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Las Tunas.- Siempre que regreso de la calle tengo las mil preguntas sin respuestas. No exagero. Primero no concibo cómo se las ingenian tantos cientos de personas para resistir el calor y aglomerarse ahí, contra viento y marea, como si el mundo o la vida dependieran de ese tumulto y lo que venden, y no de una actitud prudente y cautelar porque anda invisible por todas partes una enfermedad mortal, el contagioso SARS-CoV- 2.

A la vez, me culpo por no ser buena en “cálculos al vuelo”. Si esta ciudad capital tiene -según estadísticas de Google y EcuRed- algo más de 192 mil habitantes, entonces esa percepción de que las colas sobrepasan, por ejemplo, las 500 personas en la TRD Leningrado y otro tanto igual en la de El Girasol, ¿se debe a mis errores de observación? Parece que no. Al consultarlo -en el mismo entorno- con paisanos de ocasión refieren que me “quedo corta”, pues “en esos molotes hay cerca de mil personas”.

“Y si le sumas a quienes circulan por áreas cercanas, las bodegas, las cafeterías y otras shopping, de Buena Vista, la cifra supera las dos mil, desde las 7:00 de la mañana hasta que cae la noche”, me dijo muy seguro un avezado economista, quien también piensa que si bien la aplicación Porter@ puede ser un regulador, él particularmente no confía, “pues en una semana nadie consume un litro de aceite y menos un paquete de pollo, aun cuando la familia sea grande, pero lo peor es que veo las mismas caras que merodean desde el día anterior”.

Hay conductas populares que chocan verticalmente con el propósito de los gobiernos locales de que lo poco llegue a más consumidores. Ahora la gente marca “paʹ lo que venga” y viene otra pregunta “inducida”: ¿colean por vicio o por necesidad? Este panorama de alto riesgo es visible también en el centro histórico de la ciudad, en el cual se concentran los más grandes y diversos mercados, congestionados de cientos de tuneros todo el tiempo.

Me huele cacareado eso de que el fin justifica los medios, más cuando las inevitables colas solo evidencian orden en las primeras quizás 20 personas, mientras las distantes no hacen el distanciamiento establecido, sí se nota en la mayoría el uso del nasobuco. Lo cierto es que hay muchas personas confiadas por doquier, muchas.

No se trata de hacer llover sobre lo mojado. Es llamar a la reflexión a quienes todavía nada les detiene en sus actos irresponsables: ni las multas, ni las informaciones del Minsap, ni la presencia de agentes del orden… en fin, a quienes con sus actos simulan creerse los “inmunizados de este mundo”. Es hora de ponerles tolerancia cero.

Creo que el primer cortafuegos debe ser usted (digo yo, aquel, el otro), que permitimos se acerque y nos quedamos cerca. Hay carencias, pero ojalá alguien decidiera poner en cada unidad lo que se ha vendido en paquetes de pollo y pomos de aceite desde que entramos en la tercera fase de la recuperación. No seré buena calculando rápido, pero apuesto no quedarme corta si concibo que, al menos una vez al mes, un alimento de esos alcanzaría para ofertarle a cada familia de esta ciudad.

Entonces, le doy la razón al avezado economista de marras. Sin dudas, el nudo del peligro está en la calle y las indisciplinas cotidianas. ¿Cuándo lo entenderán mis paisanos y quienes planifican la distribución de los productos de primera necesidad?