. Este 20 de Octubre se celebra el Día de la Cultura Cubana, y entre esos seres sin los cuales jamás podría escribirse la historia del sector aquí figura nuestra entrevistada
Las Tunas.- Conversar con ella despierta una mezcla de sensaciones. Tanta virtud envuelta en carne y hueso impresiona, pero -a la vez- la sencillez y naturalidad que emanan de su figura tranquiliza a la entrevistadora. Nurys Francisca Cantallops Borrego me recibe en la dirección de la escuela profesional de arte (EPA) El Cucalambé, centro que dirige desde hace casi cuatro décadas. El ir y venir de profesores y estudiantes es constante en el plantel, pero Mami Nurys -como la llaman- aprieta su agenda para este diálogo. Entonces, comienza la maravilla...
Hablemos de tu infancia, del ambiente que marcó los años iniciales.
Nací en Maniabón y estoy orgullosa de ello. Es un poblado muy pintoresco, con personas que amo, tanto los que están como los que se fueron. Tuve una infancia feliz. Mi abuelita Golondrina me enseñó mucho y mi abuelita Francisca, Paquita, era muy ocurrente, siempre con un refrán a flor de labios. Mis padres Carlos de Jesús y Nívea Zoila eran buenas personas. Mi familia es grande y está compuesta por seres alegres, ocurrentes y de gran corazón.
De esa época recuerdo el río del lugar. Tenía piedritas amarillas en el fondo y, cada mediodía, me bañaba bajo la mirada de mi Golondrina. Los lavaderos allí tenían nombre: el lavadero de Nona, el de Mulata Cruz... Y se parecían a sus dueñas, que llevaban bateas para esa labor. Yo hasta comía sentada en una piedra del río, con los pies en el agua. Qué felicidad.
Con Golondrina, que era maestra multigrado, recibí las primeras clases. Y aprendí rápido. Las letras se me daban con facilidad. Leía todo lo que encontraba, como una vieja Biblia que había en casa. Recuerdo especialmente Cuentos de los hermanos Grimm, colección completa que ella me regaló.
Mi papá poseía un cine-teatro llamado Armanda, como el nombre de mi tía. Allí se daba matiné infantil, tandas para adultos y hasta presentaciones de algún que otro circo. Era una alegría que me dejara subir al cuarto de proyección. Además, tenía unas bocinas grandes, una victrola de color rojo con la que ponía música en las fiestas de 15 años... Hasta las mujeres en el río lo mandaban a poner la canción ¡Ay, Jalisco, no te rajes!, porque se oía allá.
Abuela Francisca, por su parte, era ama de casa y muy dicharachera. Decía, por ejemplo: “Pal’ carajo abanico, que no hay quien sople”, frase que se ha pegado hoy en la EPA. A mi mamá, por su parte, le gustaban mucho las artes. Hacía dibujos bellos y bordaba tapetes. Era muy dulce y con una gran vocación de servicio. Escuchaba Radio Enciclopedia para lavar. Me decía Tula y nunca nos levantó las manos ni a mí ni a mis dos hermanos, Carlos y Alfredo.
También recuerdo a la ancianita María Arango, que me regalaba cerezas, a maestros que tuve como Nicolás y Nora. Repetí el quinto grado porque siempre llegaba tarde a la escuela, por entretenerme conversando con personas por el camino. Pero mi abuela Golondrina nuevamente me encaminó. Me marcó cuando intervinieron los negocios pequeños, que el cine pasó a ser de San Manuel. Son muchos recuerdos gratos de esa época. En general, fui feliz.
La pasión por la literatura signa tu carrera. Cuéntanos por qué.
En mi familia siempre fue prioridad el estudio. Mi papá quería que fuera doctora, mas era presidenta de la FEEM en el preuniversitario de Melanio y, en ese tiempo, había necesidad de maestros, particularmente, hacían falta los de Biología. Di el paso al frente, pero -en realidad- lo que deseaba era ser era periodista.
Me fui a cursar la Licenciatura en Biología en el Instituto Superior Pedagógico de Manzanillo; sin embargo, cuando empezaron a enseñarme los nombres de los frijoles en latín, me dije: “Qué yo hago aquí”. Es cuando hablo con la decana y me cambia para Español-Literatura, donde también daba latín, pero era diferente porque trataba de leyendas griegas y cosas así. En general, me fue bien, hasta ejercí de alumna ayudante. Me gradué en 1983 y desde entonces trabajé en la escuela pedagógica José (Pepito) Tey, de Las Tunas, hasta 1988.
Primero fui profesora guía, atendí a estudiantes de otras naciones y luego me desempeñé como subdirectora de la actividad extensionista.
Amo la literatura. No tengo preferencia por algún género, siempre que me conmueva. Un buen libro hace crecer por dentro y, como dice una compañera mía, el que lee nunca está solo. Me gusta La guerra y la paz, de Tolstói, El viejo y el mar, de Hemingway, la obra de García Márquez y Carpentier, entre otros.
Cuando eres profesor de Literatura, debes acercar el texto a los estudiantes. Además, esta es una asignatura que siempre me acompaña. Antes de empezar cada consejo de dirección en la EPA busco un cuento, una fábula, un poema..., algo que incentive. Después, pasamos al chequeo de acuerdos.
He escuchado que escribes. Háblanos de esa faceta.
En el suplemento El Huracán y la Palma, gracias a Maikel Martínez, publiqué cuentos basados en personajes de Maniabón. Uno se llama Ana, otro Amarillo y está el que se basa en vivencias de María Arango. También salió el relato Las perlas preciosas de Dios, inspirado en algo que me dijo mi Golondrina.
No tuviste hijos biológicos, pero -de cierta manera- la vida te ha premiado con muchos retoños...
Cuando tenía 26 años presenté una situación de salud, a raíz de la cual se vieron comprometidas mis trompas y no pude tener hijos. Pasé una etapa difícil, donde ponía encaje negro a todo, pues sentía que me faltaba algo. Pero la vida se encargó de poner a los niños de la EPA en mi camino. Un día, una pequeña comenzó a decirme Mami Nurys, a los otros se les pegó y así quedé. Gracias a ello he vivido experiencias hermosas, como que algún alumno corra a abrazarme con los brazos abiertos. Ellos me aman mucho y yo soy feliz.
Siempre recuerdo la frase martiana: “El amor es el lazo de los hombres, el modo de enseñar y el centro del mundo”. Eso intento hacer. Además, he criado desde los 3 años a un niño maravilloso llamado Rubén, que ha estudiado en nuestra escuela violín y oboe. Él es otro de mis orgullos, pues impulsa en el centro la Orquesta Sinfónica Juvenil y la de cámara, del Nivel Medio.
¿Cómo llegas exactamente a la EPA y cuánto ha marcado tu vida?
Desde que trabajaba en la “Pepito Tey” me vinculé con las artes. Teníamos grupos de teatro, una agrupación musical, estuve cerca de los instructores... Por ello, al ver esa inclinación y los buenos resultados, me propusieron dirigir la EPA, y yo de atrevida dije que sí. Llegué a esta institución en 1988.
Este centro es mi vida. Aunque estoy en edad de jubilación, no me siento preparada para dejarlo. No pretendo jubilarme inmediatamente, mas sí preparo posibles relevos, pues no soy dueña de nada y es necesario que otro asuma la dirección en su momento. Sin embargo, no me imagino la vida sin la escuela.
¿Qué es educar?
Una tarea compleja y diaria. Siempre he tratado de inculcarles a los docentes la mejor manera de educar, y es desde el amor, el respeto, la ética, la superación... No es ser permisivos, pero tampoco gritar ni golpear.
En la Enseñanza Artística, especialmente, hay que doblar esfuerzos. Mantener la EPA puede ser un juego de ajedrez, pues se trata de artistas que a veces reciben otras opciones de superación o contratos de trabajo en diferentes naciones. No podemos ir contra eso. Pero hay que buscar alternativas para mantener la calidad porque, si no somos cantera, cómo podría sostenerse -por ejemplo- una orquesta de cámara o una sinfónica en la provincia. Aquí, con un profesor de Santiago de Cuba enseñamos fagot, y no es un caso aislado.
Este curso cómo marcha...
Avanzan los procesos artísticos y pedagógicos. El claustro está completo. Hay especializaciones que muestran mayor fortaleza que otras. Algo positivo es que abrimos este año la enseñanza del contrabajo en el Nivel Medio Profesional, lo que permitirá consolidar agrupaciones tuneras, tanto de música popular como de concierto. Hay que seguir fortaleciendo el violín, el chelo...
Además, se abrió en el área del instructor-profesor la especialidad de Artes Visuales, algo que va más allá de cuadros y esculturas, pues incluye cine, edificaciones... Ellos, ya graduados, trabajarán en casas de cultura, comunidades, escuelas...
También está el proceso de inversiones que ha beneficiado la escuela, pues se han reparado baños, albergues y cocina-comedor. Pero tenemos pendiente el teatro, que es vital, pues nada más existen tres tabloncillos pequeños aquí y no son suficientes. Por ello, este año no captamos instructores de arte de danza.
Finalmente, qué significa la cultura cubana para Nurys.
Es la gracia y la solidaridad de nuestro pueblo. Es música, danza, el modo en el que hemos hecho la historia. Es Céspedes, Martí, Fidel... Tiene que ver con los sentimientos, la forma de hablar y comportarse, las ganas de aprender... Tenemos un país hermoso y mucha gente linda, pero podemos lograr más. “La cubanidad -como dijo Fernando Ortiz- es una condición del alma”.
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Una edición completa no alcanzaría para hablar con esta señora, cátedra y ejemplo en Las Tunas y toda Cuba. Imposible mencionar a cada profesor y estudiante nombrado en este diálogo, pero esos 305 alumnos y 185 docentes que acoge hoy la escuela de arte local, como todos aquellos que por allí han pasado, se resumen en su sonrisa y en cada palabra enamorada de una profesión que la eligió a ella, porque sabía que así sería más útil la nieta de Paquita y Golondrina.