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Para el trabajo de Naily foto Rey

Las Tunas.- Hermosa y difícil, relajante y estresante, liberadora y fatigosa, un camino de sombras y luces, con días de felicidad y de miedo paralizante… la maternidad es todo a la vez. No hay recetas, fórmulas ni una clave per se para el éxito. Las madres terminamos siendo, dice una colega, matrioskas. Como las famosas muñequitas rusas, nos convertimos en una mujer dentro de otra, dentro de otra, dentro de otra… y así en una larga carrera de fondo en la que primero te otorgan el título y luego debes cursarla, entre el ensayo y el error, entre tropiezos y aprendizajes continuos.

Estructurada sobre tantísimos entendidos sociales acerca de qué es y cómo debe ser, lo cierto es que, puestas frente al hecho de tener un ser vivo en nuestro regazo, hay días de un fuerte sentido de apego y otros en los que, aun con ese sentimiento, dan ganas de salir corriendo. Ha sido y es pesado el fardo que la sociedad les impone a las madres con un ideal que oscila entre “el sacrificio extremo y la supermujer”.

Desde una visión patriarcal, en el primero de estos roles lo que realmente sacrificamos es el sentido propio de la identidad, se deja de ser y de existir, como si fuera el precio que hay que pagar por tener hijos; y en el segundo se pretende que “las mamás trabajen como si no tuvieran descendencia y críen, además, como si no trabajasen”.

En ambas orillas es extrema la descompensación en la distribución de las tareas del hogar y del cuidado de los hijos; hace poco alguien reflexionaba “del esposo de una amiga que se quejaba de tener que ‘hacer de niñera’ de su prole mientras ella se iba a cenar con amigas. ¿Alguna vez una mujer ha ‘hecho de niñera’ de sus propios hijos?”.

Y como criar es un acto de tribu, una labor en colectivo, y para la que resultan esenciales los apoyos, con quien compartir preocupaciones y logros… están los grupos de WhatsApp. En esos espacios que florecieron durante la pandemia de la covid-19, las “mamis” intercambian sobre las vicisitudes del día a día y dialogan del embarazo, depresión posparto, ictericia del bebé recién nacido, lactancia, períodos sensoriales de sus críos, entre otros temas de su interés.

En uno de esos grupos, del que formo parte, se interesan acerca de las neurociencias y la crianza respetuosa, les ocupa entenderse a sí mismas y hacerlo luego con sus hijos, cómo tratarlos en momentos de perreta sin desbordarse ellas emocionalmente, acompañarlos en cada etapa del crecimiento, desarrollar una disciplina positiva, animarlos por la lectura, sostenerlos en instantes de temor y enseñarlos a lidiar con sus emociones…

Rosy escribe de los cuentos que inventa para su beba y de los finales que crean juntas, Yudith de cómo ha aprendido a lidiar con “la casa patas arriba” y el secuestro amigdalino que ello le causa, Angélica de la exposición de su pequeño a otros modelos educativos distintos de los de casa, Susana de la cocrianza entre padres divorciados, Chabela de los límites, los castigos y premios, de la conciliación de los tiempos y las actividades laborales y sociales… están (mos) llenas de dudas. La maternidad es una gran interrogante; de ahí que cada cual echa mano a su experiencia de vida, indaga y crea su propio modelo.

Ellas, por caminos distintos, buscan un mismo objetivo, ser mejores seres humanos y legar a sus retoños un mundo un tilín menos injusto; otorgar a sus hijos la mayor suma de felicidad posible, verlos bien y sanos, que hagan de la bondad ejercicio cotidiano… poseer relaciones más pacíficas, amorosas y equilibradas, emocionalmente hablando.

La maternidad es un viaje a lo ignoto, de principio a fin; es un hermoso y caótico privilegio, un acto de valentía. En el instante mismo del nacimiento no solo llega al mundo la criatura, también lo hace la madre, aventurada a lo desconocido, pedagoga del querer, de corazón a corazón.