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Beijing, China.- Beng tiene 9 años y le apasionan jugar al fútbol y las ciencias, particularmente la Astronomía. Esa afición fue la que lo trajo hasta el Observatorio Astronómico de esta ciudad. Se creería que a un infante del siglo XXI como él, habituado a los teléfonos celulares y a charlar con sus amigos mediante videollamadas, no le interesaría demasiado llegar hasta un lugar como este. Sin embargo, él no es de esos.

Leyó con interés cada una de las informaciones aquí presentadas. Supo que se encontraba en una de las instalaciones de su tipo más antiguas del mundo, que comenzó a construirse en 1442 en tiempos de la dinastía Ming (1368-1644) y que estuvo funcionando como tal hasta 1929.

Con particular atención observó el instrumento altazimutal, el globo celeste, las esferas armilar eclíptica y armilar ecuatorial; el cuadrante y el sextante, todos construidos siguiendo las indicaciones del fraile jesuita flamenco Ferdinand Verbiest a finales del siglo XVII. Con ellos los astrónomos chinos mejoraron significativamente la precisión de sus cálculos de la posición de los astros respecto al horizonte y al cenit, de la diferencia de longitud eclíptica y las latitudes, del tiempo solar verdadero; así como de su altura o la distancia al cenit y de su elevación sobre el horizonte. Pudieron, además, cartografiar e identificar mejor los objetos celestes.

Beng no pasó por alto detenerse ante otros aparatos que sus antepasados utilizaban para estudiar los movimientos aparentes del Astro Rey como un reloj solar; o la meridiana solar, instrumento gnomónico con la que averiguaban el mediodía solar y establecían con claridad la duración del año trópico. Tampoco olvidó notar la presencia de los bustos de los astrónomos Shen Kuo (1031–1095) y de Guo Shoujìng (1231-1316), cuyos instrumentos, apreciables en el observatorio, como la esfera armilar simplificada y la tabla cuadrada o una evolución del gnomon, les posibilitó en su momento calcular la altura del sol midiendo su sombra sobre una serie de círculos concéntricos.

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El buen uso del inglés de este niño y la convivencia en un mismo espacio de dispositivos creados por astrónomos locales y los resultantes de la colaboración con los jesuitas llegados desde occidente, siguiendo la puerta de respeto abierta por Matteo Ricci a finales del siglo XVI, serían la demostración de que, tanto en épocas pasadas como en la actual, está en la naturaleza de los chinos articular su sabiduría ancestral con los aportes que provienen del exterior.

Quién sabe si de aquí a 10 años, de este muchachito regordete de mirada pícara y sed de saber salga un taikonauta o un científico del Programa Espacial chino, ese cuyo presente y futuro comenzó a labrarse entre estos artilugios antiguos de bronce y piedra que miran hacia las estrellas desde Beijing.