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Las Tunas.- Luis Ramiro Segura García se convirtió, en julio de 1976, en el primer graduado de licenciatura en Periodismo del curso regular diurno, en la Universidad de Oriente, que llegó a la futura provincia de Las Tunas. Ha llovido bastante desde esos días y, por fortuna, su sonrisa campechana y los ojos de águila que han visto el paso del tiempo desde una Redacción de prensa cuentan la historia para nosotros.

Porque ahora parece que sí, de verdad se jubila el Jefe, convertido desde hace mucho en el director que por más años ha liderado a un periódico en Cuba, nada menos que 34 abriles. Y una siente que con él se va buena parte de lo que ha sido el periodismo revolucionario por estos lares, además de una especie de horcón, de punto centro al que volver ante cualquier curva del camino.

“Cuando comencé me ubicaron en la Agencia de Información Nacional, pero como ahí no era necesario, me mandaron para Radio Victoria. Éramos cuatro los periodistas que estábamos allí, para todo lo que hacía falta: Florencio Lugones, Luis Manuel Quesada, Agustín Rojas y yo.

“La primera misión importante que me dieron fue cubrir la inauguración de la Terminal de Azúcar de puerto Carúpano, junto a Fidel. Para allá me fui con una grabadora Tesla enorme y cuando regresé de la cobertura, muy orgulloso, creyendo que me había comido el mundo, resulta que los audios eran inentendibles. Y es que, como se habían cambiado las pilas de la ‘Tesla’, todo se dañó”.

Asegura que es el profesional de la prensa en Las Tunas que más coberturas hizo cerca del Comandante en Jefe. Y, unido a las muchas experiencias que cada una le trajo, también fueron la excusa para que conociera a su esposa, la entonces jovencita profesora que descubrió en medio del trabajo, cuando el Líder cubano fue por primera vez a la Formadora de Maestros. Con Sonia llegó el amor, el milagro bendito de la vida entre dos, y los hijos.Todavía la mira directo, muchacho encandilado con sus ojos claros, la jovialidad natural que de ella emana y el desenfado de su sonrisa.

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Ha pasado sustos, de todo tipo; porque hay que estar dentro de un rotativo para entender a cabalidad el peso de una errata, de la foto que se descoloca o de la pifia que se fue en el ardor del cierre, en el instante impreciso en que el olor de la tinta te embriaga y no deja espacio para, siquiera, un atisbo de lucidez.

“Lo más complicado para mí, que soy un periodista analógico, fue llegar a la era digital y enfrentarlo, paliar las cosas, darles el frente, liderar al equipo. Ese ha sido el momento más difícil de todo mi ejercicio. Por fortuna, me considero un hombre humilde y le doy mucho valor al colectivo, así que me hice acompañar de quienes estaban más avanzados en esos temas”.

Y entonces habla de Leonardo Mastrapa, el colega noble con corpachón grande y alma de niño, que el destino puso un día en los pasillos de 26. “Nosotros hicimos una alianza divina”, confirma; y el que los vio juntos, rumiando deberes, sabe que con la muerte de Mastri, Segura perdió, más que un discípulo aventajado, a un hijo entrañable, del corazón.

“Me di cuenta de que otras provincias orientales se nos estaban adelantando en el universo de la Internet y me senté con él para hallar variantes. Recorrimos Sancti Spíritus, Ciego de Ávila, Camagüey y Holguín buscando experiencias. De ahí nacieron las primeras ideas, que luego el colectivo enriqueció. Ese peregrinar fue la base de las renovaciones en nuestro modelo de gestión, que tantos frutos han dado a 26 en la última época”.

Mientras conversamos se explaya en algunos temas y alcanzo a preguntarle si no se ha propuesto escribir un libro. ¡Tiene tanto para decir! Sonríe. Por ahora se quiere concentrar en cuidar dos tesoros vitales: salud y familia. Lo entiendo.

Sé que la jubilación de un reportero es asunto de muchas aristas, porque, a los cambios habituales en estos casos, se suma el dilema de controlar el “bichito” terco de la profesión, que te desvela en las noches, te mantiene por horas indagando en la web y le da, incluso, vida propia a las primeras líneas de la nota que ya no te toca escribir a ti, que saldrá de la pluma de otro, con suerte, un amigo.

Con él aprendo que fue el periódico Sierra Maestra, de Santiago de Cuba, el primero en llegar al ciberespacio, con mucho empeño; y que los festivales de la prensa escrita surgieron a partir de la experiencia de los medios impresos de oriente. “Eso no se te puede olvidar”, insiste.

Y claro que no olvido, por algo será que lo dice. Si usted conociera a Luis Ramiro Segura García también le haría caso, no lo olvidaría, porque no es hombre de hablar de más y con gran frecuencia, cuando te dice algo, resulta que a la larga se esconde una buena razón. Anote eso, querido lector.

“Mira, yo estoy en este minuto como el deportista de alto rendimiento, en fase de desintoxicación, tratando de bajar carga”, y entonces soy yo la que río, porque eso no debe ser fácil. Si para nosotros es raro no verlo en los cierres, lidiando hasta el detalle con el trabajo de diseño, llegando más temprano que nadie para montar las páginas del impreso, conjugando el horario laboral con su diabetes…, imagino lo que esa paz significa para él, luego de tres décadas de una vida en tormenta.

“Nunca he sido un hipercrítico de la sociedad y tampoco un director pegado a carros, por eso el cambio en mis rutinas no está siendo difícil en ese sentido. Y te aseguro que si estuve tanto tiempo al frente de un órgano de prensa fue porque nunca perdí el sentido del periodista, jamás subordiné eso a mi condición de jefe, el oficio primero; y porque, siempre que me fue posible, tomé las decisiones teniendo muy en cuenta los criterios del colectivo”.

Ramiro nació en Las Peloncitas, Hermanos Mayo (Las Tunas) y, aunque no quiero regodear nuestro diálogo en esa etapa primera, como si estas fueran unas líneas de adiós, se vale reconocer que su obra es resultado evidente de las oportunidades que la Revolución Cubana dio a esa generación primigenia. Él, como tantos otros, las agarró con uñas y dientes, que es lo mismo que decir con fuerza y sacrificio.

Obtuvo el sexto grado en Holguín, fue maestro Makarenko, estuvo en Topes de Collantes y Tarará; y si usted duda de que ha sido largo el camino, piense un poco en que este hombre se mantuvo al timón en los complejos años 90 y alcanzó su condición de máster en Ciencias de la Comunicación, a la vera del doctor Julio García Luis, mientras algunos, más jóvenes que él, quedaron a mitad del sendero.

“Mi relevo está asegurado en 26, para realizar el trabajo mejor que yo, porque tenemos una excelente generación de periodistas ahí. Estoy seguro de que están listos para hacer todo a tono con la prensa que pide hoy el Partido y la Unión de Periodistas de Cuba, que debe tener mayor empatía con la población, estar muy cerca de la agenda de los cubanos”.

Y yo, que soy parte de ese equipo del que habla con tanto brío, siento orgullo ante su confianza sincera; mas, como todos, sé que vienen meses duros, de transformaciones, de curvas, de fe. Vamos a vivirlos a sabiendas de que tenemos a un nuevo lector, que ahora traslada su oficina al portal de la casa, convierte el bolígrafo en una taza de té y lee, con la misma exquisitez de antes, detallista.

Él entenderá lo que nadie más y, de vez en cuando, pensará que “en sus tiempos” las cosas se hacían de otra manera, la nota se habría hilvanado diferente. Pero estará tranquilo, 34 años después del primer día, cada línea impresa es y será, por mucho, huella palpable de su esfuerzo.