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contaminacion sonora caricatura

Las Tunas.- Los acordes todavía alcanzan a llegar al dormitorio cuando la madrugada se escurre, a pesar de que se reproduce varias cuadras lejos de la casa; tiene como cómplice la calma de la noche y la pasividad extrema de la vida cultural en esta comarca.

Sigue la música, si es que se puede llamar así al ruido trepidante (tun-tun-tun) y las letras vulgares que rezan al viento frases como: "Tus puntos débiles yo los conozco/ te lambo el cuello/ te beso el toto…". 

¿Quién permite?, te preguntas ya desde el sofá porque el calor, el apagón y los mosquitos te vuelven un poco filósofo. ¿Será que nadie escucha esas asquerosidades amplificadas en todas direcciones?, ¿quién vigila los megawatts de corriente que gastan?, ¿nadie controla la orgía sonora en la que se han transformado algunas esquinas de manera casi habitual?
Y entonces, siempre en el calor del contexto, recuerdas.

Te viene a la mente la rabia reciente de un amigo porque la algarabía tan alta a las 11:00 pm, un martes cualquiera, no dejó dormir a su hijo de 11 meses de nacido; o la ira ilimitada de los vecinos de un edificio ante la fiesta de 15 años que duró tres días, con sus tres noches y sus tres madrugadas completas a ritmo de bachata y reguetones ardientes.

También está en la memoria la conversación reciente con Zenia Ross, programadora de la Dirección Provincial de Cultura. La directiva, tan lastimada por esta situación como el que más, aclaró que quienes lucen sus discotecas en espacios públicos, con temas obscenos hasta la madrugada, no pertenecen al sector cultural tunero.

"Son personas naturales, nuevos actores económicos, que alquilan al Gobierno determinados espacios para vender sus productos y utilizan la música como gancho para comercializar, la mayoría de las veces cerveza y otros tipos de bebidas, además de confituras y alimentos ligeros en general.

"Nosotros tenemos un cuerpo de inspectores para eso. Ellos son los que se acercan hasta estas personas porque es su trabajo; pero han llegado a decirles que como pagan por ese lugar, ponen la música que les parece. Así de sencillo".

Algo similar contó recientemente Niliam Rodríguez Escobar, directora acá del Centro Comercializador de la Música y los Espectáculos. "Es una falta de respeto el tipo de letras que divulgan, los horarios que emplean, el volumen al que la ponen; es una situación que pasa, sobre todo, en el municipio cabecera.

"Esas discotecas están creadas para tener música de ambientación y hemos vivido experiencias muy desagradables; como, por ejemplo, el pasado Primero de Mayo, con una carpa de esas difundiendo a todo volumen frente a una agrupación nuestra, que apenas se escuchaba por tamaño escándalo". 

La rabia contenida en los argumentos de ambas mujeres (quienes, por cierto, ojalá pertenezcan a otro circuito) dice mucho de cuánto falta por hacer y del apoyo que requieren las instituciones que ellas representan ante este sensible particular.

Pero no son los únicos ejemplos tristes de tal situación. El problema se padeció, igualmente, mientras transcurría aquí la Feria de Invierno y hasta el pasado 19 de mayo. Ese día, mientras en la Plaza Cultural se recordaba el aniversario 128 de la muerte de José Martí, en el Estadio Chiquito se "perreaba" al estilo Bad Bunny, sin medias tintas.

Sí, falta mucho camino para decir que estamos, como sociedad, en la senda que permite cumplir la tan llevada y traída política musical cubana. Pero ese tema, marcado por tantas aristas cruciales, tiene en este particular una encrucijada que trasciende al entramado cultural y requiere, de manera urgente, control y disciplina.

Ojalá sea así y, al calor de la noche, en medio de un apagón, esta reportera pueda dejar de hacerse la triste y sempiterna pregunta: en Las Tunas, ¿quién permite?