Encuentro de primeros estudiantes de preuniversitario en Las Tunas

Las Tunas.- Nelva Rosario y los muchachos que conforman la primera graduación del Preuniversitario en Las Tunas tienen una linda historia de amor. Se entrelaza más allá del mar, el tiempo, la nostalgia... y cada vez que se abrazan, en los ojos se les descubre esa mezcla sagrada que es fruto de la complicidad y el goce.

Por eso, siempre que ella o alguno de sus alumnos me invitan a participar de los encuentros que hacen para “ponerse al día y avivar nostalgias”, ajusto mis agendas y me sumo, aunque sea unos minutos, al festival de sonrisas, anécdotas y picardías que saborean con tanto deleite.

Hace unas pocas jornadas vivimos una ocasión así. La directora los convocó para celebrar el aniversario 50 de la primera graduación de bachilleres que tuvo Las Tunas.

Hicieron la parte más seria de la velada en el ahora museo provincial Vicente García, el sitio en el que se formaron como bachilleres porque, en aquellos años primigenios, sus salones eran las aulas.

Fueron llegando dispersos. Algunos venían del trabajo, otros traían de la mano a sus nietos y estaban los que se reían a carcajadas, solo de verse, porque la memoria siempre les refresca recuerdos juntos.

Se acomodaron en el salón principal, que para ellos no es otra cosa que el laboratorio de Química, y esperaron, quietos, a que entrara la profe Nelva, escoltada por Rafael Hernández y Carlos Tamayo, quien, muy bajito, le dijo a su maestra: “Eres una rosa entre dos espinas”.

Pero ella no lo escuchó. En ese minuto sus 86 años de edad bien vividos pesaron como siglos y la vista de la docente andaba perdida, entre los rostros de sus muchachos, ya crecidos, y las remembranzas por los tiempos en los que ayudó a forjar la maravilla de la Enseñanza Preuniversitaria en este Balcón.

Hicieron silencio para escucharla y repitieron: “¡Presente!” cada vez que se mencionaba el nombre de alguno de los compañeros del grupo que ya no están, porque la muerte, magra e imprevista, se los ha ido llevando.

Nelva les dijo muchas veces “gracias”; también les alentó: “Abracen la vida y la felicidad de la existencia”, y rememoró para ellos el ardor de aquella perseverancia que les abrió la puerta de las aulas.

“Fue el lunes 4 de octubre de 1971 cuando comenzaron las clases. Recuerdo que éramos ocho profesores para dar todas las asignaturas, y que la mayoría procedíamos de la secundaria Cucalambé.

“Una de esas maestras (Nirma Sánchez Agramonte) fungía, además, como secretaria docente y no teníamos director; porque la propuesta era Emilio Rosales, que estaba como profesor en el pedagógico de Holguín, esperando todavía a que lo liberaran para asumir la responsabilidad acá.

“Nos paramos en la puerta a recibir a los muchachos el primer día de clases, y recuerdo que la cifra estaba muy por debajo de los más de 200 que exigía el Ministerio de Educación en Cuba para comenzar. Ustedes eran apenas un puñadito, pero uno de oro, y valía la pena luchar por cada uno. Así lo hicimos”.

Nelva les habló de los tropiezos, del viaje a Santiago de Cuba para reunirse con la Dirección Provincial de Oriente, hacer un análisis y conseguir la aprobación para el funcionamiento del pre en el territorio de Tunas-Puerto Padre. Y de esa derrota.

Les dijo que fue Faure Chomón el que partió entonces a La Habana para hablar en persona con el ministro de Educación, José Ramón Fernández; y así se consiguió la aprobación. Y que tampoco había locales, profesores, mobiliario, pero todo se fue engranando con esfuerzo y la determinación de acero del comandante Mediavilla.

Los rostros se fueron endureciendo, algunos estaban llorosos y otros seguían husmeando entre los presentes hasta encontrar la sonrisa del amigo de aulas, el que hizo a su lado lo mismo una obra de teatro, que alguna travesura de aquellas que volvían más llevadero el tiempo de la escuela al campo, o las tantas actividades productivas que protagonizaron.

Hablaron del profe Eduardo Barciela Hidalgo y de los días en los que, desde su cama de enfermo, daba en la mañana al monitor de Español, Carlos Tamayo, las clases que debía impartir en la tarde sin remilgos ni distracciones.

Pusieron flores a Vicente García y a José Martí, recordaron juntos el banco del parque en el que se sentaban entonces a arrullar todo lo posible del futuro y se juntaron a compartir después lo mismo un trago, que un dulce; con el alborozo de ser la primera graduación de Preuniversitario en Las Tunas y celebrar ya 50 años del día en el que recibieron sus títulos, orondos.

Dio gusto ver sus abrazos, las anécdotas que hacían bien bajito, porque todavía guardan secretos valiosos entre ellos y recibieron, desde el WhatsApp, el rostro cómplice de los del grupo que, ahora en otras latitudes, no quisieron estar al margen de la fiesta.

Fue una de las tantas jornadas memorables que han vivido juntos, orgullosos de los pasos firmes que dieron y hoy aúpan al porvenir.

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