caricatura criterio

Las Tunas.- La noticia saldría tal y como lo había consensuado con el medio de prensa. Los ciudadanos escucharían el mensaje de su entidad y, con suerte, pasado el tiempo, la gente cambiaría su actitud o, al menos, se sensibilizaría con el asunto. Pero, ¡sorpresa!, su muro de Facebook le trajo la mala nueva en la forma de titular explosivo, hiriente, colmado de toda la vibra negativa posible.

Le sobrevino la inquietud y optó por sugerirle al órgano amigo que cambiara su nota. La proposición la hizo con respeto, abrumado por la zozobra de salir del mal rato; fue como una especie de reflejo incondicionado.

Más tarde se vería ante las siguientes interrogantes: "¿Te parece incorrecto cómo nuestro medio abordó el tema? ¿Crees que hemos tergiversado lo que nos dijiste? ¿Consideras que mentimos?". Releyó la nota en cuestión y se dijo: "No, está hecha desde el ángulo que esperaba; pero es que…". 

No había terminado la idea cuando tuvo ante sí otras preguntas: "¿El problema es que un medio público de comunicación habló sobre el asunto, señalando escrupulosamente los datos; o porque Cibercuba tomó esa información publicada y la reinterpretó a su manera?".

Tras reflexionar otro rato, cayó en cuenta de que lo importante era inquirirse si el propósito de la comunicación en las empresas y otras organizaciones sería lograr sus objetivos como tales, especialmente si prestan un servicio de primerísima relevancia para la ciudadanía; o, por el contrario, resultaría más perentorio cuidarse de lo que pueda decir una prensa cuyo único objetivo es denigrar y deslegitimar a la institucionalidad socialista.

Sirvan las escenas anteriores, basadas en hechos reales, para comprender las disyuntivas a las que se enfrentan más de una institución cubana hoy. Aunque en estos minutos no tengamos totalmente claro si, de ocurrirles algo parecido, otros actores serían capaces de sustraerse a la tentación del "efecto Cibercuba". Ese que los compele a cuestionar los medios públicos o responder con censura o la negación de futuras declaraciones, luego de que mercenarios del periodismo torcieran los análisis que sobre su gestión hiciera la prensa local.

No es una realidad nueva, esta sería la versión 2.0 de aquello que en su momento llamamos "síndrome de plaza sitiada", que en el ámbito mediático pretendía coartar el hacer inquisitivo de las instituciones informativas del país, bajo el argumento de "no darle armas al enemigo", o que "los trapos sucios se secan adentro". 

¿Resultará sensato creer que calmarán a esos carroñeros privando a su prensa (sí, porque en tanto pública es suya también) del aporte que hacen a los mecanismos de control popular? ¿No será que estas hienas hablarán mal de ti sin importar lo que digas o hagas, continuando con su particular necromancia, incluso cuando, preso del pavor, optes por el silencio o el inmovilismo?

Vivimos un momento histórico para el ejercicio del periodismo, en el cual es preciso que las entidades comprendan que en la comunicación les convendría partir de un concepto básico: cómo lo van a decir; no si lo dirán o no. Eso, obviamente, exige una constante anticipación de escenarios, pensando que ahí están Cibercuba y compañía, con todos los algoritmos digitales a su favor para posicionar su pestilente narrativa, sin que les importe separar la verdad de la mentira, pues solo buscan los millones de likes.

¿No será más pertinente evitar el impulso de saltarse el rol de los medios locales alegando el uso extendido en esas tribunas de autoproclamados líderes de opinión? ¿O al hacerlo así terminarían por suplantar el papel de nuestros periodistas de aportar a la construcción de consenso de la sociedad? Puede que la prensa pública no sea toda la solución a la batalla cultural actual, pero es parte de ella.

Sin embargo, pecaríamos de soberbia si no aclaráramos que esa misma prensa pública también tiene sus propios enemigos que derrotar, sus puentes que levantar, sus cuerpos que curar, sus lugares por encontrar, sus interrogaciones por contestar...

Estudios domésticos de una confiabilidad aceptable aseguran que las audiencias cubanas más jóvenes se alejan de los espacios mediáticos tradicionales; los cuales estarían quedando solo para ese segmento del público más adulto que intenta no quedarse atrás en la transición digital, ocurrida fundamentalmente en los hábitos de consumo cultural de millones de habitantes aquí.

Cierto que, en esta parte del país, sobre todo en las zonas rurales, todavía ese proceso no es tan acentuado, porque la penetración de las plataformas de socialización de contenidos informativos virtuales o de entretenimiento es comparativamente menor que en sitios como la capital de la nación.

Sin embargo, dichas encuestas marcan una tendencia, por lo que cabría indagar, además: ¿qué pasará cuando esa generación analógica no esté? ¿Qué fuentes de información o entretenimiento preferirán los adultos mayores dentro de unas pocas décadas, si ya están habituados a buscarlas no en la Televisión, la Radio, el periódico de papel, sino desde un dispositivo móvil?

A tono con las justas transformaciones en la legislación de la comunicación social, a nuestro gremio le nacen otros entuertos que resolver. Pensemos…, ¿cómo lidiar con la oposición y crítica de un sector izquierdizante que no quiere, o no puede, comprender la necesaria evolución de los medios públicos cubanos hacia órganos de prensa que ejerzan como garantes de los derechos a la información y el análisis de la ciudadanía? Y que, además, lo hagan teniendo un lugar en el mercado de servicios de comunicación, sin que eso menoscabe sus principios fundacionales.

En estas líneas no están todas las respuestas, mas plantearse las preguntas aquí desgranadas podría ser un buen primer paso.

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