Las Tunas.- Casi termina el curso escolar. Los colegios, que hace apenas unos meses estaban llenos de expectativas, de pasos tímidos y mochilas nuevas, empiezan a colmarse de nostalgia. Es junio, y como cada año, con las pruebas finales, inician los adioses. Algunos leves, otros más pesados, pero todos sinceros.
Hay una pausa en el aire. Los pasillos ya no suenan igual. Se respira una mezcla de alivio y tristeza. Los estudiantes comienzan a vaciar gavetas y a sustituir rutinas que, aunque a veces cansaban, les daban sentido a los días.
En cada aula hay historias que no caben en las calificaciones finales. Están los que se superaron en silencio, los que encontraron un amigo para siempre, los que rieron a carcajadas en el recreo, y también los que lloraron una tarde cualquiera sin que nadie lo notara.
Un período lectivo es eso: una suma de momentos. Algunos quedarán grabados con fuerza, otros se irán borrando con el tiempo. Pero hay algo seguro: nada vuelve a ser igual después.
Hay una magia que solo ocurre en la escuela. Un tipo de crecimiento invisible, que no se mide en notas ni en diplomas. Crecer, al final, es aprender a despedirse de lo que ya se conoce, para abrir los brazos a lo que vendrá.
Los alumnos de último grado ya miran con ojos distintos. Saben que este adiós será más grande. Que no regresarán el próximo septiembre a los mismos espacios, ni con los mismos compañeros. Llevan en sus miradas una mezcla de orgullo, temor y esperanza.
Los más pequeños, mientras, se preparan para dejar ir estos meses de ajetreo docente sin entender del todo qué significa “el fin”. Solo saben que durante julio y agosto no verán a la seño, ni al niño con quien comparten la merienda. Pero ellos sí sienten el cambio, aunque no lo sepan nombrar.
Hay abrazos que empiezan a durar un poco más de lo habitual. Cartas dobladas en cuatro, que pasan de mano en mano como pequeños tesoros. Fotografías en los teléfonos que intentan capturar algo que no se puede guardar del todo: las horas compartidas.
En los maestros laten, igualmente, sentimientos encontrados. Orgullo por lo que sembraron, pero también vacío ante lo que poco a poco se va cerrando. No es fácil ver partir a los grupos con los que se convivió día tras día, con quienes se discutió, se rió, se enseñó y aprendió.
Para muchos padres, este lapso es un recordatorio del paso del tiempo. De cómo los hijos crecen más rápido de lo que uno quisiera. Se dan cuenta de que ya no son los niños aquellos que llevaron de la mano en septiembre.
El fin de curso no es solo un trámite académico. Es una despedida simbólica, es el desenlace de una etapa que, aunque repetida año tras año, siempre se siente en premier. Porque cada destacamento, cada niño, cada historia es irrepetible.
En estas jornadas hay quienes celebran haber vencido obstáculos, haber aprobado el examen difícil u obtenido la carrera de sus sueños o no; quizás, hasta haber hecho las paces con alguien. O simplemente, haber llegado hasta aquí, que ya es bastante. A la vez, hay quien se va sin decir lo que quería, quien se queda con una palabra atravesada, con un abrazo pendiente. Y es que no todos los cierres son perfectos. Pero todos enseñan algo.
Mientras comienzan a bajarse las cortinas del curso escolar 2024-2025, lo único que queda claro es que la escuela sigue siendo un lugar donde pasan cosas importantes. Cosas que no siempre se ven, pero que transforman.
Y aunque los pupitres pronto se vaciarán, volverán a llenarse, con nuevas voces, nuevas dudas, nuevas ilusiones. Porque la escuela no se detiene. Solo se toma un respiro, como quien cierra los ojos un instante para soñar mejor.