Las Tunas.- ¿Sabía usted que la Dirección Provincial de Justicia está en el bloque 1 de la Empresa Eléctrica y que el Registro Civil está en el bloque 2?
Y eso, que no significa demasiado ante una primera lectura, cobra un triste sentido si le digo que los servidores con la información que nutre la labor diaria del Registro están en los locales de Justicia. ¿Entiende ahora?
Se lo explico todavía más claro. Cuando el Registro Civil de Las Tunas tiene corriente (porque los cortes de electricidad programados se alternan entre los dos bloques, y uno de ellos siempre está a oscuras) no disponen del acceso al sistema para trabajar; y, cuando hay sistema, no hay corriente. Así de tremendo.
O sea, que si usted va por un trámite a esa institución por estos días tiene que hacer acopio de paciencia porque, además de los problemas de personal (que no son ajenos a todo el sector estatal cubano), la creciente demanda de algunos documentos (algo evidente ante el incremento de los trámites en medio de la coyuntura que pervive en el país), y la lentitud propia de los procesos que atienden (parte de un engranaje nacional que no acaba de encontrar cauce organizativo), pues le tocará escuchar, la mayoría de las veces, un par de frases que congelan cualquier buena vibra: “no hay corriente” o, de lo contrario: “no hay sistema”.
Lograr que ambos elementos se conjuguen es casi quijotesco en estas fechas y, a juicio de esta reportera, no es ese siquiera el principal dilema en tal realidad; la clave radica en buscar soluciones en medio de la contingencia, pero aterrizadas, concretas, viables y pensando siempre en el pueblo y su calidad de vida.
No es que no importe que la corriente falle tanto, y tampoco que debamos normalizar la caótica dinámica de vida que ahora tenemos. Pero la verdad más obvia es que los apagones, entre altas y bajas, no se van a acabar la semana o el mes que viene, y la fórmula de seguir haciendo todo como antes, sin pretender que el contexto es complejo y exige algo más que un cambio de horario, dista mucho de ser sensata.
Esta periodista, con la existencia marcada por ausencias familiares que le tienen la vida “entre papeles”, fue testigo de un diálogo muy ilustrativo en la acera frente al Registro, en el que varios tuneros dieron sus propias variantes de soluciones.
“¿Y por qué no le buscan otro local en el bloque 1 para que los trabajadores del Registro se puedan instalar en este tiempo, aunque sean solo quienes llevan lo que necesita corriente? ¿Y por qué la Empresa Eléctrica no les hace un microcircuito? ¿Y por qué no se trasladan los servidores hasta la sede del Registro? ¿Por qué no les ponen una planta eléctrica que proteja sus servicios?”.
Por supuesto, todas las opciones, salidas del ingenio cubano, presto a resolver en circunstancias duras, no son viables; pero alguna lo será, o al menos, la clásica respuesta que no se ha dado o, si se ha hecho, no ha llegado todavía a quienes, tras la cola al sol de la 1:00 de la tarde, deben volver después, cuando en el local de la calle Vicente García tengan corriente o sistema.
Sabemos que son muchas las limitantes materiales y tecnológicas de los registros civiles cubanos, no es esta una problemática exclusiva de la ciudad de Las Tunas; y la mirada, dentro de los municipios, desgarra una verdad aderezada con más tiempo de apagones, computadoras muertas con valiosa información dentro, carencias de infraestructura y mucho más.
No es posible resolverlo todo en medio de una crisis colosal, como esta que ahora mismo asume Cuba; sin embargo, tampoco resulta oportuno dejar los sucesos a la comprensión de la gente y la inercia de lo cotidiano. “Resolver lo que pueda ser resuelto” viene a ser algo así, como el “cambiar lo que deba ser cambiado” que tanto citamos de Fidel y su concepto de Revolución.
Al menos así lo ve esta reportera, que cree, firmemente, en que siguiendo protocolos para épocas “normales” no ganaremos la partida terrible de las horas distintas que imponen las crisis. Si tenía alguna duda de eso, ir al Registro Civil de Las Tunas y escuchar el sentir del público y los trabajadores me confirmó el peso contraproducente de un disparate cotidiano.