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Piedad foto Chimeno 1

Las Tunas.- Piedad Herrera Núñez dice con frecuencia a sus más cercanos que, en el año 2014, cuando llegó a la dirección de Acueducto en el municipio de Las Tunas, la operaron de los nervios, se quedó sin ellos. Y no es para menos.

Había arribado al lugar buscando cercanía con la casa y un mejor salario, estaba instalada en el área de Recursos Humanos y no previó el temporal que sobrevendría a su existencia entre el ir y venir de las pipas, las roturas a diestra y siniestra, los sitios altos de la ciudad y sus dinámicas, y todo el alboroto que es el trabajo para quienes están atendiendo problemas cruciales de la población desde un organismo complejo y sensible.

Asegura que se vio obligada a conocer los procesos desde dentro porque es lo mínimo que exigía su función de recién llegada y, de pronto, se encontró encaramada en aquellos aparatos hasta las 11:00 de la noche, entendió mejor eso de “no tener horarios” y se fue enamorando de esa suerte de realidad convulsa, trepidante. Un camino que todavía transita con igual pasión y que, para fortuna de su buena vida, ha contado siempre con el apoyo de su esposo y sus dos hijas, ya profesionales.

“Me faltaba aprender mucho cuando asumí la dirección de la unidad empresarial de base (UEB), hace ya 10 años. Y mi esposo, que es jubilado del Ministerio del Interior (Minint), casi se ha dedicado a la casa por completo para que yo pueda desempeñar bien mi labor; sin él todo habría sido imposible. Confieso que, cuando se hace algo que a la gente le da satisfacción real, una también la siente, por lo menos a mí me pasa así.

“Además, no me considero la directora, soy una más del colectivo y tengo la satisfacción de que aquí los trabajadores me sienten de esa manera; ellos conmigo ‘tiran p'alante’, confían en mí. Eso me llena de orgullo”.

Piedad asegura que le cae atrás al agua en la ciudad; algo así como encontrar un salidero y seguirle la pista para ver de dónde proviene y, aunque no puede resolver en el momento cada caso, lo localiza, entiende qué lo provoca, y siempre vuelve.

Desde pequeña se acostumbró a hacer las cosas bien y no dejarlas a medias. Destila satisfacción al recordar que fue una “niña grande”; un poco bellaca, sí, porque siendo la menor de todos y con hermanos hombres ya era fácil malcriarla un poquito.

“Crecí en un ambiente muy humilde y revolucionario. Tengo un hermano que recuerda a cada rato que me dejó a los 14 años siendo presidenta de un Comité de Defensa de la Revolución (CDR), en el barrio de El Marabú; y a partir de ahí fui andando.

“Me gusta el quehacer comunitario, allí hicimos mucho y después en la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC). Recuerdo el empeño por devolver desvinculados al trabajo, crear grupos de instrucción de la casa de cultura y más, desde ese lugar entrañable en el que tantos nos esforzamos”.

Cuando habla, te mira de frente; tiene una voz firme y serena para atenderlo todo, como si supiera de antemano lo que va a suceder. Dicen que eso es propio de las almas curtidas, que han recorrido mucho y entienden, sin necesidad de más.

La escucho y pienso en cómo se asumen tantos problemas de otros día a día, sin perder la flema de mujer que la envuelve, la luce, la define. Entonces sonríe.

“El director de Acueducto no puede estar detrás del buró, esta es una labor muy operativa. Estoy constantemente vinculada a las comunidades y me mantengo de manera perenne al habla con los delegados de las circunscripciones y los presidentes de consejo. Ellos son una gran fortaleza en mi labor.

“Hablo mucho con la gente, tengo quienes me llaman por cualquier cosa y con ellos aprendo. Siempre tomo nota de las quejas que me llegan, cada una me enseña algo de la ciudad y sus lugares”.

Sí que hay días en los que ha querido tirar la toalla porque también se le han salido los demonios ante tanta carencia, la insensibilidad que encuentras en disímiles partes y la inoperancia, esa suerte de cáncer social al que planta cara, llamando a hacer desde el ejemplo.

Piedad ama lo que hace, se le descubre en la mirada, le preguntas por un cuadrante de la ciudad cualquiera y te dibuja a lápiz las calles que lo componen, sabe por qué vía reciben agua, la razón concreta de la inconformidad de algún vecino, dónde está la cisterna comunitaria y hasta cuándo fue la última vez que les llegó el líquido a la zona.

Se mueve en un entorno complejo, de notables deudas sociales, por eso está acostumbrada a no complacer a todos y pendiente de hacer lo justo en cada lugar hasta donde le sea posible. Es madre, mujer y guerrera; sí, hace honor a su nombre y es, al menos eso delatan sus ojos, sumamente feliz con el camino que recorre cada mañana.