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Casa natal de los Amejeiras

Las Tunas.- El pasado 8 de noviembre se cumplieron 65 años del asesinato de Ángel Ameijeiras Delgado (Machaco), en uno de los sucesos más recordados de la lucha contra Batista en las calles de La Habana.

La escena, inmortalizada en el final de la película Clandestinos, ópera prima de Fernando Pérez, recrea la hombradía del joven, quien lideraba los trabajos de acción y sabotaje del Movimiento 26 de Julio en la capital desde la muerte temprana de Sergio González (El Curita).

Estremeció a los vecinos el llanto de Norma Porras Reyes, su esposa embarazada, y el último aliento de Machaco gritando a vivo pulmón desde el apartamento de Goicuría y O' Farril: “¡La entrego viva, coño, no quiero cuento después!”.

Pero el suceso, mítico entre los cubanos, no es el único que protagonizó la prole libertaria de los Ameijeiras; y, lamentablemente, mucho más deberíamos conocer de su entrega por Cuba y los tantos desvelos que les ocuparon desde niños, cuando fueron naciendo en un batey de ingenio azucarero al norte de Las Tunas, allá en Pueblo Viejo, a la sombra del otrora central Chaparra.

El libro testimonial Más allá de nosotros, escrito por Efigenio Ameijeiras es quizás el texto más cercano que se ha hecho sobre ellos, aunque otros intentos, salidos de valiosas plumas locales, también abundan en su estirpe y valores.

Se fueron pronto de aquella vida dulce y se instalaron con su madre, María de las Angustias, en Puerto Padre. Allí, cerca del Ferrocarril, montaron una tiendita y, al poco tiempo, se mudaron otra vez; primero, a Santa Clara y, finalmente, a La Habana, para tejer su leyenda.

Juan Manuel (Mel) era chofer de un Chevrolet del '48 con el que hacía de taxista por los alrededores de la Manzana de Gómez. La familia intuyó su muerte en los sucesos del Cuartel Moncada, cuando reconocieron la ropa, con la que había salido para Santiago de Cuba, dos días antes en una foto de la revista Bohemia. Parecía Mel aquel cadáver con los dedos de una mano mutilados y que, a todas luces, había sido ultrajado con un salvajismo atroz.

La madre se fue al oriente, ante el dolor incierto de la duda. Cuentan que recorrió el "Moncada", el cementerio, suplicó, y nada, no encontró rastro alguno del menor de sus hijos.

En esas horas duras la acompañó el mayor de ellos, Gustavo. Afirman que, viviendo el horror y hablando con los sobrevivientes de aquella mañana de la Santa Ana, fue como el muchacho se involucró con la Generación del Centenario y su lucha. Junto a sus hermanas (Ana Luisa y Enma) ayudó a distribuir ejemplares de La historia me absolverá y se insertaron, además, en la lucha por la amnistía de los moncadistas.

Fue Gustavo el que manejó desde el Vedado hasta el Aeropuerto el día aquel en que Fidel se fue a México. Después sufrió prisión tras participar en la Huelga de Abril y, al salir de las mazmorras, partió a la Sierra Maestra, ardiendo de toda la libertad posible.

Se presume que fue en la madrugada del 22 al 23 de mayo de 1958 cuando los Servicios de Inteligencia Militar desaparecieron su cuerpo, tras varios días de tortura. Algunos dicen que lo tiraron al mar, al menos, es esa la teoría más extendida.

De los varones, a la guerra, la sobrevivió Efigenio. Era un año mayor que Mel y parecían mellizos. Fue expedicionario del yate Granma, segundo jefe del frente Frank País, dirigió un batallón en Girón y resultó el primer jefe cubano que lideró tropas internacionalistas. Su historia personal fue tan rica como su estirpe. De todos, mucho nos falta por estudiar y conocer.