reinierLas Tunas.- Bastó una hora para que Reinier Segura Peña diera el sí definitivo. No podía partir hacia un centro de aislamiento de sospechosos de la Covid-19 sin antes dejar a buen resguardo a los suyos. No era para menos, en casa tenía a su madre convaleciente de una caída que le afectó la primera vértebra lumbar, su esposa con 30 semanas de embarazo y un padre de la tercera edad, aún activo en una labor de gran compromiso.

Aquel llamado le llegaba en circunstancias difíciles, pero se las ingenió para integrar las filas de los primeros grupos en asistir a pacientes en Los Cocos y luego en Los Caciques. El orgullo salta de sus palabras cuando narra lo vivido; y lo que para otros representaría un verdadero sacrificio, él lo asume con la naturalidad que emana de su amor a la profesión. Y justamente esa entrega incondicional lo motivó a cumplir esta noble misión en tierra propia.

“Es la tarea más sensible y riesgosa a la que me he enfrentado. Tuvimos que extremar los cuidados; nos colocábamos los trajes, y una vez que atendíamos al paciente desechábamos la ropa en un punto neutro para su desinfección en la lavandería. Cada tres horas cambiábamos los nasobucos”.

Reinier se llevó consigo no solo la experiencia profesional, también la solidaridad y el afecto surgidos de esos días en los que, asegura, ganó una familia. Lo dice, incluso, con añoranza de quienes junto a él retaron la Covid-19; aun cuando no le vieron descubierto el rostro.

“No tuvimos pacientes positivos al SARS-CoV-2 en el tiempo que permanecí en esos centros; incluso así, ante la posibilidad siempre cumplimos con las orientaciones para la seguridad de ellos y la nuestra. No faltó el apoyo del personal de mantenimiento, de limpieza, pantristas…

“Dividirnos por grupos resultó una estrategia efectiva, cada equipo estaba integrado por tres médicos y cuatro enfermeras. Recibíamos temprano la guardia y examinábamos a todos los ingresados tres veces al día. Disponíamos de una cabaña para el descanso, alejada del perímetro asistencial”.

Cuenta que allí dentro, el ritmo de trabajo no deja espacio al reposo, pero la salud de todos vale el esfuerzo. Para los agradecidos no hicieron falta los rostros; les bastó saber que detrás de aquellos trajes protectores latían corazones humildes dispuestos a salvar sus vidas.

Fue una tremenda satisfacción verlos salir recuperados y sin la enfermedad. Ellos no podían identificarnos, pero se despedían con una sonrisa y un 'gracias médico'. Era la manera de premiarnos, además de los aplausos sinceros que nos dedicaban cada noche”.

ANTEPONER EL DEBER A LOS MIEDOS

josecarlosEn aquel sitio afloraron disímiles emociones y cada uno de sus protagonistas guardó vivencias y gratos recuerdos. El doctor José Carlos Martínez Nieto tampoco vaciló y salió del hogar resuelto a cumplir con el deber.

“Fui convocado a través de la jefa de mi grupo básico de trabajo y llegado el momento acudí al centro Los Caciques. Allí laboramos 24 horas dentro de una zona roja, utilizando los medios precisos.

“Al principio nos tocó crear condiciones para un mejor desempeño, y comenzar a lidiar con una enfermedad nueva de la que solo teníamos referencia de China y otros países. Después de pasar 14 días en la 'zona caliente' se sale con más conocimientos”.

La entrega absoluta le viene en los genes, pues su madre integra el ejército de batas blancas. “Ella ya tiene una vasta experiencia e incluso, colaboró con otras naciones; yo trato de seguir ese ejemplo”, dice sin poder ocultar su admiración.

Martínez Nieto no niega que tuvo miedo, y eso, también lo engrandece. Ni el sentimiento de autoprotección, tan propio del ser humano, le hizo repensar su decisión. “La Covid-19 es altamente contagiosa y uno posee el temor de enfermar, pero nunca dudé en prestar servicio. Escogí esta profesión para proteger vidas y soy feliz por ello”. Desde hace tres años integra las filas de los valientes, y lo probó.

TRAS EL AISLAMIENTO

Una vez culminada la misión, ambos galenos pasaron aislados un período de 14 días, al igual que el resto de la brigada. Ahora permanecen al abrigo de su casa, como establecen los protocolos.

Mientras Reinier espera ansioso la llegada de su primogénito, José Carlos aprovecha para disfrutar de la familia; los dos con esa sensación de paz que regala el obrar bien en favor de otros. Y volverían hacerlo sin titubeos; ellos sellaron ese compromiso desde antes, justo en el momento en el que eligieron ser médicos.

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