Las Tunas.- Estaba escondido detrás del cordel de pañales recién hervidos cuando su mamá se presentó a conocer al nieto. Ella estuvo haciendo pucheros ante el cuerpecito dormido hasta que escuchó que su hijo estaba lavando, ahí en el patio, a la vista de los vecinos. Enseguida soltó la cartera y agarró las palanganas. “Mijo, tú no puedes hacer eso”, le regañó con cariño, y por lo bajo le recordó que ella había parido tres veces y su esposo jamás tocó un pañal.
Félix no entiende muy bien cómo asumir la paternidad. Cuando pidió permiso en el trabajo para cuidar a su mujer y enfrentar juntos los retos de una cesárea, el jefe lo miró con desagrado y la jefa de Personal le preguntó si su suegra no podía encargarse, al menos en la cuarentena. “De cualquier forma, los hombres lo que hacen es estorbar”.
Sus amigos cuarentones no le perdonan que ahora sea él quien cocine, “en cualquier momento usas faldas”; y se ríen cuando sale casi corriendo porque se va la “luz” y tiene que adelantar el almuerzo, o cuando llega estresado porque “el dinero no le da para los pampers”, “el precio de la malanga se pegó en los 300.00”, y se queja por lo caro que es tener un niño y cómo la crisis económica te amputa las ganas de una familia grande.
Félix cumple con lo que él considera su rol de esposo y padre, sin muchas nociones porque creció en una casa donde papá llevaba los pocos pesos- el resto se los gastaba con mujeres- y mamá brillaba con la plancha en la mano, entre zurcidos, pudines y con el mismo juego de falda de siempre porque las amas de casa no necesitan mucha ropa. Él hace lo que cree correcto, pero su entorno no lo deja, lo avergüenza por el hombre que es.
Las masculinidades en Cuba vienen entre tonos grises, y aunque algunas pujen por sacar lo mejor a flote, hay mucho machismo a modo de parche, para defender las banderas del macho alfa, varón dominante. Hablamos de un conjunto de características, comportamientos y roles que la sociedad atribuye a los hombres y pueden ser físicas, psíquicas o morales, y varían según la cultura y el contexto social.
Las masculinidades no son estáticas ni universales; son construcciones sociales que pueden cambiar y adaptarse con el tiempo. La reflexión y el cuestionamiento de estos modelos son esenciales para avanzar hacia una sociedad más equitativa y justa, pero se empieza desde los primeros años, al calor del hogar, y en eso las mujeres jugamos el papel de fomentar los cambios o perpetuar el mismo machismo que en algún momento a todas nos toca de cerca.
En cómo criamos a nuestros hijos está la diferencia. De grande estará idiotizado frente a la pantalla del televisor mientras su esposa lava y limpia, permanecerá ajeno a la vorágine del hogar, se sentirá superior en el marco familiar y, por tanto, él dictará las leyes, o se hará cargo de sus responsabilidades parentales sin afán de ayudar, sino de compartir los embates del día a día entre cuatro paredes, máxime en estos tiempos donde un buen compañero puede ser el ancla de la cordura.
Cuando decidimos colmar al varón de los estereotipos de género, no lo estamos protegiendo, todo lo contrario, ponemos sobre sus espaldas un peso que no siempre quieren cargar.
En Cuba, los estereotipos que afectan a las masculinidades están profundamente arraigados en la cultura y las normas sociales. Por ejemplo, existe una expectativa de que los hombres deben ser los principales proveedores económicos de sus familias. Esto, por supuesto, los aleja de participar en roles de cuidado y afecto dentro del hogar.
Además, históricamente se espera que sean emocionalmente fuertes y no muestren vulnerabilidad, cuestión que a la par trae consigo la represión de emociones y dificultades para buscar ayuda en momentos de necesidad.
Por otra parte, la sociedad cubana tradicionalmente ha promovido la heterosexualidad como la norma, lo que puede llevar a la discriminación y estigmatización de hombres que no se ajustan a esta expectativa. Desde los chistes en programas televisivos hasta aquello "de que tanta divulgación promueve la homosexualidad". Las masculinidades aún tienen muy duro el alejarse del rol hegemónico.
Basta una ojeada para comprobar que aún se valora la imagen del macho dominante y controlador, tanto en el ámbito público como privado, estereotipo que perpetúa comportamientos machistas y la violencia de género. Y sobre todo las labores del hogar y el cuidado de los hijos suelen ser vistas como responsabilidades femeninas. Primero, por nosotras mismas, las mujeres.
En nuestro país, el concepto de masculinidades puja hacia arriba y está experimentando una transformación significativa que busca cuestionar y redefinir lo que significa ser hombre en la sociedad cubana contemporánea. Pero todavía estamos muy lejos, como colectividad, para servir la mesa hacia lo que puede ser un convite a la igualdad de género, la empatía y la colaboración.