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Las Tunas.- Con la cabecita revuelta de Camila entre las piernas y la insistencia de esos ojos negros y vivaces, pendientes a cada gesto suyo, Alianet rememora la serie de sucesos que le eclipsaron las últimas semanas. Desde que los pronósticos “lejanos” de la Covid-19 se colaron en su hogar, la inunda un temor extraño, casi físico y es que, de la enfermedad de sus niñas, ella no ha logrado recuperarse.

Cuando Josué llegó el sábado de la guardia con síntomas respiratorios, a Alianet se le encendió el instinto. La seguridad de Fabiana, de apenas 6 meses de edad, y los 2 añitos de Camila no la hicieron dudar. Su esposo es residente de tercer año en la especialidad de Ortopedia y ambos decidieron que se fuera para su beca en la Universidad de Ciencias Médicas, hasta que estuvieran seguros de que solo tenía un catarro común.

El próximo lunes, el resultado positivo de un test rápido arrojó los primeros atisbos de peligro. Intentaron establecer una posible fuente de contagio, pero no encontraron pistas sólidas y concluyeron en que tal vez había agarrado el virus por algún paciente, de los muchos que llegan a consultarse sin saber siquiera que son el reservorio de otros padecimientos. Ese mismo día Josué fue trasladado para el centro de aislamiento Los Cocos.

zonaro bbLa vorágine del hogar y las demandas de sus pequeñas, una de ellas aún lactante, mantuvieron centrada a Alianet; aunque confiesa que el miedo la desvelaba en las noches, a pesar del cansancio. Las niñas extrañaban a su papá y decidió complacer a Camila y hacerle el postre preferido, arroz con leche, para animarla. Al destapar la cazuela y llevar la cuchara a los labios se le unió el cielo con la tierra: no sintió, en absoluto, el sabor de la canela.

EL PRELUDIO DE LA BORRASCA

“Enseguida llamé a mi mamá. No podía evitar la inquietud, aun cuando delante de mis hijas siempre trato de ser ecuánime. Entonces solo atiné a examinarlas, a buscar indicios, en el fondo tenía la esperanza de que no iban a enfermarse”.
Casi a medianoche, la voz de su esposo del otro lado de la línea telefónica le trajo la inquietante confirmación: su PCR era positivo y enseguida lo trasladarían a Holguín. Josué es boliviano, ella y las dos niñas son el asidero de sus preocupaciones.

“No me acosté esa noche, empecé a preparar las cosas, porque supuse que nos llevarían para un centro de aislamiento. Comencé a ponerles el termómetro a las bebas de manera periódica y esa madrugada la pequeña tuvo un poco de febrícula. Cuando la bañé en la mañana noté que demoró mucho tiempo en regular la temperatura y se tornó de un color extraño. Enseguida activé al SIUM”.

Alianet Guerrero Cruz, además de madre, es doctora, especialista de Primer Grado en Neonatología. Asegura que, aunque su oficio de todos los días es lidiar con infantes, el posible contagio de sus hijas con un virus nuevo, enrarecido, ha sido el pavor más real que ha experimentado en sus 32 años. “Se te nubla el juicio y sientes que no puedes respirar aunque sabes que la reacción es más subjetiva, te sale del pecho”.

Llegó al Hospital Pediátrico de esta ciudad con la incertidumbre de qué pasaría, si las dejarían estar juntas, quién atendería a Camila… Rememora esos instantes, la respuesta de los galenos. Destaca el desempeño de Rafael, residente en Pediatría, que pudo calmar la ansiedad de la mamá-médica.

“Enseguida comenzaron a ponerles tratamiento. Les suministraban HeberFERON. Camila estaba asintomática, pero Fabiana sí tenía síntomas, su color era terroso y estaba muy decaída. Cuando llegaron los resultados de los tres PCR supimos que Camila era la única positiva, pero todas fuimos remitidas para el Hospital Militar de Holguín”.

CUANDO EL AIRE SE TE ESCAPA DEL PECHO

“Me fui en una guagua Diana, llena de paquetes y ni siquiera pude cargar a la mayorcita, tuvo que entrar caminando al hospital. El chofer me ayudó con los bolsos. Nos ingresaron en la sala B de Pediatría, compartí habitación con otras dos familias, una de ellas de tuneros”.

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La zozobra de Alianet se exacerbó con los indicadores de los análisis de Fabiana. La lámina periférica estaba muy alterada y justamente para ella, que conocía las posibles consecuencias, enfrentar la situación fue más difícil. “Llamé por teléfono a mis profesores, consulté a varios médicos, tuve pánico de que le pasara algo malo.

“Los días se hacían interminables, yo no podía pegar ni un ojo. Notaba que la niña seguía con tendencia a la hipotermia, quizás como reacción adversa al medicamento y la tuve piel con piel, una técnica que había utilizado antes con recién nacidos y la verdad de esa manera mi hijita recuperó la temperatura”.

Cuenta que en ese hospital, con el miedo calando los huesos, la atención médica y los valores humanos de todo el personal fueron una especie de coraza. “No tengo quejas, la habitación era cómoda, la comida de buena calidad y bien elaborada. Incluso, me preguntaban qué querían comer las niñas. Una vez les pedí un ajiaco y enseguida lo hicieron”.

Me cuenta que con alguna frecuencia iba a lavar pañales al patio. En una ocasión salió con Camila, la mayor, y ella comenzó a llamar a su papá porque sabía que estaba tras aquellos muros. Empezaron a gritar “¡papito!” y la voz inconfundible de su hija sacó a Josué al patio y así fue como se vieron por primera vez, después de varios días en la misma instalación.

En las próximas jornadas, cuando el PCR de su esposo fue negativo se juntó toda la familia, por fin, y ahí fue que tuvo chance de contar que ella no se sentía bien físicamente; tenía dolores abdominales, lumbares, malestar general y había perdido por completo el gusto y el olfato.

A pesar de que estuvieron hospitalizados en una sala sin reportes de gravedad, cierta noche se asustó más de lo común. Uno de los infantes que estaban en su habitación hizo una reacción febril y le bajó mucho la saturación de oxígeno en sangre. Ella misma llamó a la enfermera y le dijo que el menor estaba cianótico. Precisa que se recuperó relativamente rápido, pero el temor no dejó que nadie durmiera esa madrugada.

“Cuando nos dieron el alta médica recuerdo que agradecí infinitamente a Dios. La verdad, durante toda la enfermedad no dejé de pedirle por mi familia, por mis padres”.

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LA HUELLA IMBORRABLE

“De la Covid-19 una no se recupera completamente. Mi esposo hizo una bronconeumonía y le quedó un foco inflamatorio, yo aún no he recuperado el sabor. Y no se trata solo de las secuelas físicas que son notorias, el daño psicológico se queda contigo. Ahora extremo las medidas higiénicas, no quisiera que las niñas salieran de la casa y me cuestiono todo el tiempo por qué les pasó a ellas, tan pequeñas, si yo las cuido tanto…padre covid

“Desde que volvimos hemos recibido el apoyo de la comunidad, la Atención Primaria ha sido muy buena y nosotros hemos cumplido los protocolos. Saber que has tenido el coronavirus es complicado, la gente te mira con miedo, es una reacción normal, incluso, una intenta alejarse”.

Alianet guarda mucho agradecimiento hacia los doctores Lisandro y Yelena, en Holguín, rememora la fuerza que recibió de sus compañeros de trabajo, el valor que tenía un timbre de teléfono a mitad del día para disipar la angustia.

“La gente no imagina la batalla por la vida que presupone la Covid-19. Hay que estar ahí, entre las paredes verdes y con mil protecciones para experimentar el desespero por salvarse, por volver con los tuyos, por no contagiar a nadie y que tus niñas estén bien”.

En el Apartamento A-3 la normalidad reta al recuerdo. Alianet acaricia la cabeza de Camila mientras Fabiana duerme en su coche. Josué guarda para sí historias más crudas, porque su realidad transcurrió de frente a mayores complicaciones. Esta familia tunera se sabe dichosa de haber ganado la “batalla” contra la pandemia, pero exhortan a la responsabilidad ciudadana, a la prudencia, porque ellos, particularmente, conocen los peligros que presupone “llevar” a casa ese huésped indeseado llamado SARS-CoV-2.

 

 

 

 

 

 

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