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Las Tunas.- Confieso que desde hace tiempo quería conocer a José Antonio Álvarez Cedeño, el famoso Tony, el técnico del que todo el mundo habla cuando de la presa Juan Sáez se trata.

Hace poco, finalmente, los astros se alinearon y los de 26 pudimos recorrer los 9 kilómetros aproximadamente que separan al poblado de Chaparra del embalse, el sitio en el que Tony tiene trabajo y cobija.

Esta reportera ni notó los baches del camino, el polvo por todas partes, y las ramas de los árboles colándose por las ventanillas y poniendo ritmo propio a la travesía. El diálogo prometía ser fascinante, de esos que gustan porque engarzan la calma arrolladora de lo cotidiano.

El saludo fue un apretón de manos en el portal de la casa que le sirve de oficina. Se disculpó de antemano, pues quedaría debiendo un café. "Mi esposa no está, y sin ella me quedo un poco corto con esas cosas". Entonces comenzó el fascinante conversar por la vida que se entrelaza con el agua desde hace más de tres décadas.presa11

Sí, porque ya tiene 34 años de trabajar ahí, en la "Juan Sáez", y ronda los 27 de habitar permanentemente la casona fuerte al lado del embalse, en la que ha visto pasar aguaceros y más temporales al lado de Martha, su esposa.

"A mí la viajadera me tenía loco, y me gusta mucho mi trabajo. Así que un día le dije a la mujer que teníamos que venir fijo para acá, porque no daba más. Y hasta el sol de hoy". Tenía entonces 24 años de edad y, hurgando atrás, en el tiempo, está satisfecho con aquella decisión.

Así le crecieron sus dos hijos, entre la casa de la abuela en Chaparra, "por esos temas de la escuela", y los fines de semana y las vacaciones andando aquellos parajes solitarios donde la imaginación te lleva a la maravilla. El niño, quizás soñando con conquistar todo lo posible; la niña, aprendiendo que no hay límites ante la singularidad de la existencia.

La brisa es deliciosa mientras él nos cuenta. "Antes trabajaba en el laboratorio del central Jesús Menéndez y tenía un amigo que era hermano del entonces jefe de presa. Me sugirió probar aquí, porque esos turnos de madrugada eran muy duros; serían 24 horas de trabajo y descansaba 72. Y entonces vine, hablé, y el 3 de abril de 1991 comencé en este lugar.

"Pero ya a mediados de 1994 el hombre dejó el trabajo, y me quedé de jefe técnico porque la verdad me había dedicado mucho a aprender. Me sentía preparado. Además, tuve una estabilidad de trabajadores tremenda, y eso me daba mucha seguridad.

"Ahora la cosa se ha puesto mala y la gente se me ha ido. Pongo a uno por aquí, se me va el otro por allá. Y así estoy. Los salarios no atraen a los muchachos nuevos. Esa es la verdad".

A Tony le gusta la adrenalina. Lo confesó bajando un poco la voz, quizás para que nadie notara, a la primera, que prefiere los tiempos de lluvia, del viento en la cara y la atención milimétrica a cada detalle que anuncie cambios en la dinámica del embalse.

"Fui el primero en operar la presa. La cogí en agosto de 1994 y en octubre de ese año se llenó, algo que nunca antes había pasado. Te aseguro que me siento con una capacidad terrible para dominarla. La conozco mucho. No tengo miedo de operarla en ninguna circunstancia. Y te digo más, el que se asuste con ella no está listo para estar aquí.

"Nunca hemos tenido una avería significativa en su estructura, nada. Pero sabemos que si hay un descuido el agua corre y puede dañar al poblado de Chaparra con inundaciones; llegar a la zona de El Canal, incluso.

"Por eso, cuando la presa se está llenando se alerta a la Defensa Civil y conocemos las áreas que pueden inundarse, los barrios más afectados en cada momento. Eso está claro y delimitado. El embalse tiene una calidad técnica excelente, el cuidado está en la manera de operarlo. En la medida en la que le entre agua, hay que ir abriendo el aliviadero para que vaya hasta el río, y no se pase de los niveles normales".

Habla con una serenidad que apabulla. Y entonces le preguntamos por qué el líquido corre por el pueblo si siempre se atienden los detalles.

"El río de Chaparra no tiene capacidad para asimilar toda el agua que puede salir por el aliviadero de la presa; y entonces pasa que, a partir de los 45 metros cúbicos por segundos, el río se explaya y la zona esa de la Calle 23, en el Batey, es la primera que se los siente.

"El embalse inunda al pueblo y, para evitar eso, cuando llega a los 75 millones comenzamos a hacer los cálculos de lo que le va entrando. Gracias a eso ya sabemos cómo amanecerá al otro día, y al otro. La dejamos que suba a 106 o 107 millones en el período seco, pero enseguida le damos un bajón cuando hay algún riesgo; y en el período de lluvias la dejamos llegar a los 75 y hasta 80 millones".

Le confieso que me dijeron que se cogían las tencas en las calles de Chaparrita con la mano un día de esos en los que alivió la "Juan Sáez", para evitar males mayores. También le hablo de los carros anfibios recorriendo las calles en las madrugadas y los bolsos con detergente que una amiga compró después para quitar el musgo pegado en las paredes de la casa, a la altura de las ventanas, allá por cerca de El Canal.

Tony no le hace mucho caso a mis historias, de seguro tiene las suyas, mucho más aderezadas que las que alguien le pueda decir. En cambio, su mirada se pierde en algún punto del agua, que está cerca, en total quietud, como vigilando nuestra conversación.

"Mira, cuando el huracán Ike llovió mucho por acá, pero lo más significativo fue el viento. Cuando batía el aire eran olas lo que se levantaba delante de nosotros. Fue muy impresionante porque era como estar aquí, mi mujer, los otros técnicos y yo, frente a un mar revuelto.

"Pero la vez en la que más ha sido intenso fue cuando la tormenta tropical Noel, en el año 2004. Ahí sí que se puso brava; imagínate que alcanzó su máxima capacidad, que son 112 millones de metros cúbicos de agua. Tú mirabas así, y era gigantesco lo que veías delante de ti, y con el agua cayendo todavía. Fue tremendo".

Nos parece intimidante la vista frente a nosotros porque sabemos, incluso, que hay barrios enteros debajo de esas aguas, que quedaron allí construcciones enormes, parques infantiles, bodegas, casas de mampostería. Todo ha sido capaz de tragarlo la "Juan Sáez" mientras luce así, apacible. Y sabemos que no está ni cerca de su capacidad total.

"Cuando se llena, tiene 102 millones de metros cúbicos útiles de agua; o sea, que puede haber una seca de tres años y ella no se deplora, porque almacena un gran volumen; además, está entre los 14 embalses de Cuba que cuentan con aliviaderos de compuertas". ¡Qué maravilla!

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Tony tiene una rutina muy bien establecida. Se levanta a las 6:00 am, mide los niveles de la presa, se fija en el aliviadero, las cortinas, la sobretoma, verifica la entrega de agua y a las 8:00 am ya está listo para organizar a sus trabajadores en las labores del día. Nunca olvida que, si llueve, la jornada es más compleja, pues hay que medir cada hora el nivel del agua, incluso con capa, de madrugada, sin faltar.

Al mediodía se toma siempre un descanso y las tardes son más tranquilas. Es el tiempo de cuidar a los animales, porque tiene ovejos y puercos en las fértiles tierras aledañas; y les dedica tiempo, junto a su esposa, como cualquier familia campesina.

Toca cocinar con carbón, a pesar de los dos grupos electrógenos que tienen, porque "el grande es solo para operar el aliviadero, y el otro, más pequeño, no da para mucho más que prender alguna luz". Pero es feliz, entre otras cosas, porque se sabe útil y, aunque rara vez piensa en eso, la vida y las pertenencias de mucha gente dependen de su gestión cotidiana allí, en aquellos parajes marcados por el agua, en el que el tiempo se hace lento y el silencio llega a ser ensordecedor.

Con esa certeza nos despedimos, marcados por el gusto inmenso de haberlo conocido. Felices, además, pues, gracias a esas pequeñas fortunas que nos da la profesión, le dimos la mano a un hombre guapo y aparentemente anónimo, que salva a diario a miles mientras está anclado, sin ver la hora, al destino de una presa.

 

 

 

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