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colasa3

Las Tunas.- “Señora, estos son tiempos de andar tranquilos… El coronavirus no cree en nadie. Ahora mismo, ¿qué usted espera que yo haga? Nadie quería que llegara una pandemia. Hay que adaptarse, esto va a pasar”.

A unos metros de distancia me resultó muy difícil adivinar el preámbulo del diálogo. Incluso me pareció atinado y a tono con los números de contagiados que parecen haberse multiplicado en los últimos días. Pero debo confesar mi sorpresa absoluta cuando descubrí unos minutos después que el hombre “precavido” era administrador de una unidad de la gastronomía tunera y pretendía con tamañas razones justificarse con una clienta visiblemente contrariada por la mala calidad de un producto que había adquirido allí momentos antes.

Ya de por sí la situación rayaba en lo absurdo hasta que él, para buscar apoyo en las personas que escuchábamos, puso el tema en vox populi y dijo: “Mira que a la gente le gusta protestar”... Entonces otra señora, mejor imbuida en el asunto, no pudo contenerse y respondió: "Señor mío, ¿qué tiene que ver la falta de calidad y el descaro con la Covid-19?".

Como en muchas ocasiones similares, el incidente, bastante serio, terminó en carcajadas. La mujer agraviada se fue con su cazuela a casa y justo como vaticinó desde el inicio, el administrador no hizo absolutamente nada. A mí, en cambio, el panorama se me ha atravesado en la garganta y siento que, a conveniencia, en muchas situaciones se utiliza la pandemia como pretexto para justificar la ineficiencia, el desabastecimiento, la desfachatez ante el pisoteado derecho del consumidor.

En los últimos días, la lista de perjuicios que ha dejado la Covid-19 en mi entorno más cercano parece interminable. Debo confesar que va mucho más allá de los innegables daños a la salud o los recursos materiales que demanda. También es la causa de que se haya demorado cierto censo de las almohadillas sanitarias, y la razón por la cual, según el vendedor de la placita, llegan los vegetales más pequeños, pues los mejores se acopian para los centros de aislamiento. Para colmo escuché decir a un vecino que los Leñadores no ganaron el campeonato nacional porque el coronavirus impidió que les llegaran los refuerzos.

En fin, nadie duda que la pandemia ha trastocado por completo nuestras rutinas, pero me atrevo a asegurar que, lamentablemente, en ocasiones ha sido la excusa perfecta para la falta de productividad, de mejores gestiones comerciales y, por supuesto, para disimular la incompetencia.

¡Qué pena que la viveza criolla meta mano en este asunto! Y lo prestos que somos a encontrar escudos para no ponerles el pecho a las cosas mal hechas. Qué raro que con la misma harina, el pan un día esté comible y al otro fermentado, que en eventos especiales o visitas externas los menús en varios establecimientos se tripliquen y aparezcan más recursos.

En el sector no estatal, la falta de respeto para con los clientes también se hace sentir. Hace unas semanas, en el restaurante Sal y pimienta, famoso por la sazón deliciosa de sus platos y por el costo elevado de los mismos, adquirí pizzas para mi familia que oscilaban entre los 110 pesos cubanos y hasta los 200. Me llevé tremenda decepción cuando descubrí que el producto simulaba más bien una fina galleta, tan tostada que era imposible cortarla con un cuchillo. La camarera, muy amable, aseguró que la culpa era de la harina.

Es cierto que vivimos momentos complejos y los recursos son cada vez más escasos, pero vender una pizza cara y sin las mínimas condiciones no es otra cosa que falta de respeto, más cuando los consumidores, como yo, son profesionales, o sea menos favorecidos económicamente en nuestra disparatada pirámide social y tienen el privilegio de escasas salidas familiares.

Tuve una fabulosa profesora de Español en la vocacional: Maribel Vázquez. Cada vez que cometíamos alguna pifia ella aludía al descuido y decía en tono jocoso, o no, que no fuéramos a culpar por eso al bloqueo. Creo que Maribel me infundió la aversión a las excusas. Qué pena que muchos comerciantes, administradores y vendedores no tuvieran similares profesoras para enseñarles a reconocer y combatir el engaño.