Jobabo, Las Tunas.- Hace varios años, julio y agosto resultaban los 60 días más coloridos y esperados por los jobabenses, momento exacto en el que descansar era palabra de ley y, casi todos, recorrían aquellos entrañables dos kilómetros.
El campismo popular Río Jobabo abría sus puertas desde la propia inauguración de la etapa estival; había que ver cuánto entusiasmo amparaba aquel sitio alejado del pueblo y sus distracciones. Llegaban campistas de todas partes de la provincia, e incluso de otras, para disfrutar en el que una vez fuera el preferido de todos.
Hoy, aquellas instalaciones no son más que una sombra de su pasado, un cuadro triste de años gloriosos reducidos a suciedad, decadencia y, en algunos lugares, desperdicio. Siguen allí sus cabañas, pero ya no son las acogedoras paredes de antaño, sino un conjunto de suelos agrietados y losas faltantes. Son hoy una pequeña escena abandonada sin nada más que algunas literas, baños lúgubres, polvo y telarañas.
Recorrer el campismo no produce ya la misma satisfacción, no se respira alegría, sino desamparo, entre la maleza creciendo a sus anchas y una cerca perimetral casi a punto de doblegarse. Las que antes fueran oficinas del socio comercial hoy no son más que un montón de desechos, papeles antiguos y escombros. Aunque suene como burda analogía, pareciera como si el saqueo fuera culpable de tan deprimente escenario.
Y así, caminando aquel paraje antes lleno de vida, solo puede notarse cómo los años y la dejadez lo convirtieron en un cementerio de recuerdos. Salta a la vista el ranchón, primero en sucumbir ante el tiempo y que tristemente nunca logró renovarse. Luego está allí la sala de juegos, sucia, quebrada, vacía.
La piscina, corazón del campismo Río Jobabo, ya no alberga agua, sino hojas secas y algunas que otras grietas en el suelo. Mientras, la tan conocida cafetería es almacén de un desprolijo horno, que luce como si hubiera sido asaltado.
Pero mencionar cada instalación de nuestro antiguo rincón veraniego y explicar sus precarias condiciones llevaría mucho tiempo, no solo por la cantidad, sino por las emociones que transmite.
La pregunta es ¿por qué? ¿Por qué dejar a su suerte nuestro mayor centro recreativo? ¿Por qué darle la espalda y no mantenerlo con la misma vivacidad de antaño? ¿Por qué esperar a que caiga para luego querer levantarlo? Existen muchas preguntas sin respuestas, sobre todo cuando desde hace varios meses al lugar solo asisten muy pocos empleados y pareciera no importarle a nadie más.
Si continuamos haciendo la vista gorda con lo que tenemos, lentamente cada pared se desmoronará y cada centímetro cuadrado se habrá reducido a polvo y matorrales. ¿Acaso esperamos por un deterioro mayor para remendar algo que a gritos pide ser salvado?
Hoy el campismo Río Jobabo es solo un precario santuario sin agua, sin luminaria, sin campistas, sin vida. Lo que pasará con los acalorados veranos nadie lo sabe, mientras tanto, nuestra mejor opción agoniza cada día y el eslogan “Juntos por naturaleza” ya no suena tan interesante.