Imprimir
Visto: 2316

elaine maestra

Las Tunas- Con paciencia de escultora, Elaine Hechavarría Ortega ha enseñado a leer y a escribir a generaciones de tuneros. Cuatro décadas de magisterio le permitieron tallar una obra de amor que ahora, desde la tranquilidad del hogar, valora con la sabiduría y la meditación propias de los años.


Desde muy jovencita soñó con la profesión, quiso ser Makarenko, más prejuicios de la familia lo imposibilitaron; pero prevaleció su decisión y nada pudo impedir que ante una convocatoria para maestros voluntarios adelantara, para poder entrar, algunos meses al almanaque. Con 16 años se fue a una escuelita rural, recorrió largas distancias, unas veces a caballo, otras a pie; compartió la vivienda de los campesinos y se ganó el respeto entre aquellos que aún desde el pupitre le superaban en primaveras. En medio del campo cubano, que se quitaba todavía en esos años la pobreza de siglos, compartió aquello que ella había aprendido a pesar de no haber contado con el privilegio de un lápiz, una cartilla…una escuela.

"Me sentía feliz de enseñar y ellos de aprender", sintetiza al volver a aquellos años que rememora con cariño. En esa etapa, Elaine se probó a sí misma cuánto era capaz de lograr y hasta alcanzar la licenciatura no detuvo el estudio incesante que abonaba con la humildad necesaria para aceptar, siempre, un consejo o una asistencia.

"Como me gustaba tanto seguí echándole muchas ganas. Además, la gente siempre me ayudó, con los años hasta de los jóvenes tomé experiencias, porque constantemente se aprende algo", reflexiona al recordar la sugerencia de una novel profesora de Matemática acerca del método para impartir las lecciones de esa asignatura.

“La escuché -recuerda- ¡y de verdad que me fue mejor!".

Prefiere, dice, enseñar a los niños de primer a cuarto grados. Reconoce que con "los Moncadistas" no es fácil, pero de a poco ellos aprenden a diferenciar las vocales de las consonantes, a conjugarlas para formar sílabas, a sumarlas para convertirlas en palabras, y luego a crear oraciones. Todo un universo de saberes.

"Cuando veo que empiezan a leer, escribir o a calcular me siento feliz, feliz. Es un regocijo muy grande. Requiere mucha paciencia, pero a los niños solo hay que comprenderlos y escucharlos. Gozo de todos, pero los más pequeños me seducen, ¡son tan cariñosos! El amor no solo es del maestro hacia ellos sino de ellos hacia nosotros, porque siempre están esperando a una; unos llevan una flor, otros un caramelo, otros nada; pero llevan amor en su corazón. Los niños te esperan como algo grande y en realidad lo somos, porque les enseñamos".

Escenas como esas que pinta, secuestraron su atención, una vez más, tras la jubilación. No se pudo resistir, dice, a la solicitud de varias madres a las que solo alcanzó a decir: "Si me siento bien con la tiza en la mano otra vez, sigo". Y siguió, y hubiese continuado si asuntos familiares no hubiesen reclamado esfuerzos y amor para los de casa.

Con los años ha visto a muchos de sus alumnos crecerse en cualquier esfera de la vida. "Me encuentro abogados, médicos, obreros… que fueron mis alumnos. A veces no los recuerdo ¡porque son tantos!, mas basta una mención y la memoria regresa y hasta me llega alguna anécdota".

Encuentros de este tipo le confirman una satisfacción íntima que al día de hoy la sigue impulsando: al educador no debe faltarle el amor hacia la niñez, la juventud y la Pedagogía. "Tampoco la calma necesaria para enseñarles y la consagración para dedicarles más tiempo y ayudarles ante los contratiempos" -insiste. "Le digo, cuando pregunto, responden bien y veo que aprendieron algo nuevo, soy una persona feliz, una maestra feliz", concluye ella, que tiene el raro privilegio de modelar seres humanos con el ejemplo y el conocimiento como herramientas.

¡Cuántos se habrán empinado en la vida tras esos primeros conocimientos iluminados por Elaine Hechavarría en alguna escuelita de Las Tunas! Hermosa, útil y noble la labor del magisterio, grandes quienes la interpretan.