Las Tunas.- La imagen que acompaña estas líneas muestra lo que queda de la que fuera la escuela primaria en la que aprendí a leer y escribir. Y aunque han llovido décadas desde aquellos años, esta reportera confiesa que se le estrujó un pedacito del alma cuando regresó al entrañable batey de Jesús Menéndez y encontró el espacio así, yermo.
El local que ocupaba la “Reytel Jorge”, que así se llama el centro escolar, hacía tiempo ya que no fungía como plantel de Primaria. Cuentan que fue por la falta de pioneros para completar la matrícula que las aulas cerraron y pasó a ser, entonces, sede universitaria municipal.
Asimismo, que resultó el ciclón Ike, allá por el 2008, el causante del destrozo que nubló mi alegría; el mismo temporal malísimo que deterioró la Tienda del Pueblo, y dejó lastres cuantiosos en un municipio que lo padeció potente, en su mayor esplendor.
Pero también desde allá ha llovido mucho y, lamentablemente, el sitio sigue así, y afirman que un par de aulas están convertidas en viviendas, y un puestecito de ventas del agro se inscribe en el espacio que lo divide del popular Departamento Comercial.
No es el único caso. En toda la provincia te encuentras lugares así, marcados por el olvido y el paso inevitable del tiempo. Locomotoras que fueron orgullo de los centrales y hoy, a merced del clima, carecen de cualquier esplendor; ecos de la ruta del esclavo que se mantienen en pie por puras maromas del destino, y muchos de los lugares que nos fueron entrañables y hoy están flechados por la desidia y el desamparo.
Llegar a este punto no ha sido asunto de un día, un mes, ni siquiera una década, y tampoco es un dilema exclusivo de los tuneros; sin embargo, revertirlo aquí, en estas tierras, sí que nos compete a todos.
Ojalá los gobiernos locales, de la mano de la autonomía que ahora lucen y de legislaciones recientes que deslindan responsabilidades concretas en tal sentido, actúen en consecuencia, se nutran del saber añejo del pueblo y reviertan lastres tristísimos que nos empobrecen el alma y dañan esperanza y camino.
Son tiempos estos en los que la fe, esa indeleble, hasta caduca al ardor de tanta crisis; y resulta cuando menos peligroso que no se ajusten desde lo local mecanismos sólidos para darles vida a los espacios y enchufarnos aires de porvenir.
Un parquecito infantil, un espacio para hacer deporte, un emprendimiento particular y hasta convertir, legalmente, el sitio en casas de viviendas a damnificados… todo lo que pasa ahora por la cabeza de esta periodista es menos duro que ver el lugar así, solo y disperso entre el ardor de mi infancia.