Las Tunas.- En una sala de la Universidad de La Habana, una joven tunera resolvió, con lápiz y convicción, los misterios del universo. Sin cámaras. Sin aplausos. Solo con fórmulas, papel y una fe inquebrantable en el poder del conocimiento. Así fue como Rosmary Fernández Tamayo, estudiante del instituto preuniversitario vocacional de ciencias exactas (Ipvce) Luis Urquiza Jorge de Las Tunas, conquistó su primera medalla de bronce, en la VIII Olimpíada Mesoamericana de Física.
Sí, su primera medalla. Porque antes apenas se había acercado al podio con menciones honoríficas. Pero el 16 de junio del 2025 algo cambió. No solo para Rosmary, sino para toda una nación que, desde el aula, también puede hacer historia. Ese día, Cuba compitió -como todos los países- en línea.
"Lo llaman tercer lugar, pero para nosotros es bronce con brillo de oro", expresó ella con orgullo. Porque llegar ahí no fue casualidad. Fue la cúspide de un camino hecho de ecuaciones resueltas en la madrugada, de dudas despejadas con lápiz rojo, de ensayos fallidos y también de certezas sembradas con paciencia. Fue el resultado de un sistema de formación científica que, aunque silencioso, sigue produciendo mentes brillantes con vocación y coraje.
"El examen fue riguroso. Problemas de alta complejidad, cronometrados, con la presión de saber que al otro lado -desde México, organizador oficial- un jurado de expertos evaluaría cada trazo", cuenta. No tembló. Se concentró. Respiró. Y escribió con la seguridad de quien no improvisa, sino que se prepara. "El trato de los profesores fue excepcional", dijo después. Y ese detalle, aparentemente menor, también habla de la grandeza del resultado: detrás de cada estudiante que brilla, hay un ejército de maestros que alumbra.
Y mientras en Cuba el futuro se sigue escribiendo con tiza y con talento, esta historia deja claro que no hacen falta reflectores para brillar. Basta un estudiante decidido, un aula encendida por la pasión y un país que, aunque a veces parezca en pausa, siempre encuentra razones para seguir creyendo. Hoy, esa razón lleva nombre propio: Rosmary Fernández Tamayo. Y su medalla no solo premia el saber, sino también la esperanza.