Las Tunas.- Chamusca improperios a todo volumen, amenaza al círculo de manos sucias, pero el ajetreo bajo la mata de almendras sigue tan subido de tono como si nadie la escuchara. Pelean entre ellos, se increpan, incluso, se irguen como gallos de pelea. El bullicio engorda al calor del mediodía. Ella sale fuera de sí y arroja un cubo de agua que se esparce entre la tierra, la "olla" y baña al grupo de pequeños que reaccionan como perros asustados.
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Hace unos meses el barrio se llena de niños y adolescentes, hasta de otras cuadras, atraídos por el juego de bolas. Pareciera casi surreal, pero han dejado de lado los teléfonos celulares, los videojuegos y a los youtubers más populares para poner rodilla en tierra y gastar tardes enteras entre canicas. Se les escucha innovando en un pasatiempo muy viejo, entre "tiki arrastro", "raja pulla" o "ahogados".
Cualquiera pensaría que esta vuelta a lo tradicional sería acogida con más agrado, pero me temo que las más de las veces, se ha vuelto el enemigo número uno de la tranquilidad de la zona, sobre todo, a la hora en la que algunos quieren y pueden dormir su siesta.
Es cierto que parecen, en ocasiones, jaurías enfurecidas. Y al calor del juego afloran secuelas de lo que crece al interior de los hogares: "malas palabras", boconerías, amenazas, hasta hay quien reproduce lo peor de su círculo más íntimo; y sí, a veces juegan por dinero, ante la risa de padres que llegan a obligar a los oponentes a cumplir con lo pactado.
Como era de esperarse, un juego de bolas suele ser un microespejo de nuestra sociedad. Emergen como protagonistas los más grandes y avezados que pretenden aprovecharse de los menos expertos. Son los favoritos aquellos que no dedican tiempo al estudio o las tareas, aquellos que con el short del uniforme escolar están pegados hasta que anochece y no hay una madre o un padre que salga a llamarlos; los que caminan de un extremo a otro de la ciudad. Se ve de todo y más…
Detenerse un rato y observar cómo juegan bolas es como una radiografía de la nueva generación que puja hacia arriba con unos bríos que por momentos asustan. Ahora, lo que sí es una constante, es lo mal que reaccionamos los adultos a estas aglomeraciones indeseadas y no porque sus comportamientos siempre sean impropios, sino porque con mucha frecuencia, simplemente no sabemos cómo tratar a los niños.
Escucho a una vecina botarlos como animales: "Aquí no los quiero; ni un 'ahogado' más; se largan bien lejos". La otra exige que no levanten polvo frente a su casa; a un señor le molesta la bulla aunque nunca lo he escuchado reclamarle a nadie que baje el volumen de su equipo de música, en una calle donde cualquiera escucha al límite de decibeles el género musical que desee, con palabrotas y lenguaje sexual, casi explícito.
El colmo, he visto a más de un vecino arrojar un cubo de agua a los jugadores y reclamar porque estos alegan que "la calle no es nadie". No es raro que tales excesos sean caldo para discusiones entre adultos. Se pierde el norte, se trastocan los límites.
Me pregunto cómo se comportará en el futuro el pequeño que ahora es criticado y ofendido, aquel que molesta en cualquier esquina. ¿Qué está aprendiendo de su entorno?; ¿qué siente cuando le arrojan agua en la cara?; ¿cómo lidia con la humillación? En las respuestas, se me antoja, descansan los tonos más grises del mañana.
Cuando un adulto ofende a todo gaznate y reclama desde el irrespeto tiene que ser consciente de que está canalizando mal su ira. Las "malas palabras", conductas y excesos son consecuencia de la educación deficiente y falta de atención. Los muchachos solo son víctimas de lo que han recibido o no.
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Educar es una tarea titánica, ¡dígamelo a mí! Los padres cargamos la responsabilidad de velar por los niños, porque estos no tienen idea muchas veces de lo que hacen. Es nuestra obligación accionar cuando molestan, corregir sus excesos, habilitar sitios más prudentes e involucrarnos en sus pasatiempos aunque se trate de algo aparentemente tan sano como un juego de bolas.
Toca también exigir y propiciar espacios de respeto colectivo, tanto para los más viejos como para los menores. En Cuba, hay una legislación que deja bien clara la responsabilidad parental y la sombrilla de protección que debe tener un infante. Lamentablemente, la sociedad, a veces, amenaza con parecerse a una jungla, pero le invito a que sepamos conducirnos por este entramado y que de paso, le mostremos cómo hacerlo a nuestros hijos.