foto planta eléctric

Las Tunas.- En medio de la oscuridad incorruptible de la cuadra, “alentada” por uno de los tantos apagones, Elia echó a andar por primera vez su planta eléctrica. Venía con todo el sacrificio de un hijo en el exterior del país que había pagado el envío, un mes antes, para que su familia pudiera dormir en las noches y, de paso, evadir la molesta concomitancia con la hornilla de carbón.

Encontrar la gasolina fue otro de los escollos en su camino hacia la “civilización”. Después de varios intentos e inflación mediante, finalmente logró alumbrar su portal, cual luciérnaga, en medio de un panorama a tientas. Pero las letras rojas del manual nunca se pronunciaron en español.

La primera ubicación que encontró para su generador fue el patio de su pequeña casa, de menos de 2 metros cuadrados de ancho, y totalmente encerrado por una pared alta de ladrillos. Lo puso justo del otro lado de la persiana del cuarto donde duerme, porque, como es lógico, no quería que fueran a robárselo, “no sería ni el primero ni el último de los casos…”.

La cuestión es que nadie le advirtió del peligro que conlleva el uso de los generadores portátiles que involucran combustibles fósiles. Es cierto que no desprenden humo, que no se siente ningún olor, pero todos, sin excepción, emiten monóxido de carbono como resultado del proceso, una sustancia que se conoce como el asesino invisible.

Las Tunas tiene un triste historial de intoxicaciones por este gas que han generado muchísimo dolor en varias familias. El año pasado, la redes sociales expusieron la muerte de dos personas en “Amancio”, entre ellas una niña pequeña, a consecuencia del mal empleo de una planta eléctrica. Pareciera que estas fatalidades dejarían una cortina de enseñanzas al respecto, pero qué va, este todavía es un tema para preocuparse.

En los barrios, el miedo a los robos hace que los dueños de estos equipos corran riesgos de intoxicación y, de paso, someten a sus vecinos a andar también en terrenos movedizos.

La Agencia Federal para el Manejo de Emergencias (FEMA) en Estados Unidos, de donde provienen muchos de estos equipamientos que hoy manejamos los cubanos, alerta operarlos al aire libre, al menos a 20 pies de distancia de los hogares, con el escape apuntando en dirección opuesta a ventanas y puertas. Asimismo, asegura, que la utilización de ventiladores no evitará la acumulación de gas, de hecho, puede hacer el ambiente más peligroso.

Para los incrédulos hay datos muy ilustrativos: se ha comprobado que estos pequeños generadores pueden emitir tanto monóxido de carbono como 450 automóviles. El gas afecta, sobre todo, al cerebro y el corazón; los síntomas más evidentes son dolor de cabeza, debilidad, mareos, náuseas, confusión, visión borrosa y somnolencia. Incluso, puede causar daño cerebral o muerte antes de que alguien perciba que hay un problema.

En otros países es mucho más sencillo preservar la vida porque existen alarmas para detectar la acumulación de este “huésped indeseable”. Acá, resulta alarmante el uso irresponsable de plantas en edificios o barrios superpoblados. Preocupa que las alertas no sean constantes cuando las autoridades de Salud conocen de las singularidades de estos “tiempos de oscuridad”.

Después de la covid-19, muchos no volvieron a ser los mismos; quienes enfermaron de gravedad quedaron muy vulnerables a problemas respiratorios, principalmente los ancianos. Afrontar el fenómeno con precaución es cuidar a las personas que nos importan.
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Elia es una mujer precavida y quitó su generador portátil del lado de la ventana. Lo pone ahora en su portal, a 2 metros de la puerta de la sala de su casa. Ella cree que actúa correctamente, pero juega con variables que en cualquier momento se pueden revertir en peligro para todos los que, sin remedio, tienen que compartir su mismo oxígeno.

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