Pedraplen del Cayo terminado

Las Tunas.- En los tiempos en que las aguas cubanas estaban infectadas de piratas, uno de aquellos forajidos de pata de palo, argolla y parche en un ojo plantó campamento en un islote cercano a Puerto Padre. Durante años, él y su gente fueron los únicos habitantes del paraje. El filibustero, a todas luces de origen español, tenía por nombre Juan Claro. Así que, a falta de otro mejor, la gente de la línea costera se dio en llamar cayo Juan Claro al inhóspito segmento de tierra.

Se ignora hasta cuándo permaneció allí el bucanero, al acecho quizás de algún desprevenido galeón repleto de oro y plata con destino a la Madre Patria. Sí está probado que a inicios del siglo XX, Mario García Menocal, un ingeniero graduado en la Universidad de Cornell, quien había sido mayor general del Ejército Libertador y luego llegó a ser presidente de la República, llegó a la zona fichado por una empresa norteamericana en calidad de administrador.

Menocal descubrió en el isleño litoral las condiciones ideales para construir un puerto por donde exportar la producción azucarera de los novísimos centrales Chaparra y Delicias hacia la gran nación del norte. La primera urgencia consistió en establecer alguna conexión entre la costa y el cayo. Para eso pensaron en una vía férrea. Pusieron manos a la obra en una franja de casi dos kilómetros de longitud, en un sector poco profundo de la bahía de Puerto Padre.

Luego de rellenarla, se empotraron horcones en su lecho y los aseguraron con tablones en forma de crucetas y con un recubrimiento de piedras. Sobre la estructura se tendieron los rieles. Los trabajadores procedían de Cascarero, zona costera próxima al cayo, hasta entonces, puerto por donde se embarcaba el azúcar. Sus familias devinieron fundadoras de la comunidad y las primeras en dinamizar su entorno en medio de los resoplidos de las locomotoras de vapor y de los pitazos de los barcos que pedían autorización para arrimarse al muelle.

Pedraplén Cayo Juan ClaroAntes de 1959, la mayoría de los navíos que atracaban eran norteamericanos. En los años 40, algunos venían hasta con cañones, para defenderse en caso de un ataque alemán. Cuando sus tripulaciones bajaban a tierra, se emborrachaban, acosaban a las mujeres, compraban y se negaban a pagar, disparaban al aire, tiraban algunas monedas al suelo para que los niños nos fajáramos por cogerlas... Al vernos disputándonoslas, se reían a carcajadas. Y todo con una impunidad absoluta. El que tocara a uno de ellos, iba directo para el calabozo.

La pobreza de los habitantes del cayo era atroz. En el puerto y en los almacenes de azúcar abundaban los “caballos”. Así les decían a quienes trabajaban para el dueño de una plaza para que este, cuando cobrara su salario, y sin haber doblado el lomo en los muelles, les diera unos pocos pesos. En esa triste situación estaban inmigrantes barbadenses, haitianos, españoles, holandeses, jamaicanos… A casi todos los trajo la compañía americana como mano de obra barata. Vivían en cuarterías, se cocinaban sus caldos y dormían en hamacas de saco.

La construcción del pedraplén que corre paralelo a la vía férrea original data de 1960, ya con la Revolución en el poder, y movilizó a todos los vecinos, incluyendo mujeres y niños. La vía tiene 5,5 metros de ancho y mil 600 de largo. Su curso no afecta el ecosistema de la zona. Por su connotación, figura en la lista de las siete maravillas de la ingeniería civil tunera. Fue el primero de su tipo en Cuba.

El 20 de enero de 1978, el Comandante en Jefe Fidel Castro inauguró en el islote la Terminal de Azúcar a Granel de puerto Carúpano, una de las más eficientes del país, llamada así en honor a una rada venezolana del mismo nombre, donde el 4 de mayo de 1962 se produjo una rebelión militar contra el gobierno del presidente Rómulo Betancourt. Los habitantes de Cayo Juan Claro honran ese nombre.

 

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