Las Tunas.- Un encuentro cómplice y conmovedor sucedió como parte de los homenajes que rinde Las Tunas al cumpleaños 95 de Pablo Armando Fernández.
El ambiente conjugó música, pintura y letras, caldo bendito para que afloraran la anécdota y la añoranza.
La menor de sus hijas, Bárbara Fernández, invitada especial a esta Feria, descubrió para los presentes a un padre amantísimo, esencialmente hogareño, y nos deleitó con sus más de 50 años de matrimonio con Maruja, la musa que le anclaba al suelo cuando su cabeza de versos le hacía sobrevolar la vida; y nos develó a un hombre teósofo y comprometido con el arte de una manera visceral.
Ella dijo: “Vivió en La Habana, pero nunca se sintió de allí. Él era de Delicias y de Nueva York, las cunas de su infancia y adolescencia”. Y se emocionó hasta las lágrimas cuando le mostraron el cuadro de su papá que presidirá desde ahora la sede del Centro de Promoción Literaria que lleva su nombre.
Bárbara donó libros, fotos y agradeció a Las Tunas el respeto y compromiso con la obra de su padre, al que cuidó hasta el último aliento, el mismo que de niña iba a buscarla a la escuela, y hasta hacía con ella la cola para comprar “con aquellas libretas de los cupones. Y se pasaba el rato hablando con todo el mundo porque le apasionaba estar rodeado de gente; era un gran conversador y una persona muy asequible, coloquial”.
Ena Vidal, esa augusta hija de Las Tunas, contó cómo le conoció en su niñez, de la afición de Pablo por el teatro, el baile y la alegría más honesta y campechana. Dijo que su nombre está, junto a otros de su estirpe, en la génesis de ProArte, el proyecto cultural nacido en estas tierras y que hoy es, como tantas cosas, una suerte de olvido, de mueca añeja, de deuda pendiente.
Carlos Tamayo, con esa “mala costumbre de andar buscando cosas” (según sus propias palabras), trajo poemas a la cita, contó el placer de recorrer en dos ocasiones la casa habanera del poeta y de cómo las paredes lucían arte, en su máxima expresión, rememorando, incluso, el gusto único de encontrar entre sus cuadros un auténtico Picasso.
Se dijo que Pablo compraba sus propios libros. Una vez publicados, los firmaba e iba distribuyéndolos en las embajadas para que llegaran ejemplares a sus amigos de otras latitudes, “y así romper el bloqueo”; también destacaron anécdotas de su sensibilidad a prueba del tiempo y el legado inmenso que deja en estas tierras.
Indudablemente, una jornada distintiva dentro de estos días de Feria; una que destacó el gusto por lo nuestro desde la voz de un hombre cuya presencia late por acá, pero ronda también múltiples latitudes.
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