Las Tunas.- "El primer recuerdo que tengo de lo que sucedía es con más o menos 5 años, aunque no estoy segura de si empezó antes. Una de las primas de mi papá casi todos los viernes cuando salía del trabajo me recogía y me llevaba para su casa. Su esposo, a veces, me despertaba con lo que según él era un juego.
"Recuerdo que el juego no siempre era el mismo. Aprovechaba que su mujer estuviera en el baño, haciendo algo en el patio o, incluso, dormida. Otras veces me tocaba toda o se empeñaba en aquello que al crecer serían mis senos. Nadie se dio cuenta nunca. De regreso a mi casa, en bicicleta, iba diciéndome obscenidades, y exigía que yo hiciera lo mismo.
"Unos años después, ellos se mudaron de Jobabo al municipio cabecera y yo no iba allá, pero me tocó hacer el Pre en Las Tunas y tuve que quedarme en su casa algunas veces; ahí la película volvió a hacerse nítida. Él trataba de mirarme por la ventana del baño, buscaba la manera de pasar por detrás de mí, rozándome y susurrando las mismas cochinadas. Me mostraba cosas que no quería ver.
"Cuando supo que yo estaba con el padre de mis hijos se volvió como loco y buscó algún momento para decirme que lo dejara, que yo era suya. Después, ellos se mudaron para La Habana y en mis visitas a la capital eran iguales los intentos de acoso, hasta ya con mi hijo mayor nacido. Era un ciclo que yo no lograba romper.
"En uno de estos viajes se inició una conversación que no olvidaré. Supe que el 'cerdo' había intentado tocar a su hija adoptiva, a otras amiguitas suyas… Escuché de la boca de la muchacha cosas que yo ya había vivido. Mi tía abuela nos pidió que su hija nunca se enterara de eso porque era capaz de matarlo. Así sellamos un pacto de silencio que solo he roto ahora, después de que ambos fallecieron".
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Hablar sobre abuso sexual, violaciones, una mano siquiera en la cabeza de un niño... desata las fibras más repugnantes. Si está plasmado en una hoja del periódico obliga, incluso, a virar el rostro, pero por más nauseabundo que se antoje, desnuda un fenómeno que existe en Las Tunas, con cargas tan pesadas para sus víctimas y familiares que requieren media vida para atreverse a hablar y peor, algunas nunca lo hacen.
Durante el 2023, la Fiscalía Provincial contabilizó en sus registros 13 abusos y 18 agresiones sexuales. En lo que va de este año ya han atendido 11 y 27 en esas categorías, respectivamente. Las cifras pueden parecer pequeñas, pero la realidad siempre supera con creces las estadísticas y perdura en el silencio la vergüenza, la negativa a denunciar.
Lisbet Pavón Marchán, fiscal jefa del Departamento de Procesos Penales, aclara a 26 que los territorios con mayores incidencias de casos son Jobabo, Las Tunas y Puerto Padre; y asegura que en las zonas rurales es más frecuente el fenómeno, aunque en la ciudad también está presente.
Para entender el complejo entramado legal, Pavón Marchán explica que la diferencia entre la agresión sexual y el abuso está dada por la penetración; este último contempla los tocamientos, y los menores de edad son las víctimas más frecuentes.
"Hay muchísimos factores que median en la incidencia y el primero es que estos delitos, generalmente, los cometen individuos que son allegados a las víctimas. El abuso se sustenta en el exceso de confianza por parte de los padres con otras personas y está dado, incluso, con tocar a un niño por encima de la ropa.
"En los procesos que vemos se detecta porque frecuentemente hay un rechazo de los menores a esos conocidos, a quedarse solos con ellos. No lo cuentan en el momento por temor a ser reprimidos, castigados o a que no les crean.
"Los agresores sexuales, la mayoría de las veces, tienen normal comportamiento social y pueden ser tan cercanos como tíos, primos, padrastros, abuelos, vecinos… Resulta muy difícil para las víctimas contar lo que sucede, casi nunca lo dicen a sus padres, sino a sus abuelos o primos.
"Hemos visto casos en los que el agresor es el padrastro y una vez que se divorcia de su mamá el menor narra lo acontecido. Nos ha tocado lidiar con madres que no les creen a sus hijos y alegan que ellos suelen mentir, que no puede ser posible. Todos los procesos no se parecen, pero en la totalidad están dados por el exceso de confianza y la poca percepción del riesgo", advierte Pavón Marchán.
NO VALE EL CONSENTIMIENTO
La fiscal jefa refiere que en las edades comprendidas entre los 8 y 12 años suele ocurrir el mayor número de abusos sexuales, momento en el que, sobre todo las hembras, van mostrando el desarrollo de su cuerpo; aunque no hay límites para la ocurrencia de esta aberración.
"Ha sucedido que una niña de 11 años tiene relaciones con un muchacho de 15 o 16 y esto toma un curso penal, porque se considera un delito mantener relaciones sexuales con un menor de 12 años. Alegan que fue con el consentimiento de la muchacha, que no hubo violación, pero el marco de la Ley deja muy claro que los menores no poseen la capacidad para tomar estas decisiones.
"Hacemos un llamado a la familia a controlar a sus hijos, a estar pendientes de las personas con las que se rodean, a la actitud que adoptan ante algunos familiares, a los cambios que se generan de repente. Estos hechos pueden evitarse y es importante hacerlo porque suelen dejar marcas psicológicas muy dolorosas".
DE ALARMAS Y HUELLAS
Son múltiples los traumas y las afectaciones que puede cargar alguien que haya sufrido abuso sexual. Si se trata de un estudiante viene enseguida el rechazo escolar, retraso en el aprendizaje, mal funcionamiento familiar, frustración, actitud defensiva ante la sociedad…
El máster en Ciencias Carlos del Risco Gamboa, jefe de Salud Mental en Las Tunas y asesor de Psicología en la Fiscalía Provincial, asegura que no se trata de un problema pequeño, pues según su experiencia hay quien pierde el sentido de la vida, cree que sus sueños se acabaron y tal frustración genera una ideación suicida, y después materializan esa conducta.
Confirma que la adolescencia es la etapa más compleja para afrontar traumas de esta índole porque acoge la formación de la personalidad, el autoconocimiento se va convirtiendo en saber y se adquieren modos de comportamiento, actuación e interacción con el medio.
"Cuando el abuso ocurre en esta fase de la vida, las víctimas pierden total comunicación con amigos, la familia. En las relaciones de pareja tienen una gran frustración y se les dificulta ese proceso de formación de una relación", enfatiza el psicólogo.
"Estos estados son puntos de partida de enfermedades que perjudican no solo la salud mental; aparecen afecciones dermatológicas, por ejemplo, debido a situaciones estresantes".
También aclara que en las instituciones educativas predomina un ambiente de control, una proyección de prevención que procura evitar que sucesos como estos ocurran allí; aunque pueden existir manifestaciones del fenómeno en cualquier lugar.
"Existe una red escolar partiendo de las acciones del Grupo de Trabajo Preventivo Municipal, rectorado por la Dirección General de Educación en Las Tunas, que funciona los segundos martes de cada mes. Se hace un levantamiento y adoptan los acuerdos necesarios para la intervención en las escuelas donde hay un potencial de hechos que alertan sobre posible abuso sexual.
"Los menores, generalmente, sufren estos lamentables episodios en el tránsito de la casa hacia otros lugares. El trauma mayor siempre está cuando ocurre dentro del hogar por parte de un familiar; allí la víctima recibirá la influencia de un grupo de factores que generará un ambiente de frustración y desequilibrio.
"El mensaje es claro: lo que contribuye a proteger a nuestros menores, adolescentes y jóvenes es la prevención y la observación oportuna de la familia y las instituciones".
El psicólogo advierte que existe un equipo capacitado en Salud Mental y cada área de Salud cuenta con un especialista que atiende Psiquiatría Infanto-Juvenil y Psicología, expertos todos en prevención y tratamiento a los casos de abuso sexual y a menores víctimas. La ayuda que ahí se garantiza es imprescindible para continuar el camino, sin huellas demasiado dolorosas.
BAJO LA SOMBRILLA DE UN NUEVO CÓDIGO PENAL
Se lleva la mano al rostro varias veces antes de empezar a hablar y no sabe cómo hacerlo. La vergüenza que siente es casi tangible, aunque su historia se remonta a 20 años atrás, cuando su hija era pequeña.
"En ese tiempo me separé del padre de la niña. Recuerdo que recogí mis cuatro trapos y volví a la casa de mis padres, de donde había salido con 18 años de edad. Allí vivían, además, mi abuelo y un tío materno. Nos acomodamos en un cuartico en el patio. Yo tenía que ganarme la vida y salía todos los días a trabajar; volvía después de las 5:00 pm. Mi mamá me ayudaba con mi 'negrita'.
"La niña se me puso 'seca'. No quería comer ni jugar ni estudiar. Lloraba por gusto. Yo pensaba que era por el divorcio y hablaba mucho con ella. Recuerdo que me decía: 'Mamita, yo no quiero vivir aquí', y eso me partía el alma, pero estaba haciendo lo que consideraba mejor para ambas.
"No sé bien qué pasó ese día que llegué más temprano. Mi mamá estaba vieja y después de almorzar se acostaba a dormir. Fui sin hablar hasta el cuartico y ahí lo vi manoseando a la niña. Me volví loca. Le di golpes; le arranqué la piel con las uñas. Mi hija lloraba tan alto que tuve que calmarme. Lo peor es que mi propia madre me pidió que no lo acusara ni le contara a los vecinos porque iba a desprestigiar a la familia.
"Ese día volví con mi esposo. Me hice la idea de que, por el bien de la niña, tenía que aguantarle lo que viniera. Nunca volvimos a hablar del tema ni regresamos a aquella casa. Uno a uno se fueron muriendo y yo no me aparecí ni en la funeraria. Después del incidente fui al Bufete Colectivo y hablé con un abogado. Me dijo que iniciara el proceso, que aquello se llamaba abuso lascivo, pero no lo hice por vergüenza.
"Mi hija le cogió pánico a los hombres. Nunca hubo confianza entre nosotras. Se fue del país y se pasa meses sin llamar. Sé que todo eso es mi culpa por no pedir ayuda, por quedarme callada pensando que se le iba a olvidar, pero no fue así".
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Norge Nosley Sastre García, fiscal jefe del Departamento de Organización y Planificación, refiere que el nuevo Código Penal llegó para ponerle el nombre preciso a varios fenómenos, con un peso significativo en víctimas de todos los sexos y edades. Y se instauró para dejar por sentado las conductas que atentan contra la libertad e indemnidad sexual, las familias y el desarrollo integral de los menores.
"Ante la necesidad de cubrir la totalidad de ofensas graves, eliminar criterios discriminatorios por el tratamiento diferente de mujeres y hombres, así como la edad de las víctimas, el nuevo cuerpo legal crea el delito de agresión sexual. Concentró, en una única causa, los elementos que antes conformaban los delitos de violación, pederastia con violencia y algunos supuestos abusos lascivos. El término abuso sexual se designó para las conductas que se limitaran a los tocamientos".
El fiscal aclara que el Código Penal vigente se refiere al abuso sexual en el Artículo 396.1 y estipula, a quienes lo cometan, sanción de privación de libertad de seis meses a dos años o multas de 200.00 a 500.00 cuotas o ambas; y bajo circunstancias específicas puede extenderse hasta cinco años la privación de libertad y elevarse el monto de las multas.
LO QUE NO CURAN LAS LEYES
La infancia rota de un niño, el trauma de un adolescente, el dolor con el que una joven decide quitarse la vida para no pensar más en lo que le sucedió, la vergüenza en silencio de una mujer por más de cuatro décadas… no se borran con el tiempo que pase el agresor tras las rejas y mucho menos con una multa por estrepitosa que esta sea.
La huella es una vorágine de frustración, de pena vívida que, según los expertos, puede desequilibrar emocionalmente y causar padecimientos tan serios como arritmias cardíacas; y destruir los cimientos de una familia.
Por más que la legalidad en Cuba asegure el castigo, la responsabilidad sobre los menores sigue en las manos de sus padres, y debe estar aguzada por la percepción del riesgo y la sensatez de no depositar una confianza ciega ni en los hombros más cercanos cuando se trata de los hijos.
El abuso sexual mancilla lo más sagrado: la inocencia. Un pacto de silencio, al calor del hogar, no solo es la coraza para proteger a un monstruo, también es la agonía perpetua para el que recuerda y a fuerza de omisiones no se le permite sanar. No haga mutis. Los monstruos necesitan cadenas.