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Las Tunas.- En la pantalla de la pulcra y semidesierta sala de la Asamblea General de las Naciones Unidas, por culpa de la pandemia, se proyectó el resultado de la votación de la resolución presentada por Cuba, condenatoria del bloqueo económico al que por más de seis décadas la ha sometido Estados Unidos: 184 a favor, dos en contra y tres abstenciones. Se esfumaba así la oportunidad de que la actual Administración estadounidense demostrara que eran ciertas sus afirmaciones de revertir la política de su predecesora con respecto a la Mayor de las Antillas. Justo en el instante en el cual su representante ante el foro internacional apretó el botón quedó claro que, al menos por el momento, Joe Biden quiere dejar las cosas como están, o más bien, empeorarlas.

biden idem trumpNo se necesita siquiera citar lo dicho por el canciller cubano Bruno Rodríguez cuando, en la presentación oficial del texto, recordó que el discurso electoral del veterano político nacido en el estado de Pensilvania hasta el momento era solo eso: palabras. Basta con referir lo que opinaron 24 horas después un grupo de organizaciones académicas no gubernamentales y de cabildeo de EE.UU. y otros países sobre el modo en que esa nación justificó su reticencia a distanciarse de una postura no solo fracasada, sino también violatoria de todos los principios de la convivencia entre los Estados.

“Esta es una desviación angustiosa del compromiso del entonces candidato Joe Biden de revertir las políticas fallidas de Trump que infligieron daño a los cubanos y sus familias”, enfatizó el texto firmado por el Centro para la Democracia en las Américas (CDA), el Cuban Americans for Engagement (CAFE), la Oficina en Washington para América Latina (WOLA), la revista Medicc Review y la organización internacional Oxfam.

 “Las sanciones de EE.UU., advirtieron, perjudican principalmente a las mujeres cubanas y obstruyen la capacidad de Cuba para controlar el Covid-19 y acelerar la vacunación masiva.

“Tratar de provocar el hambre, especialmente durante una pandemia, es injusto e inmoral”, sentenciaron.

Era de esperarse que algo así ocurriera, pues la Casa Blanca parece presa de sus propios temores y compromisos preelectorales, y no precisamente los que hiciera con sus votantes, sino con esos que están en las oficinas del Capitolio. Nada hasta este 23 de junio presagiaba que en Washington tuvieran la intención de enviar un mensaje diferente al actual. Apenas colocar a un insulso “bateador emergente” y no a la representante titular Linda Thomas-Greenfield nos indica que la cuestión cubana sigue en esta especie de criogenia desde la era Trump y que hace las delicias de la industria del mal asentada en el sur de la Florida.

A todas luces, Biden no quiere molestar, sobre todo, al senador demócrata Bob Menéndez, quien estaría vigilándolo bien de cerca y aprovechándose de su puesto clave dentro de los comités congresionales para asegurarse que, con respecto a La Habana, el rumbo de las acciones siga en el modo actual de “piloto automático”, a cambio de su ayuda para avanzar en asuntos internos mucho más prioritarios para el Ejecutivo.

Hacerlo, sin embargo, advertía hace poco el politólogo cubano Jesús Arboleya, “conlleva traicionar a otros grupos del partido que apoyaron a Biden, entre otras cosas, en el entendido de que modificaría la política hacia Cuba, tal y como dijo durante la campaña electoral. Alrededor de 500 activistas demócratas se lo acaban de recordar mediante carta pública, igual hicieron 80 congresistas y ya se aprecian otras iniciativas legales y políticas”.

Entonces un voto de abstención que aparentaría no cambiar nada, sí habría dado a entender que existe el propósito de regresar al camino de la negociación y el respeto. Desgraciadamente, la Administración demócrata ha preferido seguir con el rostro del ridículo, de la insensatez, incluso, desde la óptica del pragmatismo estadounidense. Peor aún, continúa en la senda de perpetrar el crimen de castigar a todo un pueblo, cuyo único deseo es seguir siendo libre.