tribunos, tal vez porque estudió Derecho y ya sabemos que tanto para defender, concordar o adversar, es el decir un arte imprescindible.

Catorce años hace ya que vive envuelta en esta vorágine de sacrificio y deber, a la luz de la cual ha crecido, como sucedió con su paso por el organismo político de la institución, en el Departamento Ideológico. Ese período fecundo fue idóneo para conocer cada una de las fuerzas del Minint y valorar mejor el trabajo de las mujeres y los hombres. Ahora, al frente de las lides juveniles, y cuando ese órgano celebra 60 años de fundado, esta joven, madre soltera, hija y cubana, sopesa lo vivido hasta hoy en un universo que tiene el signo de la historia de las últimas décadas.

elina mint“Llegue mi homenaje a quienes hacen revolución y velan día a día por la tranquilidad ciudadana; cubanos que con desvelo son capaces de venir honrosamente a cumplir una misión que hoy es más compleja, en medio de una pandemia, la crisis global, un bloqueo feroz y una guerra no convencional”, expresa mientras habla de ayudar a que, en este contexto, “lo poco que se tiene alcance para todos” o de que “nuestro trato sea el mejor y que por duros que sean los tiempos no perdamos la sensibilidad”.

Aunque es muy joven, Elina es heredera de una historia que la antecede, en la que actos de heroísmo y resistencia han probado la estatura del Minint, una especie de escudo moral y físico. Por todo ello, dice, el uniforme es un símbolo y hacerle honor implica un desafío de 24 horas que no finaliza siquiera con el descanso doméstico. Sabe ella de los riesgos, de la entrega de sus compañeros, civiles o combatientes; sabe del valor de la paz y, dolorosamente, de la pérdida de uno de sus camaradas en el cumplimiento del deber.

“Me siento apasionada por el trabajo y siento mucha satisfacción con lo que hago; lo veo con pasión, amor y dedicación. Además, pondero la labor de los jóvenes como cantera y vanguardia siempre dispuesta y en la primera línea de combate”. Para ella, el Minint ha sido una escuela que la ha formado como ser humano y profesional.

“Me ha sensibilizado mucho, primero porque mantenemos las conquistas de la Revolución que son, ante todo, conquistas humanas. Asimismo, el estrecho vínculo en el quehacer nos hace una gran familia, es una vocación que nace sin exigencias. También una valora mucho la familia, porque tenemos poco espacio con ella y cuando disfrutamos esos momentos tratamos de dar lo mejor y de que sientan orgullo de los que somos; procuramos ser especiales madres, padres, hijos y esposos.

“El Minint te crea un sentimiento de responsabilidad ante cualquier situación social. Cada combatiente, oficial o civil que pertenece a la institución es parte de la sociedad, de esta Cuba que navega casi siempre con las aguas en contra, donde los apremios pulsan la vida cotidiana y las dificultades imponen constante crecimiento humano. Nos vestimos de héroes y de gloria cada mañana y venimos a cumplir nuestra labor, sin pensar en las limitaciones. Como dijo nuestro Apóstol: 'El verdadero hombre no mira de qué lado se vive mejor sino de qué lado está el deber', y es así que tratamos de asumir cada misión o tarea que se nos encomienda".

Un compromiso elocuente en la respuesta del Minint ante la Covid-19, cuando sin distinción de edades ni grados, se ha visto a sus miembros custodiar, dialogar, impedir que se perturbe el orden… y protagonizar diarios actos de desprendimiento.

Para ellos, lo más importante es que “el pueblo, pese a todas las carencias, duerma tranquilo en su hogar, que no sienta que un enfermo en un hospital o sus hijos en las escuelas corren peligro. Lo fundamental es que sepan que velamos porque las fronteras estén protegidas, cuidadas de invasiones... o de flagelos como las drogas. Para eso estamos, para ser fieles guardianes de la ciudadanía”.

Esa vorágine diaria deja poco espacio para la familia, lo dice, mientras habla de su niño de 4 años, de su madre, del agradecimiento sin fin y de esa aureola de amor que despiertan los seres amados. Tal vez ahí, en la callada certidumbre de que la paz, como el amor, es el principio de todo, resida la fuerza para dejar el hogar y emprender, cada día, el camino del deber.