Las Tunas.- Anoche salió Zabala, puso ritmo a la ciudad y nos recordó que se puede andar en medio de las tormentas más fuertes aferrados al ardor de la tradición, a la fuerza invaluable de la alegría.
Confieso que en este, que ha sido por mucho el año más duro de mi vida, agradecí cada acorde de la comparsa entrañable que, desde la calle Rubí, se ha entronizado en el gusto de la gente por décadas gracias al empeño de la familia Agüero, dispuesta siempre a hacer de la cultura popular una especie de filosofía de vida que nos atrapa, queramos o no, porque así es el paso que marcan: arrollador.
No ha sido el 2024 un tiempo de calma; desde que se anunció bisiesto los abuelos comenzaron a hablar de desgracias por llegar, cual premonición innegable. Y a usted, lector tan tunero como esta reportera, no tengo que hacerle la historia completa de los apagones, las despedidas, las carencias de todo calibre y la fuerza colosal que ha sido necesaria para que el barco de la existencia de muchos no zozobre, y seguir adelante.
Tras Zabala, entrelazados con sus músicos, estaban niños, vecinos... Vi a una abuelita que se esforzaba por no quedarse atrás, a pesar de su muleta bajo el brazo; reconocí a amigos de momentos duros y hasta alguno se acercó, porque el abrazo vale más que la lágrima.
Todavía, mientras escribo estas líneas, los acordes se sienten calles abajo, se entrelazan con los ruidos de la lejanía y ya no es tan nítido el coro de la gente, a todo pulmón, bailando con el ritmo de cada cual, con su propia manera de poner fin a este año, desafiante y aleccionador.
Un conocido me dijo justo hoy, en la mañana, que la ciudad está triste, no tiene en sus esquinas el espíritu de la Navidad, la celebración y la esperanza que tanto marca al cubano, y, le aseguro, un poco de razón le di.
Pero esta noche, Zabala ha venido a marcar la diferencia, a recordarnos que las tormentas están para cruzarlas enteras, sin miedo, juntos; y que solo así, arropados en lo que somos, saldremos adelante.
