Las Tunas.- La plaga de ruidos y contentos anda suelta, acompaña sin medida a la violencia física. En lo particular me sabe a desorden e indisciplina, falta de educación, malas costumbres, irrespeto a la convivencia ciudadana, y fundamentalmente, profanación ambiental. Creo que hasta los desagradables protagonistas se sienten con algún grado de impunidad o poder. De lo contrario, cómo circulan sin un mínimo rango de prudencia por nuestros barrios y agreden de tal forma la ciudad.
Por suerte, no todos los conductores de motos, motorinas, cocotaxis, vehículos, coches, bicitaxis y pachangas son agresores sonoros. Incluso, llevan su música y con el derecho que le asiste la escuchan desde sus equipos, pero con moderación. Los otros, al parecer, ignoran que contaminar el ambiente es sancionable, aunque todavía estemos muy lejos de concientizarlo y sancionarlo.
En Cuba existen varias normas jurídicas para regular el ruido y promover un paisaje sonoro saludable, sin contar que en el 2015, a nivel de Gobierno, se crearon comisiones de enfrentamiento a la agresión por ruido.
Sin embargo, cada día es evidente la necesidad de ponerle freno a esta dañina invasión acústica y respetar lo que hacemos a favor de nuestra salud. Violar los límites máximos para una correcta habitabilidad de los decibelios establecidos como normales (55) es altamente perjudicial al oído humano.
No es capricho levantar las alertas contra el ruido, sobre el cual existe entre las personas cierta percepción de riesgo, pero no el alcance real de cuánto enferma a largo plazo, sino inmediato. Considerado un agente invisible, pocos asocian sus malestares en determinados sitios con la exposición a emisiones sonoras de altos decibeles.
Los estudios revelan que ocasiona pérdida progresiva de la audición, cansancio, interferencias en la comunicación, perturbación del sueño, irritabilidad, estrés, disminución del rendimiento y la concentración, dolor de cabeza, agresividad, alteración de la presión arterial y del ritmo cardíaco, problemas de estómago, disminución del sistema inmune y estados depresivos, entre otras anomalías.
Llegan las vacaciones y la casa vuelve a los tiempos del bullicio perenne, entre calores intensos y muchas complejidades domésticas. Estar contentos, celebrar la vida, a pesar de todo, es una actitud inteligente y positiva, necesaria…, pero cuidado con las agresiones sonoras bajo techo y el volumen de los audífonos en sus oídos. No perturbe el ambiente de los más pequeños.
Ese espacio común que requiere del respeto de todos, la calle, no la contamine ni tampoco lastime a sus paisanos así no más. Muchas madres en medio de apagones y mosquitos logran dormir a sus niños. No es justo que un desfile de motos y motorinas, o un vecino irresponsable, les rompa el ya alterado equilibrio emocional y hogareño. Tampoco vale que sean las multas los "controladores" de todo. Ni que se apliquen "a unos sí y otros no".
Nada se logra con sancionar al ciudadano común si en las actividades públicas y comunitarias se ponen los "megabafles" multiplicando por "N" los decibeles permitidos. El ruido es malo, silencioso para causar su daño, mortal con el tiempo. Actuemos, aunque el país carezca de los sonómetros y la tecnología requerida para demostrar su potencia y efectos sobre nosotros.
No se trata de callarnos ni esconder la alegría. Justo lo contrario. Es vivir en la cultura de un ambiente sonoro natural, agradable y sano. Respetemos este corto viaje por la tierra y, más que todo, la salud de los niños. Si se levanta la voz que sea para exigir silencio. Esa bulla estridente mata y lo hace lentamente. Razones antes de poner el altavoz.
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