Las Tunas.- No hubo demasiado tiempo para juegos, equivocaciones o las inseguridades típicas de la edad. Fue cosa de apartar las muñecas, empinarse y saberse con una profesión desde el noveno grado de la Secundaria Básica. Mientras los otros niños seguían resguardados por las corazas de la infancia, ella comenzó lo que sería un camino recto en la Salud Pública, con 43 años de despertar antes que las propias alarmas.
Una prima de su papá, técnica de Laboratorio, marcó ligeramente su vocación. Aunque confiesa que siempre tuvo claro que tenía que empezar a trabajar rápido, pues la suya era una familia muy humilde, de campesinos, y ella no quería seguir siendo una carga sobre las espaldas cansadas. Por el contrario, el oficio fue el trueque por la libertad, pero llegó anegado en responsabilidades más grandes que sus 14 años.
Conversar con Digna Margarita Oquendo Sánchez es una suerte de viaje a la semilla y regreso forzado a los días del presente. Al frente del servicio de Hemoterapia, ya no es la muchacha inexperta que traspasó con miedo las puertas del hospital Ernesto Guevara por primera vez; ahora es la persona que tiene sobre los hombros la premisa de encontrar sangre para quien la necesite, y asegura que es una demanda agridulce, que le mueve fibras y desvelos.
UNA PROFESIÓN, UNA VIDA
Los que la conocen saben que solo ha interrumpido su trayectoria laboral para gozar ocho meses de licencia de maternidad. La enfermera que ha criado en casa es la razón, además, de que nunca haya salido del país para cumplir misión internacionalista y la causa que le hace hablar más suave, desde los afectos, porque queda claro que en ella va toda su ternura.
"Cuarenta y tres años de trabajo es toda una vida, sobre todo, cuando una se pasa la mayoría del tiempo entre estas cuatro paredes. Hay que tener mucha fuerza para defender los espacios familiares, porque el hospital se roba los años, los momentos especiales, sin importar días festivos, fines de semana…
"Si algo he aprendido es que esta es una profesión a la que hay que entregarse; de otra manera no se realiza bien. Hay que ponerse en el lugar de los pacientes, de cada familiar que llega con los ojos rojos de dolor; si no se tiene la sensibilidad no estamos en el lugar correcto.
"Recuerdo que estaba en noveno grado cuando empecé en el Politécnico de la Salud. Allí estuve tres largos años conociendo cuestiones técnicas; a lidiar con pacientes aprendí después. Cuando terminó el año 1983 me ubicaron en el Hospital Pediátrico. Nunca me sentí cómoda trabajando con niños, era demasiado para mí, pedí el cambio y me reubicaron.
"Estudié la tecnología en Banco de Sangre, ahora estoy más ligada al servicio de transfusiones. Una empieza sin conocer la carrera, pero sí me gustó todo lo referente a las extracciones, al trabajo diario. Me gradué con 18 años de edad; tenía mis temores porque me había trazado una responsabilidad muy grande, pero siempre sentí lo importante que era lo que yo hacía.
"Desde primer año rotamos por los diferentes laboratorios de los policlínicos de la provincia. Hay que tener claro que esta profesión se aprende con la práctica, por eso es tan necesario el vínculo con la Universidad. Siempre que llega alguien joven recuerdo mi historia y mi instinto es apoyarlo, de la especialidad que sea".
DEL DÍA A DÍA
Asegura con su tono servicial que no hubiese querido otra ocupación en su vida, por más que la envuelve en sacrificio y horarios extendidos. Me cuenta que una desmotivación ronda al sector de la Salud y mucha gente decide buscar mejorías en otros lugares, algunos movidos por las urgencias económicas. Hecho que ella entiende, pero nunca se vería en otro sitio, lejos de su propia vorágine de urgencias.
"Siempre me incliné más a trabajar con pacientes enfermos, no con sanos, y fue por eso que decidí venir para el servicio de transfusiones. Hice varios cursos de Administración, en La Habana, y de Servicio de Transfusión, en el hospital Hermanos Ameijeiras. Trabajé un tiempo haciendo pruebas de VIH y hepatitis. He estado en otros escenarios donde ha hecho falta y confieso que me gusta superarme, retarme a hacer cosas nuevas".
Basta unos segundos para ver cómo es su ritmo de trabajo, las llamadas que no cesan, los nuevos pedidos… De las 12 licenciadas del servicio solo cinco se encargan de mantener el lugar vital y defienden guardias de 24 horas. Tocan a más responsabilidades y menos tiempo.
"Me corresponde rectorizar todas las transfusiones que se ponen en el hospital. Te imaginarás que cuando me marcho para la casa no me voy tranquila y no lo hago hasta darle solución a cualquier pendiente. Si surge un caso, me comunico con la directora del Banco Provincial de Sangre, para ver qué haremos con el fin de que ese paciente no se quede sin transfundirse.
"Es un panorama complejo. Hay muchos acompañantes pidiendo ayuda. Llegan aquí con el corazón en la mano y hay que ponerse en el lugar del familiar. Siempre les digo a las 'muchachitas' que hay que pensar que ese familiar es nuestro, para nosotros sentir ese amor y tratar de darle una solución.
"Muchas veces nos resulta difícil porque no hay sangre. Como yo les comento a algunos acompañantes, la sangre fluye de un brazo humano y no es cuestión de magia. Pero que sepan que vamos a hacer todo lo posible por ayudar.
"Recuerdo una anécdota que no la voy a olvidar nunca. Era el caso de una embarazada con un grupo complejo con diferentes antígenos. Toda prueba cruzada que le hacíamos daba positivo y no podíamos transfundirla. Fueron jornadas duras; hicimos diferentes pruebas y tuvimos que realizar un muestreo grande de muchas bolsas de sangre, hasta que al fin encontramos una que pudimos utilizar. Todo terminó en alegría, pero no siempre es así".
…
Digna tiene un sentido de pertenencia agudo por lo que hace; asegura que no sabría estar simplemente en su casa, aunque la vejez de su madre y el embarazo de su hija son motores muy fuertes que pondrán a prueba sus prioridades.
Con la mirada brillante narra el dolor de tener a un paciente esperando sangre, ella ha estado en las dos partes del mecanismo y ese entendimiento del dolor ajeno no tiene vuelta atrás. Por esas fibras exaltadas Digna marca su cotidianidad. Y aunque no le toca, indaga por la recuperación de los enfermos, se interesa por los detalles.
Nuestro diálogo es una vuelta de interrupciones, de gestiones desde el teléfono. Desde su sencillez extrema, no entiende el superlativo de sus demandas. Me habla de la O+, de los caprichos y la escasez de la AB-, de la necesidad de tener mínimo 20 bolsas de reserva… ¡Qué suerte que ella está ahí, en medio de la cuestión, centrada en cuidar el líquido más preciado del "Guevara"!