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Las Tunas.- Con Julio César Pérez Viera, uno de los que forjaron las primeras páginas del periódico 26, comenzamos este mes de celebraciones por nuestro aniversario 45. Siga nuestras plataformas digitales y las próximas ediciones del semanario para que conozca, en la voz de algunos de sus protagonistas, la historia de la prensa escrita tunera.

Valía lo mismo la guardarraya anegada en polvo, con las molestas piedrecitas obligando a zigzaguear entre la cautela y el sol, atizado en el lado derecho del rostro, que los resquicios de fango en los alrededores de Chaparra. Cualquier escenario parecía prácticamente “inviable” para el periodista que germinaba desde Cascarero; pero no había fuerza capaz de dejarlo vestido cuando se cerraba el penúltimo botón de la camisa impecable que lo resguarda aún, 50 años después.

Julio CésarEra un espectáculo de lujo. Cuenta que se auxilió del abuelo para que le habilitara una carretilla donde trasladar la grabadora Tesla, un “armatoste” difícil de mover, y con ella transmitir cualquier acto o actividad cultural de aquellos parajes. Remolcaba el “andamiaje” detrás de la bicicleta y fueron muchas las veces que ante la multitud reunida el equipo se desentonaba y no había modo de hacerlo grabar.

Preguntar por Julio César Pérez Viera, entonces, llevaba a una oficina aclimatada, cual emisora comunitaria, en Chaparra, por la que se transmitía cada día de 6:00 a 6:30 pm el acontecer de toda esa zona rural. Por Radio Libertad se difundían los debates en los que siempre colaba su tono distintivo: la crítica, y rememora que aquella media hora tuvo tanta trascendencia que “no hubo nadie más popular a lo largo y ancho de los cañaverales en flor”.

Con su pizca jaranera, confiesa que una noche cualquiera de 1972 su hermano Luis le preguntó si estaba interesado en un curso para ejercer de periodista que comenzarían a impartir. Él, agitado por ayudar a sus abuelos, dijo que sí y rayando el alba fue a ver a Juventino, quien históricamente distribuía la prensa en la región Menéndez y solicitó el puesto de ayudante, pero el hombre le aseguró que allí no hacía falta nadie.

Luego supo que su relación con el periodismo sería un tanto más íntima. ¡El curso iba en serio! Agarró la maleta de madera, echó algunas ropitas y vino hacia Las Tunas a hacerse reportero. Rossano Zamora Paadín dictó los primeros apuntes de su discreta libretita. Al mes regresó a Chaparra como jefe del Centro de Información y un poco después llegó la “Tesla” a su vida.

                                                                    DE LOS ALBORES DE 26

“Por aquella época Freddy Pérez Pérez era corresponsal voluntario en Delicias. Cada día aprendíamos algo nuevo y se reportaba desde los montes. En ese contexto nació El Cañazo, un boletín de corte crítico en el que se rendía cuentas sobre el estado de la molienda, la siembra, el corte de caña. No se escapaba nadie… Esa ha sido mi mejor etapa de periodista, sin serlo…”.

En 1978 armaron un equipo de reporteros y lo concentraron en la actual Agencia Cubana de Noticias. En ese reto descansaban los albores del primer periódico que nació con el nombre de  26, siempre es.
“Me parece estar viendo la máquina en la que se editaba el diario: un cacharrote que nadie sabía de dónde había salido. Nos atrincheraron como en una escuela al campo en el hotelito de Víctor, un inmueble ubicado en la actual carnicería especializada, y a trabajar se ha dicho, porque aquellas hojas tenían que llenarse todos los días.

“Constituyó una etapa linda, de motivaciones y deseos de aprender. Hacer el periódico era una proeza que se lograba letra a letra. Ese nacimiento fue de las inspiraciones más grandes que tuve en la juventud. Después llegó el linotipo y el proceso era, incluso, más lindo. Recuerdo que todos los muchachones esperábamos en la calle Colón hasta medianoche para tener la edición impresa de primera mano y disfrutar el olor de los ejemplares.

“Con los años, el grupo se volvió familia y no me canso de decirlo, fue el colectivo en el que mejor me he sentido. Los nombres se volvieron imprescindibles: Justo Vega, Roberto Escobar, que era un muchachito cuando entró a trabajar con gran modestia, sencillez y una lealtad hacia los amigos que no ha cambiado nunca.
“Nos veo todavía ahí, en el nuevo local que era la actual emisora Radio Victoria. Las ocurrencias de Oscar Góngora (el brujo), nacieron allí para amenizar la faena. El colectivo era una ‘escopeta’: estaba Roberto Doval, Freddy Pérez, José Infante, Juan Soto y Nelson Marrero, quien se desempeñaba como subdirector y fue el profesor de todos nosotros.

“Zamora Paadín, ejercía de jefe de Información y nos daba con el ‘cinto’ cuando metíamos la pata. A mí me extendía tremendas zurras por los leads, el orden de prominencia, los párrafos muy grandes, pero después, por la tarde, me abrazaba y todo estaba bien”.

Por más que lo envuelva en bromas, Julio rememora que recibió una preparación rigurosa y mucha ayuda de los colegas más avezados. A la par se formó en la Universidad de Santiago de Cuba y agarró la confianza para sobrevolar los horizontes de sus sectores que eran el Ministerio del Interior, los Comités de Defensa de la Revolución y otras organizaciones políticas y de masas.

                                                                        “SI VAMOS A DECIRLO QUE SEA COMO ES”

“Recuerdo mi primer regaño grande, que me llevó hasta una amonestación pública. Juan Emilio Batista Cruz, al frente de la Sección Deportiva, había salido de misión y cayó sobre mí la responsabilidad de llenar cada día más de media página. Aquello era tremendo y no había descanso.

“Yo siempre andaba corriendo. Esa jornada, José Gómez, boxeador ‘colombiano’, ganó el Campeonato Mundial de Boxeo y era un acontecimiento relevante. Andaba apurado y le dije a Miriam, la archivera, que me hiciera el favor y buscara un cliché (especie de plantilla en la que se imprimían las fotos sobre metal) de algún ‘prieto’, porque al final la impresión del periódico era muy mala y las fotos casi invariablemente se veían como un manchón, sin distinguir rostros.

“Escribí una nota decorosa y al otro día salió publicado mi reconocimiento al campeón de boxeo acompañado de una foto de Domingo Urrutia, Héroe Nacional del Trabajo, cortando caña y con una impresión tan clara que se podían distinguir hasta los dientes. José Infante Reyes, el director, me quería matar, y no era para menos”.

“Después Juan Emilio regresó y yo volví a lo mío. No se me olvida el acto político en Puerto Padre, que tuve que cubrir. Desde ese tiempo 26 andaba sin carro y tuve que ir en lo que cogiera. Llegué temprano en la mañana, pero la bronca fue para virar. Ningún dirigente me quiso traer y vine a aparecerme a las 8:00 pm al Periódico.

“Querían regañarme, pero ni modo. Quiso la suerte que Faure Chomón, secretario del Partido en ese entonces, fuera a revisar la impresión y allí le conté lo sucedido. Se comprometió a que tendría una respuesta y sí, a partir de ese día se consideró más a los reporteros, respeto que nos merecíamos. Desde el saludo, la merienda y almorzábamos juntos, sin distinciones.

“Confieso que sentía predilección por los trabajos críticos y por eso me busqué muchos problemas. Me llevaban todas las semanas al Partido para un análisis y la verdad cuando no me mandaban a buscar yo me sentía mal. Tuve líos legendarios, como el originado por un reportaje en la Empresa de Mantenimiento Constructivo, en Puerto Padre. Demostré que se habían pagado obras que nunca se construyeron.

“De ahí aprendí que siempre hay que dejar un 30 por ciento de la investigación, lo más problemático, para cuanto te llamen a contar. Recuerdo que ese material tuvo réplica y yo rematé con una contrarréplica potente, porque me había preparado para eso. Un periodista debe ser ante todo un investigador y no puede tener miedo.
“Después escribí 'Ya comenzaron mal', otro reportaje sobre la construcción del mercado La Blanquita encima de un arroyuelo, tengo la satisfacción de que se corrigió el proyecto. Un directivo del sector me bautizó con el nombre de ‘lengua de taladro’ y aquello me supo a elogio, aunque él fue sancionado por falta de respeto.

“Me gané de golpe la popularidad, aunque no la buscara. Los mejores trabajos que hice salieron de los comentarios de la gente común que me paraba en la calle y me contaban sus problemas. Debo aclarar que para ellos escribía. Mis mayores críticos y los dos primeros correctores a los que les daba a leer mis propuestas eran Robertina, la auxiliar de limpieza y Luisito, el chofer”.

No en vano mereció convertirse en corresponsal del periódico Granma, responsabilidad que asumió con las mismas ganas de contar historias con las que continuó escribiendo para su diario local.julio cesar periodista rey 1

          TRAS LOS UMBRALES DE LA RADIO

“Llegué a la emisora casi obligado. Siempre he tenido mis responsabilidades con la Unión de Jóvenes Comunistas y luego con el Partido. En pleno Período Especial me convocaron a apoyar la ampliación de la programación de 24 horas de Radio Victoria y dije que sí. Había que dar el paso al frente, pues la militancia tenía su peso. Me fui con Miguelito, Rosita Velázquez y Wálner Ortega. Claro que la emisora termina enamorando a cualquiera.

“Aprendí mucho, como en mi primera escuela en Radio Libertad. Incluso, me desempeñé de jefe de Información y vi formarse, crecer y hacer historia a gente talentosa.

“A Radio Progreso llegué por iniciativa propia. Un día coincidí con Misael Enamorado, secretario del Partido en la provincia, le propuse crear la corresponsalía y me dio carta abierta. Allá fui a negociar con Andrés Mazorra. No existía la plaza y la crearon. Desde aquellas fechas han pasado 25 años.

“Soy fundador de las corresponsalías, con todo el tiempo, el afecto y compromiso que eso conlleva. Te cuento que me jubilé en diciembre del 2021 y unos meses después la directora de Progreso me convidó a regresar y volví. Queda mucho por decir…”.

             ENTRE EL PERIODISMO, LA VIDA

Es el más pequeño de cinco hermanos y fue el consentido de sus abuelos, con quienes vivió desde chico. Asegura que de su abuela (Mamita) debe haber aprendido Fidel Castro la frase “aquí no se da limosna, se comparte”. Recibió formación como maestro primario, porque no pudo evadir el llamado de la Patria. Trabajó gratis, un año, y cuando cumplió los 18 años de edad recibió la paga de manera retroactiva. El salario era de 86.00 pesos mensuales.

Dice que con el Periodismo el amor fue a primera vista. Bromea sobre su talla pequeña, la misma estatura con la que gusta encararse... Y se transmite de generación en generación la “leyenda” de que defendió al sector cuando un alto dirigente del país preguntó de manera peyorativa y reiterada qué producía la prensa.

Se vanagloria de haber entrevistado tres veces a Fidel Castro Ruz. Deshojo una recopilación de los premios de su vida, internacionales, nacionales y provinciales y estoy segura de que no podría enumerarlos. Destaco: El Micrófono de la Radio, Periodista de Mérito y el Premio por la Obra de la Vida.

Pero la voz se le entona cuando habla de los suyos, y el orgullo por sus seis hijos es casi tangible. En su tropa no faltan médicos, tecnólogos, ama de casa, militares ni ajedrecistas. Tampoco la mirada limpia de su esposa, las risas de las nietas o el desespero de sus perritos.

Va por las calles sin prisas porque allí, en cada acera, está el tema del comentario de la tarde. Cierto colega lo elogió alguna vez por aquello de sortear los obstáculos siendo el hijo de un carbonero, pero Cascarero continúa estando en los ojos de Julio, también su grabadora Tesla y las hojas en blanco de 26. Se ha agigantado en las “tallas”, y tanto, que es difícil descifrar si el Periodismo eclipsó su existencia, o acaso enrumbó la vida cuando se hizo reportero.

 

 

 

 

 

 

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