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sidaDesde el primer día de curso las muchachas repararon en él. Lo devoraron... Parecía un anuncio lumínico, aunque tenía ojos tristes escondidos detrás de la sonrisa casi constante (él los llamaría de sauce llorón), una boca ruidosa, era extremadamente delgado, y una vez que comenzaba a hablar se hacía el dueño de los grupos. Conquistó a todas y todos los compañeros del aula de primer año de Periodismo en la Universidad de Oriente. Su nombre era Rey.

Se gastó las mejores frases en los años de la carrera. Siempre andaba buscando la ocasión para comprar “un rifle” (caja, lata o botella de ron) y armar alguna fiesta. Gustaba de visitar la cafetería más cercana, cariñosamente bautizada como Las Moscas, en busca de dulces finos que nunca encontró, aunque siempre volvía con alguna oferta de bajo costo para engañar al apetito y poder conciliar el sueño.
Las amigas descubrieron su pasión por cierta pequeña del aula de ojos inmensos. Otros dos compañeros se enamoraron de ella también. Fue una explosión hormonal que generó conflictos, rupturas temporales y lágrimas. Rey, finalmente se ganó a la chica y unos años después cuando ella lo dejó quedó destrozado. Estuvo llorando por los rincones hasta que entendió que aquello no lo arruinaría. Estaba a punto de descubrir quién era en realidad y su definición lo llevaría a extremos muy distantes.
El día de la graduación fue suya la idea del reencuentro, otra vez en Santiago. Bromeó sobre el hecho de que él habría prosperado lo suficiente como para patrocinar la fiesta que se merecían, con “rifles” de verdad y cerveza y glamour. “A saber quiénes no vendrán, quienes estarán fuera, quienes tendrán hijos…”.
Más de 10 años después la noticia desojó los rostros de todos los que lo querían: Rey estaba muerto. Al principio nadie lo entendió. La madeja después cobraría sentido. En sus últimos momentos se había desgastado mucho, su cuerpo se desplomó y aun cuando las fuerzas estaban lastradas luchó, intentó salvarse… solo que su espíritu no cabía ya en este mundo, o acaso nunca lo hizo.
Rey había triunfado profesionalmente. Se graduó en una universidad extranjera y su tesis fue un boom en muchas facultades latinoamericanas que querían tenerlo entre sus claustros. Después de la compañera de aula no hubo otras chicas, solo hombres. Él quiso como sabía, a pecho abierto y sin reservas, tan adolorido y brutal y poderoso como los versos de Dulce María.
Llegó a Cuba para morir, en los brazos de sus padres, con 33 años de edad. Dejó un hueco en el pecho de los suyos y una alegoría constante en sus amigos. Él ya no estaría presente en el reencuentro que planeó para todos, en Santiago.
Después de lo peor se supo que Rey murió de una complicación a causa del VIH. Lejos de casa y de Cuba no pudo someterse a tratamiento alguno con antirretrovirales. Quienes lo quisieron (y sí lo quisimos) no logramos evitar estar molestos por su suerte, adoloridos por el fugaz destello de aquel tipo con una magia hipnótica que a pesar de la sonrisa, en el fondo, parecía triste.
MÁS ALLA DE LAS CIFRAS
Afortunadamente, en nuestro país la mayoría de los infectados con la epidemia del VIH/Sida no comparten la misma desdicha que Rey. De hecho, Cuba exhibe la prevalencia más baja de América Latina y el Caribe, y de las más reducidas del hemisferio occidental. Además de ser la primera nación del mundo en validar la eliminación de la sífilis congénita y el SIDA pediátrico.
A pesar de las cifras, la enfermedad sigue siendo mortal. Al cierre del mes de noviembre se constató una discreta disminución de la incidencia en la casi la totalidad de las provincias. Sin embargo, Las Tunas figura entre las localidades que incrementan los casos respecto a igual período del año anterior.
“El SIDA mata, estigmatiza, lacera al individuo y a la sociedad. No podemos esperar a una situación puntual para hablar de este asunto; los padres, maestros y promotores deben extender el mensaje educativo a los más jóvenes”, refiere, Mayelín Ayala García, funcionaria del Programa ITS VIH/Sida.
Aquí el virus toca con más fuerza al sexo masculino y dentro de ellos los hombres que tienen sexo con otros hombres (HSH). Los datos también apuntan hacia un discreto aumento en las mujeres.
“Todavía existen tabúes para reconocer la orientación sexual y muchos hombres optan por preservar en la sociedad su imagen heterosexual. Sin embargo, mantienen relaciones homosexuales desprotegidas en sitios y condiciones inapropiados. Luego transmiten a su esposa las infecciones; es lo que llamamos cadena epidemiológica”.
La jefa de este programa en el territorio, Mildre Pérez Ojeda, también insiste en la necesidad de trabajar con las poblaciones claves (los HSH, las personas trans, las que practican el sexo transaccional…). Y asume que la mejor respuesta a la epidemia está en la propia comunidad con la participación de los diferentes sectores, tal cual reza el lema de la actual jornada por el Día Mundial de Respuesta a la enfermedad.
TRAZANDO EL CAMINO
Para el próximo año, las regiones de Latinoamérica y el Caribe se propusieron las ambiciosas metas de los llamados 90-90-90. La pretensión es lograr que el 90 por ciento de las personas con VIH sepan su diagnóstico, el 90 por ciento permanezca bajo tratamiento y el 90 por ciento mantenga una carga viral indetectable. De esa manera se reduciría el número de nuevas infecciones, los diagnósticos tardíos y las muertes por SIDA.
“Es muy importante diversificar las maneras de lograr los objetivos -puntualiza Mildre-. Aquí, por ejemplo, trabajamos en la formación de los promotores e involucramos a la Atención Primaria de Salud. Buscamos que el paciente mantenga una adherencia a la terapia, es decir, que ingiera diariamente el medicamento a la hora establecida, y se proteja en las relaciones sexuales a fin de hacer indetectable la carga viral. Solo así se detendrá la epidemia y la transmisión del VIH en nuestro medio”.

A los amigos dispersos de Rey les fue negado el abrazo póstumo. A tres años de su muerte siguen extrañándolo, ese es el rostro más cercano que tienen del SIDA.