Las Tunas.- Las mujeres de la familia La O Zayas parecen traer en sangre la voluntad de curar y destilar humanismo por los poros. Es una historia que quizás de alguna manera misteriosa empezó allá, en los montes perdidos de un pueblito llamado Mateo Sánchez, perteneciente al municipio de Mayarí, de la provincia de Holguín.
Por los rumbos que coge la vida, Las Tunas se convirtió en el crisol de sus amores y acá sembraron las semillas de un apellido que, entre el golpe del pilón y el fogón de leña, conquistó respeto. Antes, dejaron profundas huellas en su pueblo natal y el hospital Mártires de Mayarí. Entre estos “mundos” perduran las huellas y los coterráneos sienten hoy esos riachuelos blancos que llevan con altruismo, vinculados con una de las profesiones dadoras de vida y bienestar social: la Salud Pública.
RAÍCES DE LA MEMORIA
Evangelina Zayas traía sangre africana y mambí. La humildad y el coraje le multiplicaron panes y peces para criar a sus hijos, cinco hembras y dos varones. La oscuridad del monte no le aplacó los ánimos y se vio de comadrona por aquellos caminos. De la sabia de servir y crecerse bajo el sol y los entuertos bebieron, sin dudas, sus “vejigos”.
Para el viejo Fermín La O los días y semanas tenían el color del tiempo. Si llovía, había cosecha, comida y paz. En sequía y tiempo malo, desvelos y temores. Así, brincando piedras y descalzos, la prole rompió la ignorancia en una escuelita cercana. La vida viró la hoja. “Mateo Sánchez” quedó atrás.
Las muchachitas y uno de los varones salieron a buscar la luz que trajo el año 1959. La alborada de Enero no podían perderla. Esos negros soñaban alto para seguir en aquella pequeña finca de grises y pobrezas. Se apretaron los cordones y buscaron sus mañanas.
DE TODAS, UN POCO
Ser enfermeras era una hermosa elección que tenían delante de los ojos. Había que terminar los estudios y preparar el camino del futuro. María Antonia quería estudiar. Terminó la Secundaria en 1966 y pasó el curso de emergente. Con 18 años entró vestida del uniforme de sueños en el hospital rural de Arroyo Seco, de Pinares de Mayarí. Estudiando y trabajando ganó el grado 12. Y en el “Mártires de Mayarí” escaló su próxima meta: hacerse enfermera obstetra en el hospital de Holguín. Nunca imaginó que este sería el puente que la traería definitivamente a Las Tunas.
El déficit de esa especialidad la ubicó, en la década del 70, en el centro asistencial rural de Bartle, donde se jubiló luego de 44 años de trabajo. Cumplió misión en Duaca, Venezuela, en el estado de Lara, en el 2007. Es hoy una abuela feliz y madre de muchos hijos allí, donde jamás renuncia a ser enfermera y nadie olvida que dieron el primer grito en sus manos.
Juanita, la mayor, se inclinó por ser asistente de Estomatología, pero terminó como auxiliar general del centro hospitalario del municipio. Tiene dos nietas médicos. Martha atrapó las raíces de llevar la cofia hasta “que las fuerzas le den”. A su tiempo, se llegó al hospital Lenin y tejió su meta. El “Guevara” sabe sus pasos de memoria y su amor por la Enfermería.
No hace mucho regresó de los cerros y alumbró “Barrio Adentro” junto a su hija, la doctora y especialista en Medicina General Integral (MGI) Iris Lidia Brooks. Por segunda vez era internacionalista.
Julia, otra de las hijas, luego de insertarse como joven campesina en 1961 a las escuelas Ana Betancourt, en La Habana, pasó un curso de Administración en Salud. En tanto Bertoldo, uno de los varones, incrustó también su herencia en Salud Pública. Ambas hijas trabajan en el hospital Ernesto Guevara de la Serna. Niurka es secretaria de la sala de Terapia Intensiva y Norma, jefa de Dietética. Noelia, la otra hermana, es asistente de Estomatología.
No solo el amor por salvar vidas y las batas blancas las unen. Dania, quien se quedó a vivir en Mayarí, ganó por allá su misión en tierras venezolanas, otro eslabón que las enlaza. Mientras, aquí, la doctora y especialista en MGI María de los Ángeles Gutiérrez, la “heredera” de Julia, la seleccionaron para ese llamado y ambas se encuentran en el estado La Guaira. Ya habían coincidido en Barinas.
EL MISTERIO DE LA PARROQUIA URIMARE
Nunca imaginaron Dania y María de los Ángeles que una pandemia le sobrecogería el pecho en medio de los cerros. Un torbellino de sobresaltos fue inevitable. En Cuba se reportaban los primeros casos. Sin embargo, el nuevo desafío apenas les dejaba tiempo. La dinámica del trabajo tenía un objetivo esencial: pesquisar la comunidad. Allá se fueron la tía y la sobrina. Recibieron la preparación necesaria y cada mañana, desde hace poco más de dos meses, andan de batalla por la vida.
Todo comenzó cuando la Covid-19 se regó como humo maldito por el mundo. Dania era la asesora docente del Estado, pero las responsabilidades que asumieron los colaboradores cubanos en sus CDI las volvieron a juntar.
Esta es la primera vez que trabajamos juntas -me cuenta María de los Ángeles por Messenger-. Ver a mi tía en mi CDI Guaracarumbo, tomar la buseta todos los días para llegar a nuestros destinos y sentirla junto a mí ha sido maravilloso. Me impresionó su destreza, sus conocimientos y motivarme siempre a ser mejor.
Para Dania no es menos significativo acompañar a su sobrina. En el pecho le laten las emociones y los recuerdos de “la negrita que vio crecer”. A pesar de la cercanía familiar, descubrirla toda una mujer y una profesional disciplinada y competente le humedece los ojos.
Bajo sus pies se mueven los misterios que esconden los trechos y las lomas de la parroquia Urimare, de gente humilde, quienes las reciben con gratitud y confianza. Ellas, entre el asombro y la voluntad, se entregan para poner en alto el palpitar de la Isla en las tierras del comandante Chávez.
No hay cansancios aunque duelan las piernas. Lo vital es que no aparezcan enfermos en La Guaira. Este es el principio de fortaleza de todos los colaboradores allí.
¿HISTORIA CERRADA?
Serviciales, alegres, jaraneras y “fieras” para el trabajo estas negras dulzonas se me antojan riachuelos blancos por calles, montes, salones de parto, laboratorios, llanos y montañas. Ninguna busca los porqués de esta pasión por la Medicina. Cumplir sus misiones, deberes y tareas es lo primario.
Diplomas, medallas y reconocimientos lo avalan. No creo que apostaré por gusto si dejo abierta esta historia. Desde los montes y del vientre de Evangelina salieron estas mambisas, quienes hacen brillar de dignidad sus batas blancas. Los genes están vivos. Las generaciones por venir dirán la última palabra. Es solo cuestión de tiempo. Lo cierto es que a ellas les deben vida y felicidad cientos de cubanos y venezolanos, tuneros y holguineros.