Las Tunas.- “La actitud no puede ser siempre la de gestionar crisis, se trata de atender a tiempo los riesgos”, dijo a 26 Amado Luis Palma, subdelegado de Medio Ambiente en la Delegación del Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente (Citma) de Las Tunas.
El experto asume el 17 de Junio, Día Mundial contra la Desertificación y la Sequía, como la efeméride ambiental más importante para los tuneros; porque el cartelito de que somos el territorio más seco de Cuba y el dato de que el 80 por ciento de los suelos tiene algún factor limitante para producir alimento resultan cosa seria y no van a desaparecer por arte de magia, sin que juntemos manos y obras con visiones distintas, por el bien común.
Si algo quedó claro, al menos a esta reportera, es que sigue siendo difícil acá revertir posiciones en tal sentido desde la ciencia. Las vivencias del diálogo con Palma confirmaron que el asunto no pasa de buenas experiencias que no se estandarizan a largo plazo y “a los que solo están en la academia, sentados, sin ir a la concreta”, no se les presta toda la atención posible cuando te hablan de los tipos de sequía, la necesidad de tener en cuenta las predicciones meteorológicas para la siembra de cultivos y muchos otros elementos afines.
No se trata tampoco, para nada, de que los campesinos de Las Tunas sean reacios al diálogo o pertenezcan al grupo de quienes creen saberlo todo, pero sí cuesta mucho cambiar maneras de hacer que se han estandarizado por décadas. Este hecho tampoco parece liderarse siempre con intención desde las estructuras administrativas, y deja un saldo poco amigable con el ambiente.
La media de precipitaciones de la provincia, remarcó el entendido, se ha reducido en los últimos 30 años en más de 88 milímetros; y eso no es poco, aunque -explicó- “un aguacero no hace que se recuperen los ríos y las fuentes”, hay que lograr más, todo el año, sin esperar resultados inmediatos, alistando el futuro.
Informes de las Naciones Unidas aseguran que un ser humano debe tener un mínimo de mil 200 metros cúbicos de agua al año para estar en armonía con el recurso. Y hoy los tuneros estamos al 50 por ciento de la disponibilidad que tiene el resto del país para el consumo (eso, contando con el máximo de nuestra capacidad embalsada). ¿Se imagina, lector, la desproporción?
Cuando llega la seca, todo el mundo corre. Entonces se gasta más combustible repartiendo en pipas, se rompen los ciclos de distribución del líquido en los hogares, se multiplica el trabajo y la búsqueda de soluciones es más compleja. Pero, ¿por qué pasa lo mismo cada año y nunca se protege la faja hidrorreguladora de los embalses, los ríos o la vital cuenca La Cana?
¿Sabía usted que las zonas de recarga de esta última, por ejemplo, están sembradas por cultivos permanentes de caña, con casi nula presencia de árboles?
La ciencia afirma que esas áreas deben tener bosques para que exista capacidad de infiltración. Aunque eso solo no revertirá el problema de hoy, puede ser acción que alivie en unos años; y el mañana no puede verse en un segundo plano, especialmente ante el flagelo tremendo del cambio climático.
Este panorama, bastante poco halagüeño, tampoco luce mejor en universos como la agricultura, principal actividad económica de estos lares. Cuando arranca la llamada sequía agrícola (a partir de los 20 días del último aguacero), cobran mayor peso verdades como que más del 90 por ciento de los procesos de ese tipo acá se hagan en secano (o sea, las producciones dependen de los aguaceros, no del riego). También es compleja la comida para los animales que no se garantizó mientras llovía; y fenómenos como la tecnología poco amigable para cultivar el suelo que empleamos y saliniza las aguas comienzan a cobrar factura con crudeza.
Las Tunas es la provincia con mayores volúmenes de degradación en Cuba (algo que no se limita a los suelos porque exige una visión mucho más integral), “y la gente se va del campo cuando la tierra se hace improductiva”, sentenció Palma en nuestra conversación.
Habló de muchas otras aristas de este tema. Dijo que sigue siendo práctica habitual quemar rastrojos de cosecha, lo que contamina el ambiente y que pueden ser valioso si los incorporamos como materia orgánica. Dedicó minutos a los alfareros “que están desbaratando las tierras porque vale más un ladrillo que un vaso con agua, y eso tiene un costo ambiental muy grande”. Y definió como “flojita” la ejecución del plan de enfrentamiento en el Balcón de Oriente a las indisciplinas en tal ámbito.
Una palabra, solo una, dejó a esta reportera con el sabor del aliento: reforestación. Esa parece ser la clave, el oxígeno, el soplo de la transformación. Se hace indispensable aquí reactivar ese movimiento y hacerlo bien: ser resilientes, ponerlo en función del agua, que es ponerlo al servicio de la vida, de contratacar la desertificación y la sequía, de modelar los procesos naturales (economía azul).
No es seguir tirando el sofá, se trata de cambiar, y urge comenzar pronto, de verdad.