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El 22 de Diciembre Cuba celebra el Día del Educador, una fecha que se debería multiplicar en miles de jornadas, para honrar a quienes, como este entrevistado de 26, nos permiten descifrar la vida

Las Tunas.- Atrás habían quedado las calles empedradas y Trinidad aún tenía más por decir. "Periodista, por qué no le haces una entrevista a Gasparito, nadie como él se lo merece".  

La pregunta-provocación la planteaba Adriano, un hijo músico del municipio de Colombia, que por aquellos rumbos ha trazado su andar, pero no olvida a su maestro de Primaria.

Días después, yo estaba frente a Gaspar Ramos Gómez, director por 51 años de la escuela Marcelo Salado de esa sureña localidad, y en el magisterio desde hace 54. No pude resistirme a la incitación, los periodistas sabemos que hay historias con las que solo te encuentras una vez. Y me bastaron pocos minutos de diálogo para comprobar lo que sospechaba: había hecho bien.

HOMBRE TELESCOPIO

Gaspar ha estado tantos lustros contemplando el mundo desde su atalaya, que aunque hace unos pocos meses ya no comanda el plantel, pues ahora es asesor de la nueva directora, en el momento de la entrevista no pudo evitar seguir una rutina de décadas: entró a la oficina de la dirección, donde conversaríamos, y fue directo a la silla principal, puso las manos sobre el buró y miró hacia afuera con ojos de esperanza.

Se ve bien allí este hombre de 70 años, jubilado y recontratado, que ya necesita reposar un poco, descansar la mente del ajetreo de las decisiones diarias que tan significativas pueden llegar a ser. No hay razones mayores, solo que es preciso que aliste el porvenir, quién mejor que él. Entender que ya era hora no le costó demasiado, aunque "me duele en el corazón"; pero sus hijos sí que demoraron en comprenderlo.Gaspar maestro por 50 años

"Hasta creyeron que me habían sacado. Ellos saben cuánto amo este lugar, por eso su resistencia. Tuve que convencerlos", cuenta sin evitar sentirse amado por la "pelea" que dieron sus muchachos, descreyendo de un diálogo conciliador, sin arbitrariedad ninguna, que le pedía entrenar al relevo, enseñarle de los planes mensuales, de cómo dar un consejo de dirección y cómo se trabaja con el archivo, la política de cuadros, el consejo técnico, la familia, la comunidad… Hay tanto que explicar, principalmente que, para él, más importante que saber es sentir.

"En julio próximo ya termino la asesoría. Estoy en estos pasillos desde 1973, y empecé en el organismo en 1970 como maestro rural. Cuando concluimos el seminario preparatorio del presente curso, entregué la escuela". Él dice "entregué" y miente, se miente. Todavía se levanta a las 4:00 de la mañana a colocar los murales, activar cada espacio, poner la turbina…, porque su "Palacio de Convenciones", como gusta decir, tiene que brillar. Y brilla.

"La estructura actual data del 2002; fue el primer centro escolar de la Batalla de Ideas en Las Tunas. Y mire cómo lo mantenemos. Hace dos años, al acoger el Acto Provincial por el inicio del curso escolar 2022-2023, aquí se invirtió un millón 700 mil pesos; debemos cuidar lo logrado. Ahora estamos ampliando el comedor para que los 354 niños de la matrícula almuercen, y esto sea un seminternado. Así habrá más beneficios para las familias de Alba Flores, comunidad priorizada en el municipio, por su situación de vulnerabilidad". 

El veterano docente se detiene a explicar el proyecto al detalle, se regocija, porque "todo lo que usted haga por los niños es poco". Exactamente por eso nos narra, como si de la historia más hermosa se tratara, de la existencia allí de una casita infantil, la única de "Colombia", y nos describe el lugar: "Eso está bello, bello", y un mar de ternura se desliza entre las palabras.

ME HICE MAESTRO

"Yo era un niño del monte, de Federal 1, un batey de 13 casas. Mi papá solo tenía trabajo en período de zafra, en tiempo muerto chapeaba potreros y por las líneas. Siempre andaba empeñado con la tienda de la colonia, éramos siete hijos. A veces, si almorzábamos, no comíamos. Este hombre que usted ve aquí vivía descalzo, sin ropa. Vine a conocer a Elia (actual poblado de 'Colombia') a los 15 años, cuando me captaron para ser maestro rural, pues tenía el sexto grado. Menos mal que triunfó la Revolución, no sé qué hubiera sido de nosotros. Por eso soy tan revolucionario.

"Para impartir clases me dieron un curso intensivo de tres meses y el primero de septiembre de 1970 empecé en mi batey, en la misma escuelita Manuel Ascunce Domenech, de guano y tablas, donde yo había vencido los grados con profesores que enviaban de Elia.

"Mis primeros nueve alumnos eran mis propios compañeros de la infancia, que nacimos y nos criamos juntos. Recuerdo que llegué al aula y les dije: 'Lo único que quiero es que dentro de esta casita me respeten. Después de que terminemos, en el recreo, vamos a jugar pelota, bola, nos bañamos en el río, comemos caña…'. Así me los fui ganando".  

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El mozuelo trabajador no vio salario hasta tres meses después, pues debía esperar a cumplir la edad laboral. "Cuando tuve aquellos 86.00 pesos en mi mano, qué contentura, se los di a mi mamá, para aliviar la situación".  

Mucho antes, en la edad en la que apenas se adentraba en el mundo de leer y escribir, las lecciones inaugurales Gaspar las recibió de un alfabetizador que era casi un niño. "Vino de Camalote, nos enseñaba en la mesa grande que había en la casa del mayoral. No se me olvida su profunda cara de tristeza cuando supo que habían matado a Conrado Benítez, y luego a Manuel Ascunce. Él los lloró como si fueran su familia". 

Vivencias luminosas de un pedagogo que no puede precisar cuántas generaciones han pasado por sus lustros de entrega, pero ya sabe de alumnos que son nietos de otros alumnos, de gritos de su nombre en plena Ruta 22 en La Habana, y él preguntarse: "¿Será conmigo?". Y sí, era con él, un antiguo estudiante lo reclamaba. Tampoco deja de sorprenderse con los pequeños de la casita infantil, que lo ven y salen corriendo a abrazarlo. "No me dejan tranquilo", dice sonriendo, y deja claro que no desea que lo dejen tranquilo.

Gestos todos expresivos de una filosofía que empieza por lo que considera lo elemental: amar el magisterio. "Si usted no lo ama, no se ponga, los niños no se merecen lo malo. Por eso es que ellos me quieren tanto, porque yo los quiero como si fueran mis tres hijos".

¿Qué más no le puede faltar al maestro?, lo provoco.

"Que sea revolucionario, el que no sienta por la Patria no puede serlo. Y tiene que entender que con su ejemplo también educa. Otra clave es prepararse, debe ser un verdadero estudioso de las transformaciones, para dar clases desarrolladoras.

"Siendo un viejo, me hice máster en Ciencias de la Educación; no me podía quedar atrás, cómo iba a exigir a los demás que se superaran. Fui de la primera edición, y confieso que cuando en la Universidad me confirmaron que tenía los 19 créditos para vencer el proceso, yo lloré". 

Por supuesto, a su mente vino aquel adolescente descalzo, del batey de las 13 casas.

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HOMBRE HONOR

Si a Gaspar le preguntan por un día difícil, hablará de cuando vino la metodóloga nacional de Lengua Española y escogió a la "Marcelo Salado" para, como parte del operativo de la calidad de la educación, demostrar al mundo el puesto de valor de la enseñanza cubana en América Latina. "Era una visita tras otra, hasta el entonces ministro de Educación". Horas muy tensas que terminaron en alegría.

Si le preguntan por un día bueno, no hay otro que el del acto de hace dos años, cuando le dieron aquel cuadro bonito que cuelga en la sala de su hogar, por las cinco décadas de su ejercicio de dirección.

Si le preguntan por glorias, dirá de las medallas en concursos nacionales de asignaturas priorizadas, y de cuando su propio colectivo lo propuso para Vanguardia Nacional. Eso último no vino regalado: es de los que creen que "te tienen que doler los problemas de tus trabajadores y ser flexible. Al maestro lo hace el director".

Y si le preguntan por una fecha triste, no hablará de aquella en la que se cayó de la placa de la escuela revisando si el tanque estaba llenándose, y luego se pasó 18 días grave. No. Preferirá mencionar cuando vio salir por la puerta de su "Palacio" al único niño en la historia del lugar que tuvieron que llevarse para la Escuela de Conducta. Al mismo que mes tras mes iba a ver con todo lo que el claustro recogía, comida, ropa… y los mejores consejos de ir por el buen camino.

Vienen semanas difíciles para este hombre bondadoso; tendrá que, como los atletas, "desentrenarse". Para hacer más difícil el proceso, Gaspar vive, literalmente, en el mismo centro escolar. Por su labor meritoria, le acondicionaron unos locales allí y en el año 98 salió de su casita de guano en Alba Flores. Es decir, si él sale al patio, ve su paisaje preferido: los pioneros corriendo de un sitio a otro, o dando las clases diarias.

Eso, para quien debe acostumbrarse a no participar, es tremendo; su esposa, compañera de cinco décadas, sabe lo que viene, lo apoya, lo escucha.

"Estoy satisfecho con la obra que he hecho, usted sabe por qué, porque lo he dado todo, estas canas me han salido en esto, y siempre con amor. Yo no siento que he trabajado, más bien, ha sido estudiar, estudiar, estudiar. A mí me tienen como un dios, pero no, no lo soy". 

Y sí, el maestro que se ve de pequeño y recuerda como ahora mismo el combate del Che en la finca La Federal y los aviones sobrevolando; que vive orgulloso del sendero de sus tres hijos; y que si piensa en el futuro solo desea admirar a su escuelita tan prestigiosa como hoy no es un dios, pero bien que se le parece; o por lo menos su obra le alcanza para ser mitad hombre y mitad dios. Tanta divinidad no puede quedar sin "culpable". 

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