Las Tunas.- Vestido como en un día común en el supermercado, Bernie Sanders caminó entre los invitados ataviados pomposamente para la toma de posesión del cuadragésimo sexto presidente de los Estados Unidos de América: Joseph Biden Jr. Puede que esa instantánea de Sanders sentado con aparente indiferencia en una simple silla plegable, pero enviando un mensaje claro de determinación nos convenga ante la nueva administración estadounidense.
De tan oscuros y tensos, los cuatro años de Donald Trump en la Casa Blanca desde la ribera sur del estrecho de la Florida parecieron mucho más largos. La friolera de más de 240 medidas de recrudecimiento del cerco económico es el legado que el magnate inmobiliario deja al veterano senador por el estado de Delaware que acaba de sentarse tras el escritorio Resolute. Cada uno de esos golpes los propinó Trump apelando a los más burdos pretextos: desde los alegados incidentes de salud de sus diplomáticos en La Habana hasta la manía de sugerirle a Cuba concesiones en su política exterior.
Si Biden se decidiera a cumplir su promesa de campaña de revertir la postura asumida por su predecesor con respecto a nuestro país, tendrá que hacerlo a sabiendas que el balón está en su terreno, así que le tocará el primer movimiento. A su favor obra el descrédito de los políticos estadounidenses de origen cubano que apoyaron a Trump hasta el último momento y centros de estudios, grupos de cabildeo y congresistas le propusieron una hoja de ruta.
Cabe recordar que Cuba no es prioridad en la agenda de un presidente demócrata que desde su punto de vista tiene ante sí problemas mayores. Biden afronta la aguda polarización política de una sociedad agravada con el azote de la pandemia de la Covid-19; le urge recomponer el rol protagónico de su país en disímiles escenarios claves para sus intereses geoestratégicos.
A Barack Obama le tomó seis años para decidirse a emprender un camino diferente con este Archipiélago. Habrá que ver hasta dónde, quien a todas luces será de un solo mandato, estaría dispuesto a arriesgar su capital político en un asunto comparativamente menor frente a otros de peso como el acuerdo nuclear con Irán o la interacción con China.
En pro del deshielo obraría el efecto latente de los progresos logrados antes de la llegada a la Casa Blanca de Donald Trump. Si entre 2014 y 2017 Washington y La Habana avanzaron en asuntos de mutuo beneficio, entre ellos el antiterrorismo o los intercambios científicos, esta vez podrían lograrlo en otros tópicos de similar relevancia como el enfrentamiento al nuevo coronavirus. Desde el típico pragmatismo de un político de carrera como lo es Biden ahí habría una oportunidad por evaluar.
Adicionalmente para una Administración que pondera la diplomacia y el colocarse a la cabeza en los foros internacionales, no sería ocioso reparar en que reconstruir los puentes con el Gobierno cubano, dinamitados por Trump, puede mejorar la imagen estadounidense ante América Latina.
De este lado hay un par de notas por tomar. La primera es que sigue latente el afán estadounidense de que los cubanos de dentro y especialmente los de la emigración en suelo norteamericano asuman al bloqueo como un asunto separado de sus vidas. Obama en su momento fue muy exitoso al mantenerlo como una medida de presión en la mesa de negociaciones.
Con Trump fue más evidente y el resultado se vio en una porción de la emigración cubana en el sur de la Florida, que hizo campaña a favor de su reelección. Semejante actitud solo sería explicable, en parte, por el hecho de que esas personas creen que el cerco no afecta a sus familiares en Cuba, sino solo al Gobierno Revolucionario. Así de simple, por increíble que parezca.
Si asumimos que Biden retomará en cierta medida la política de compromiso y presión de Obama es posible anticipar que seguirá colocando el bloqueo en el imaginario colectivo, como algo distante de la cotidianidad de los cubanos. Por ende, no tendrá demasiado apuro, pues iría a negociar con carta ganadora.
La segunda lección por registrar es que ciertamente las relaciones con ese país atraviesan casi todas las aristas de la sociedad cubana, pero no es sensato asir las acciones internas a los vaivenes políticos del vecino del norte. Quien esté en la Casa Blanca es obviamente una variable de peso en la ecuación política cubana, mas no la única.
La larga noche de la Administración Trump probó con creces que, sin bien la normalización puede ser la estrategia preferida por el stablishment, será un proceso no exento de retrocesos. Por eso, mírese esa foto de Bernie Sanders multiplicada en memes en las redes, como la alerta de que no puede perderse la brújula sobre lo verdaderamente importante. Para Cuba, eso sería tener presente que el destino de su Revolución depende, ante todo, de cuánto sea capaz de conservar en el consenso, alrededor de los principios de dignidad nacional, justicia social y prosperidad colectiva que la sustentan.