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amancio ensenanza historiaLas Tunas.- Hace unos días, mi niño llevó a casa una actividad extradocente. Traía en el bolsillo de su camisa un papelito en el que estaba escrito “24 de febrero, reinicio de las luchas independentistas”. Enseguida asumí que debía memorizar la efeméride, sobre todo, por la cercanía de la fecha, e ipso facto recordé las tantas veces que me tocó retar a la memoria sin ni siquiera entender el significado de lo que estaba atrapado en las letras.

Actualmente la novela cubana Entrega se adentra en el tema de la enseñanza de la Historia. A retazos nos llega el esquematismo que prima en el sistema docente cubano, la falta de creatividad y la manera de mostrar el devenir de un país cuyas estirpes han protagonizado gestas gloriosas, como una consecución de fechas, o resúmenes que dejan fuera el alma de los procesos.

El papelito de mi niño que solo cursa el primer grado, me devolvió otra vez a la saga de los pupitres, con la mirada absorta en la pizarra e incluso, medio adormecida por el tedio, convencida de que con memorizar la guía de preguntas bastaría para enfrentarme al examen, porque de eso se trataba, de sacar buenas notas.

Pero me temo que esta materia en particular no puede impartirse solo para pasar de un año lectivo a otro. Una fría clase no puede apasionar, enfurecer o legar enseñanzas y “pobre de aquellos que no conozcan la historia de sus raíces”, de la tierra sobre la que caminan, de la ciudad que en el caso de la nuestra ardió tres veces a manos de sus hijos ante la posibilidad de aceptar imposiciones.

A causa de los procesos anteriores el ser social está dotado de cierta “irritabilidad”, o sea, tiene una capacidad rápida de reaccionar ante lo que puede hacerle daño, recuerda los hechos pasados para saber quién es, a dónde no puede volver; a dónde, simplemente, no quiere regresar.

Para ser justa tuve grandes profesores de Historia: Madelaine en el Ipvce, Luis en la Universidad. Las lecciones suyas se quedaron en algún lugar impreciso de mi memoria, pero sé que están ahí porque no he olvidado que las clases me emocionaban, me hacían pensar que en el siglo pasado tal vez yo hubiese pertenecido al Directorio Revolucionario, y me hacían cuestionarme también qué hubiera hecho Mella en los días actuales.



Por otro lado, tuve muchos intrascendentes, fruto de programas y cursos acelerados, casi de mi misma edad (aunque sabemos que eso no es necesariamente una limitante), o que se paraban frente al aula por la necesidad de un salario, más ellos mismos no estaban convencidos de lo que intentaban enseñar, no entendían la asignatura más allá de sus rígidos cronogramas, no la sentían en el pecho. 

Es consabido que los jóvenes siempre se parecen más a su tiempo que a sus antecesores. Y estos son momentos agitados, de videojuegos, de cine en 4D, de Internet y redes sociales, del mundo al alcance de cualquier mano. Es indispensable que no se trastoque la enseñanza de la Historia, pero, por supuesto, matizada de actualidad, de la mano de lo práctico, lo creativo, lo novedoso y lo apasionante.

Ya sé que no debe ser sencillo, incluso, corro el riesgo de que alguien me increpe con aquello de “zapatero, a tus zapatos…”. Pero me temo que cuando una tiene un niño que apenas desnuda la punta del iceberg del proceso docente actual, no puede evitar estar alerta y sentirse juez y parte, y sobre todo, no puede cansarse de soñar con que la Historia, esa “intocada”, regrese a su hogar con los ímpetus y la efervescencia que merece.