Las Tunas.- El ingeniero Enrique Vázquez Fernández se especializó en Hidrogeología, y asegura que es la suya la carrera más bonita de todas las que se estudiaban en la Universidad de Moa allá por los inicios de los años 80, cuando se graduó.
Siempre ha trabajado en el mismo sector y eso, que le hace dueño de amplios saberes, denota también una pasión desbordada, quizás la causa de que hable como metralleta cuando cuenta la magia de las aguas subterráneas y el trabajo que le llena los días.
Divide para mí la palabra hidrogeología y le da significado: "hidro (agua), logía (estudio) y geo (tierra); o sea, es la ciencia que se encarga del estudio del agua en la tierra".
Con él aprendo que la ciudad está enclavada en un macizo hidrogeológico del Cretácico, que resulta la cota más elevada del territorio, y por la que las aguas se desparraman hacia el norte y el sur. Algo similar, me cuenta, sucede en todo el Archipiélago, tomando como una especie de guía a la línea del ferrocarril y la Carretera Central.
Entonces se detiene en la cuenca subterránea Tunas-Norte y recuerda que es La Cana, su joya más imponente, la primera fuente de abasto que tuvo esta urbe oriental, "antes incluso de que se inaugurara el acueducto en 1974 porque ya los soviéticos lo habían estudiado, allá por los años 60.
"Los pozos en Piedra Hueca tienen su máxima profundidad por encima del nivel del mar y están alejados de él lo suficiente como para evitar la salinización; además, rodeados de arcilla, que funciona como un impermeable. Esos elementos garantizan su calidad. Y esa es incuestionable".
Explica que la zona norte tiene también la cuenca subterránea de Chaparra, en la terraza misma del río del poblado y con aguas minerales que nunca han llegado a explotarse, y poseen calidad similar a las de Ciego Montero.
"El estudio se hizo en Chaparrita en un pozo que está ahí, abandonado, y recuerdo que entonces daba 12 litros por segundo. La fábrica está ahí todavía y se utiliza para otros fines", me dijo.
Abunda, asimismo, en la cuenca subterránea de Puerto Padre, "está dentro de la misma ciudad y se halla contaminada por el mar y el hombre. También hay agua en la parte de Yarey-Maniabón, por encima de La Cana y una zona hidrogeológica que está en Las Margaritas aunque, al no disponer de un estudio sólido esa parte, es imposible saber con exactitud la reserva con la que cuenta".
Enrique conoce los misterios del agua presa entre las piedras debajo de los pies en la cuenca sur de Las Tunas; y afirma que "son las más poderosas en cuanto a cantidad del líquido, pero están abiertas al mar y eso las hace propensas a la salinización.
"En la cuenca de 'Amancio', por ejemplo, tenemos pozos que dan 200 litros por segundo y se utilizaban en el riego; lo mismo pasa con las cuencas 'Colombia' y Birama (de Jobabo); se han sobreexplotado, sin control de calidad de agua ni ninguna otra cosa".
Con él confirmo que no es cuento de camino eso de lo que los ciclos de la sequía se están acortando porque cuando comenzó en estos trabajos "cada 11 o 13 años de lluvias había dos de seca, pero qué va, ya eso se ha ido acortando bastante.
"Desde el 2015, aproximadamente, todo ha cambiado. Hay dos o tres años que llueve y uno que no, es así ahora; y los niveles históricos de las aguas subterráneas en algunos lugares, como el Cerro de Caisimú, por ejemplo, estaban entre uno y seis metros tiempo atrás, y ahora se encuentran alrededor de los 30 metros".
Enrique siente que la morosidad nos ha ganado la partida; lo mismo a quienes se han acostumbrado muy pronto a estar en oficinas y se mantienen ajenos a la vorágine bendita de las labores del terreno que a los lugareños, acostumbrados muy pronto a que el agua salga de la pila, dejando a un lado la tradición de búsqueda y acopio del líquido.
"Ya la gente no se fija en eso. Antes, los barrios tenían sus pozos y se protegían, se compartían entre vecinos de manera habitual, pero todo eso se ha ido descuidando. Muchos se utilizan como fosas o para guardar cosas de los corrales de los puercos y otros usos afines; y se han contaminado".
Hablamos de los centrales construidos en los años primeros del siglo pasado en estos predios y de cómo se buscaba el agua para enclavar después los ingenios y sus bateyes; compartimos nostalgias por enormes esfuerzos que no llegaron a puerto seguro y hasta nos alegramos de ciertos intentos particulares que intentan retomar lugares y prácticas que aliviarían, un poco, la tensa situación que se vive en estas tierras.
Pondera Enrique que Las Tunas ya necesita alrededor de mil litros diarios para su abasto "y cuidado y no sean más, pero por ahí anda el número, no vamos a ser categóricos". Le escucho, aprendo y celebro la fortuna de conocer tuneros así.
Porque este hombre, con sus 43 años de labor a cuestas, pertenece a la generación que no se rinde, a la que le duele algo, muy hondo, en alguna fibra del alma cuando el trabajo se hace mal, los muchachos están más pendientes del celular que de la tierra o le quieren pasar gato por liebre con lo que ha sido el saber de su vida completa.
Gente así necesitamos siempre. Con ellos aprendemos del agua, sus vericuetos y hasta del camino que, juntos, debemos seguir.