Las Tunas.- La centenaria Casa de Piedra es un lugar referente en Las Tunas, su construcción data de alrededor de 1908, sus ruinas hoy albergan un centro recreativo de la Empresa Extrahotelera Palmares, perteneciente al Ministerio de Turismo. Pero hace 100 años constituía un símbolo de la explotación e intervención norteamericana en Cuba.
Según el investigador Norge Fernández Suñol, a mediados del siglo XIX, los terrenos eran propiedad de una familia criolla, don Salvador y doña Mercedes Burgueño, quienes los heredaron de don Gregorio Salgao, en 1887.
El 16 de mayo de 1890, el rico terrateniente Pelegrin Bori y Romagoza obtiene los derechos de propiedad, y más tarde, para 1904, este vende las tierras a la entidad norteamericana The Youngstown Castle Company, y son dedicadas al cultivo de cítricos.
Eran años de entreguismo, Tomás Estrada Palma abrió las puertas de par en par a los intereses yanquis, para que saquearan las riquezas del país. Más de 30 caballerías de las mejores tierras tuneras fueron destinadas por los norteamericanos a plantar cítricos, pero el negocio no rendía. Además de las zonas de cultivo de La Larga y La Conga, la compañía adquirió también la finca La Concordia, una zona conocida como El Pueblo, aledaña a la ciudad de Victoria de Las Tunas.
En 1908 inicia la construcción de una casa de tres plantas, paredes de bloques, techo de zinc y piso de madera y cemento, con un estilo que recordaba las viviendas del sur de los Estados Unidos, la cual comenzó a ser identificada por los lugareños como la Casa de Piedra.
Al no obtener los resultados deseados, ese mismo año la “Youngstown” vende la propiedad a otra empresa gringa, Las Tunas Realty Company, cuyos dueños se mudaron a la residencia. Pero tampoco estos tienen éxito y finalmente renuncian a los terrenos a favor de otra compañía foránea, Las Tunas Citrus Fruit Company, transacción legalizada mediante escritura No. 44 de marzo de 1910, ante el notario Nicolás E. Villoch.
Por fin las plantaciones comienzan a dar frutos y la Citrus Fruit Company sitúa como administrador general de sus bienes en Cuba a míster Charles Milligan. Este señor inició transformaciones, creó una escuela para los hijos de los norteamericanos, capataces y hacendados, con un maestro del país norteño que enseñaba en Inglés. Los niños pobres, hijos de los jornaleros y campesinos, no podían asomarse por allí.
En una ocasión, durante una huelga de los trabajadores del ferrocarril, un lote de toronjas no pudo ser embarcado para exportar a los Estados Unidos, el pueblo pidió que se le vendiera, pero míster Charles prefirió dejar podrir la carga antes que darla a los pobres.
En 1916, la situación del país era convulsa, la Citrus Fruit Company decide vender la propiedad, y el señor Charles adquiere los derechos. Pero, evidentemente, su economía se resintió, y sobre el año 1919 se muda a una vivienda más pequeña en las cercanías y da la Casa de Piedra en arrendamiento. Hipoteca las tierras y plantaciones a doña Mercedes Moro y Llanes por 10 mil pesos, con un interés anual del 10 por ciento durante cinco años.
Según escritura 105 del 17 de julio de 1916, Milligan vende sus cítricos a Eduardo Díaz de Ulsurrun, marqués de San Miguel de Aguayo; mientras la casa la vende en 1938 a José Acosta, y abandona el país en 1940.
A partir de ahí el inmueble comenzó a deteriorarse poco a poco, para la década del 50 tuvo múltiples usos hasta que fue abandonada definitivamente.
Tres compañías foráneas adquirieron estas propiedades y ninguna obtuvo los resultados esperados. Durante su estancia en suelo tunero sumieron a los humildes campesinos de la zona en la más cruel explotación, trabajando de sol a sol por un sueldo miserable, sin preocuparse por su salud o educación. Solo la Revolución reivindicó los derechos de aquellos hombres y mujeres que sufrieron la bota extranjera.
Y ahí están las ruinas del memorioso recinto. Hoy en estas tierras no crecen cítricos, sino escuelas, círculos infantiles, un policlínico comunitario, farmacias y todos los servicios necesarios para que los vecinos de la Casa de Piedra, puedan vivir dignamente como seres humanos.