Cuatro décadas y media está por cumplir la mayor institución hospitalaria de la provincia. En sus anales, el quehacer de las pantristas cuenta, y mucho
Las Tunas.- Llegó en pleno 1980 al Hospital General Docente Doctor Ernesto Guevara. Por aquellas horas, la mayor institución de su tipo en la provincia era un edificio con olor a pintura fresca, áreas en edificación y mucho ajetreo de personal de servicios. Allá adentro, la primera jornada de Migdalia Salina Castro fue de frente a una montaña de escombros que hizo pequeña a fuerza de espaldas.
Tenía solo 17 años de edad cuando se dispuso a emplearse como auxiliar de limpieza. En casa la animaron porque desde pequeña mostró una disposición sólida para el trabajo duro. Elegir el "Guevara" como centro laboral llevó también el compromiso de la gente y el deseo de sumar esfuerzo en "un lugar cercano donde asegurar la vida de las personas que una quiere".
Aunque algunos trataron de disuadirla y aconsejarle algo más fácil, Migdalia siguió firme en su convicción. Cada jornada era más dura que la anterior porque el hospital iba creciendo poco a poco. Sus brazos lustraron los pasillos que aún se conservan.
Recuerda, roja de la emoción, que aquellos eran tiempos hermosos. Toda la semana le sacaba brillo al mármol, raspaba paredes y pisos y los domingos convocaban a movilizaciones para apoyar tareas económico-productivas. Todavía se rememora casi una niña, delgadita, en un camión lleno de gente, lista para ir a la caña o a algún polo viandero. "Fueron días inolvidables".
EL GORRO DE LOS SERVICIOS
"Ya llevaba tres años trabajando cuando uno de mis jefes directos me propuso optar por la plaza de pantrista. Me dijo que yo era joven y podía irme mejor. Allí, eso sí, tenía que aprender a lidiar con los pacientes y ser el doble de servicial y amable. La verdad es que aquello no era un obstáculo para mí, hasta hoy nunca he tenido problemas con nadie.
"Tuve que pasar un curso y me esforcé muchísimo para no decepcionar a quien me había recomendado. Le cuento que en mi función diaria siempre soy muy cuidadosa, reviso los alimentos, los envases; me preocupo inmensamente por la calidad de lo que les ofrezco a los ingresados, que esté en buen estado.
"Imagine que trabajo en la sala donde están las mujeres que han tenido una cesárea. Me duele ver cómo salen del salón asustadas, adoloridas. Lo menos que puedo hacer es acercarles los alimentos, conversar, animarlas. Ese también es mi trabajo. En esta época tan compleja, en la que les brindamos lo que el hospital puede garantizar, toca complementar con cariño.
"El 'Guevara' ha visto tiempos dorados, de muchos recursos, pero hay que adaptarse a lo que tenemos ahora. De lo que sí puedo dar fe es que en los 45 años que llevo aquí tengo mil anécdotas de cómo los médicos y las enfermeras hacen hasta lo imposible por salvar vidas, yo he visto mucho…
"Perdí a mi mamá en este lugar. Desde entonces nunca ha sido igual, porque hay pasillos que me reviven cosas que no quisiera recordar. Aun así este ha sido mi segundo hogar y el único centro de trabajo que he conocido".
En un bucle invariable, Migdalia despierta con el alba y a las 7:00 am ya está con su gorro bien puesto, a las puertas de la sala para encargarse de distribuir el desayuno. Lleva, además, en ese recorrido, una sonrisa grata y grandes dosis de empatía, aunque cargue problemas personales y carencias como media Cuba. Regresa a su hogar bien entrada la tarde.
Tiene una clave para lograr con éxito su desempeño. "Yo respeto a cada ser humano. Entiendo que nadie que está en el hospital lo hace por placer, que la mayoría están ansiosos y tienen miedo. Con pacientes y familiares hay que actuar como nos gustaría que hicieran con nosotros. El 'Guevara' se compone de muchos servicios y todos son importantes, entonces mi granito de arena también cuenta. Ese es mi orgullo".