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colasa3

Las Tunas.- Invadió bruscamente el espacio sentándose a mi lado en el coche. Quedamos codo con codo. Puso sus bolsos entre las piernas y un poco también entre las mías. Una vez asentada, ipso facto, se bajó la mascarilla. Segundos después tuvo un acceso de tos, y luego otro.

Instintivamente hurgué con la mirada dentro de sus compras. Alcancé ver tomates maduros, yuca, cebolla…, preludio de largas colas. Intenté protegerme volteando la cabeza para el lado opuesto, pero recordé que lo primero que hago cuando llego a casa es estampar mis nostalgias contra un rostro pequeñito. Visualicé esos inmensos y sagrados ojos negros, y se me activó la “irritabilidad”: “señora, por favor, súbase el nasobuco”.
No solo no corrigió su falta, me miró con muy mala cara y dijo que tenía falta de aire a consecuencia del asma crónica que padecía y con la boca y nariz cubiertas no podía respirar. Aseguró que se sentía muy mal, pues había estado buscando alimentos por varios lugares, bajo el sol, y a pesar del malestar tenía otras gestiones que materializar ese día.
Yo intenté aligerar mi insolencia y le sugerí que debía ir al policlínico y quedarse en casa luego, porque lo más importante es escapar de la Covid-19. Con toda la fuerza de sus gotículas de saliva liberadas me confesó que ese era un lujo que no podía darse. “No ahora que estamos bien, ni cuando la cuarentena pude dejar de hacer mandados…”
Las palabras de la señora de los bolsos suscitaron otras reflexiones de detractores y discursos de apología en el coche. Pero me quedó muy claro que en esta provincia con un panorama epidemiológico aparentemente estable, digo esto porque 15 contagiados en una jornada no me parece poca cosa, la percepción del riesgo anda hecha a todas fugas, definitivamente en coche y sin mascarilla.
Hay muchas atenuantes… Es cierto que nos llegó la pandemia en medio del contexto más complicado de los últimos años. Si el 2020 fue tenso, ahora, a la zaga del ordenamiento económico se dispararon los precios, irónicamente han escaseado más las ofertas y la “calle” medio desprovista de todo es el escenario de mucha gente cual hordas en busca de satisfacer necesidades muy puntuales.
Hay personas que no pueden aunque quieran quedarse en su casa y evitar aglomeraciones de personas porque tienen compromisos con otros familiares, incluso, más vulnerables. Sin embargo, me atrevo a decir que ahora mismo lo que más matiza nuestro entorno son individuos que se sienten intocados por el peligro real de la Covid-19 y para quienes las cifras diarias de muertes no son más que números fríos y remotos.
Basta una ojeada en el centro de la ciudad para entender que la nueva normalidad nuestra parece el caldo perfecto para incubar cualquier virus: mascarillas mal puestas (algunas transparentes que difícilmente puedan proteger de algo), tumultos, guaguas repletas, y mucha, mucha afluencia de personas, niños, ancianos.
He escuchado varios criterios de padres preocupados por la continuidad del curso escolar, hay quienes se cuestionan por qué no hemos retrocedido de fase epidemiológica para prevenir que no haya un gran retroceso, pero la gente no asume de una vez que cada uno de nosotros debe tener la responsabilidad ciudadana de protegerse, sin que nadie tenga que exigírselo.
La señora del coche es solo un mal ejemplo, en otras ocasiones los que actúan imprudentemente son otros, e incluso, nosotros mismos. El nuevo coronavirus y su gran contagiosidad han puesto a prueba la resiliencia humana, pero en esa empresa aún nos queda un largo camino por andar.