Las Tunas.- No era la primera vez que tenía el presentimiento de que alguien la observaba. Veladas anteriores ya había percibido ruidos extraños en su ventana, la que acostumbraba a dejar abierta hasta la hora de dormir, y así disfrutar del fresco.
Una noche decidió irse a descansar más temprano. Estaba exhausta, el cansancio cerraba sus ojos y su serie favorita tardaría en comenzar. Apagó la luz del cuarto, se quedó solamente con el vestidito de dormir y estuvo algunos minutos en la cama, la única iluminación era la emitida por el televisor.
La precaución la hizo levantarse. Se acercó a la ventana con el fin de cerrarla, pero la costumbre de mirar afuera le robó en segundos el sueño y la calma. Lo vio, o eso intentó, estaba oscuro. Divisó la silueta que había sentido husmear en sus espacios.
El grito despertó a su esposo, quien rápidamente se puso a la defensiva; pero el "curioso" puso pies en polvorosa y se perdió en la noche. Ella no pudo ver su rostro, pero las intenciones la mantuvieron insomne, asustada en su propio cuarto.
Su esposo tampoco durmió esa noche, vigilante, atento. Ella, muchas veces se levantó en la madrugada para cerciorarse de que todas las puertas y ventanas estaban bien cerradas. Incluso, llevaron a los niños al cuarto, si dormían todos juntos, podían mantener el sosiego.
Pasaron los días, y el susto se fue. Esa experiencia ya no estaba en su memoria, al menos, no tan latente. Hasta que ocurrió otra vez. En esta ocasión las ventanas sí estaban cerradas; pero volvió a divisar la silueta a través de los cristales, esos cristales que a pesar de tener dibujos le brindaban una panorámica al "observador".
En la actividad de su cuarto, con su esposo, a medio vestir, la figura tras el cristal se volvió nítida, él estaba mirando. Sin embargo, una vez más no pudieron averiguar quién husmeaba;acoso desapareció como por arte de magia. Desde entonces, y a pesar del calor, ella cierra toda su casa apenas cae la tarde. Cubre con sábanas las ventanas, y el sueño tarda en llegar, así como su tranquilidad. La sombra podría ser cualquiera en una ciudad aparentemente pequeña, pero con muchos barrios y recovecos. Quizá algún conocido.
¿Quién habrá sido ese acosador? Porque espiar a una mujer en la intimidad de su hogar es acosar, y es un delito. El acoso ocurre, generalmente, cuando una persona que no está legítimamente autorizada para ello acecha a otra de manera reiterada e insistente, y esto altera gravemente el desarrollo de su vida diaria, afecta su paz, su tranquilidad, y trae consecuencias a la salud. Para que haya acoso no tiene precisamente que existir violencia física. Los rascabuchadores son acosadores también.
El Diccionario de la Real Academia Española define la palabra rascabuchar como mirar lujuriosamente, con el fin de satisfacer sus fantasías sexuales a costa de esa o esas personas a las que espían. Esto constituye una falta de respeto grave. Nadie tiene el derecho de violar la privacidad ajena.
Lo más triste es que esta joven no es la única que ha sufrido la amarga experiencia. Se escuchan varias historias en los barrios de siluetas que también aparecen en casas de mujeres con hijos lactantes para presenciar este acto en las horas de la madrugada. Muchas madres se han llevado sustos legendarios.
Lamentablemente, escenas así se repiten a menudo. Por desgracia, estos delincuentes se han especializado en esconderse y correr, sin que las víctimas puedan describir sus señas para atraparlos.
Y aunque no provoquen un daño físico, sí dejan un trauma psicológico en las personas, quienes muchas veces se sienten asediadas, y pueden llegar, incluso, a sentir temor cuando salen a la calle y algún hombre les sostiene la mirada.
Este no es un mal menor ni mucho menos. Estamos ante una agresión peculiar y la sociedad debe permanecer atenta y denunciar, principalmente, cuando en el barrio alguien divise una sombra inesperada, no solo en su ventana, sino en la de cualquiera que resguarde su privacidad.