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d Camilo Cienfuegos
Las Tunas.- En un recodo de la memoria colectiva cubana, el nombre de Camilo Cienfuegos resuena con fuerza inquebrantable. Su figura, siempre rodeada de un halo de heroísmo y camaradería, se erige como símbolo de la Revolución, un faro que ilumina el sendero hacia la justicia y la soberanía. En la Isla, su legado se siente vivo, vibrante, como el eco de su risa.

El 28 de octubre, las plazas, bien temprano, cuando el sol acaricia suavemente el suelo nacional, se llenan de rostros que recuerdan al Señor de la Vanguardia. Niños, jóvenes y ancianos, todos unidos por un mismo sentimiento: la admiración por aquel guerrillero que no solo luchó en el campo de batalla, sino que también supo conectar con el pueblo. Camilo no era únicamente un líder; era un amigo, un compañero, un hermano que compartía las penas y las alegrías de los cubanos.

Las historias sobre él se cuentan con fervor en cada acto conmemorativo. Recuerdan su valentía en las montañas de la Sierra Maestra, su inexorable lealtad a Fidel y a los ideales revolucionarios. Pero más allá de sus hazañas militares, lo que realmente perdura es su esencia humana. Camilo sabía escuchar, comprendía las inquietudes del campesino y del obrero. Su carácter jovial lo hacían accesible, incluso, en los momentos más oscuros.

Camilo, hombre de pueblo: aquel que compartía su comida con los más necesitados, que se detenía a ayudar a quienes encontraba en su camino. Se habla de su amor por la música, su pasión por la vida y su deseo ferviente de construir un futuro mejor para todos.

En cada predio de Cuba, desde las montañas hasta las ciudades, el espíritu del comandante Cienfuegos late, permanece, recordándonos que la lucha por la libertad nunca termina.