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escultura comandant rey

Las Tunas.- El pasado 3 de diciembre, el artista de la plástica Ángel Luis Velázquez Guerra (Puchy), autor de la escultura a tamaño natural de Alberto Álvarez Jaramillo, el Comandante tunero, que luce el portal de la tienda del Fondo de Bienes Culturales en esta ciudad, publicaba en su perfil de Facebook: “A pocos días de inaugurada la escultura, alguien a propósito le dio un golpe entre su mano y el bastón. Personas así deben ser sancionadas por la Ley, también tenemos que ponerle iluminación; y venga de donde venga (sin preocupación), no es un problema restaurarla”.

Por supuesto que tal escrito, inmediatamente comentado por unos cuantos lugareños, despertó criterios de todo calibre; aunque, vale decir, la mayoría de ellos versaban sobre la indolencia ciudadana y la necesidad de proteger el entorno y tomar medidas severas con quienes ultrajan el arte que exhiben nuestros lugares.
escultura comandante puchyQuien conoce los tantos obstáculos para el emplazamiento de la obra y el desvelo colosal de su creador para concretarla (un empeño, por cierto, en el que le dieron la mano buenos tuneros como el recientemente fallecido historiador de la ciudad, Víctor Marrero), sabe el dolor mayúsculo de Puchy ante el suceso.

El que ha visto a tantos tuneros desde muchas latitudes añorando el momento de posar para la foto al lado de un personaje tan singular, y ha disfrutado el alborozo de quienes ya lo han hecho, entiende la rabia contenida en el mensaje. ¿Por qué cuesta tanto que la gente respete el arte citadino en Las Tunas? No se engañe, entrañable lector, no es este el primer ejemplo de indolencia que se padece y tampoco es la imagen del querido caminante la única lastimada.

Lo saben muy bien nuestras esculturas más icónicas, las esquinas más oscuras de la Plaza Cultural, las noches silenciosas del parque Armando Mestre, los olores fétidos rondando la parroquia de San Jerónimo y los daños terribles a piezas aún por emplazar, por este o aquel motivo.

Por supuesto, no todo puede quedar en la “apuesta al buen comportamiento”. Es evidente que el control exige más: ¿quiénes cuidan esos sitios en la madrugada?, ¿ellos y sus superiores saben verdaderamente el valor de su trabajo y el impacto real que tiene en la cultura de esta pequeña urbe?, ¿cuántas multas se imponen anualmente en Las Tunas por ese motivo?

Líneas aparte para la urgencia de restaurar, conservar y preservar, aunque todo tenga una relación directa con el cuidado y la responsabilidad colectiva. Más de una permanece olvidada, marcada por el polvo y, a juicio de algunos habitantes con los que ha conversado 26, “solo se atienden cuando hace falta”; algo así como el “de Santa Bárbara se acuerdan cuando truena” que nos soltó un vecino, muy cerca de la Fuente de las Antillas.

Ese, el colosal conjunto escultórico de Rita Longa otra vez está sin agua, descuidado, expuesto al sol intenso de Cuba; a pesar de que en varias ocasiones los directivos de Comunales han manifestado a los residentes circundantes y la opinión pública que sí, “ahora sí la solución se encontró de manera definitiva”.

Son muchas las aristas de este dilema y los ejemplos concretos a lo largo y ancho de este terruño. Las soluciones dependen, en primer lugar, de la conciencia de cada cual para cuidar, por supuesto; pero igualmente de un hacer que exige responsables directos y medidas concretas, sin excusas.

Ojalá y así, con nombres y apellidos para salvaguardar, nazca el proyecto precioso que, de la mano de la comunidad del México, están organizando artistas locales liderados por Nover Olano en la emblemática Plaza de los Recuerdos, un espacio en el que los hijos de estos lares hemos cantado mariachi, tomado cerveza en carnavales y bailado de lo lindo en días de fiesta. Un sitio que merece que hagamos por él, sí; pero también que lo preservemos al paso de los años para que renovación y cultura sean una verdad incuestionable.

Algo que esperamos alcance al Comandante tunero, por el bien de la historia local, nuestras tradiciones y pensando en los muchos que, como yo, no han tenido tiempo de hacerse la foto al pasar, un día cualquiera.