Las Tunas.- Se escuchan los tambores. Repiquetean orgullosos los ancestros. Petit Dancé celebra su centenario. La gagá mayor está en su trono. Junto a ella, a la inolvidable Titina, figura Marina Eliat Sandy Nagot (su madre) y Julián Hilmo Lansé (su padre), quienes vinieron desde Haití para cultivar una familia y, de paso, toda una tradición.
El nacimiento en 1925 del hijo Antonio en Meriño, batey perteneciente al central Manatí (donde se asentaron), marcaría el inicio de la cofradía, llamada entonces “La Fle” (La Flor), cuna de creencias y folclor. Al morir Marina, Silvia Hilmo (Titina) siguió sus pasos como líder y, tan vehemente, que le confesó a María del Rosario Quintana Matos, instructora de danza de la casa de la cultura Tomasa Varona, cercana a su labor: “Lo único que quiero es que nunca se desintegre el grupo”.
Hoy Martha, una de las hijas de Titina, lidera el colectivo y no puede evitar la emoción al recordar: “Ella quería ir a Haití a conocer a su familia, pero no lo logró. Al morir, cerramos la puerta del altar por un año y un día. Cuando abrimos nuevamente, me reclamaron al frente”. Por su parte, Galina Boloy Martínez afirma: “Mi abuela siempre nos pidió que esta tradición no se perdiera, y así ha sido. Desde niña crecí con la música y decoración características, con el color de los pañuelos y la forma de realizar las ceremonias, de acuerdo con sus significados. Hemos tratado de mantener las cosas igual a lo que nos inculcó”.
Asimismo, habla de las festividades que mantienen en el tiempo como la Fiesta del Vudú y la del Gagá. En tanto, su hermano Alexis comenta sobre los instrumentos, que repara cuando hace falta, y explica que la mayoría los construyen ellos mismos. Así, el bassin, los tambores, el caolín, el catá, el pito y otros, se suman al convite, y hasta al azadón o a algún caracol marino les sacan música. “Desde pequeño me vinculé a la percusión, de manera innata; aprendí escuchando y observando, especialmente de Venancio, un señor del barrio México. Por ese camino, aprendí todos los toques, empezando por el vudú. Petit Dancé es nuestra vida”, asegura él.
Luisa Sánchez Boloy, ya de la tercera generación, con lágrimas en los ojos se confiesa orgullosa de la prole. “Llevo en el grupo desde niña. La muerte de nuestra Titina fue un golpe para nosotros. Recuerdo que un año después de eso tuvimos que participar en el Festival del Caribe y tuvimos que ser fuertes; ella no estaba.
“Siempre insistió en que aprendiéramos el idioma; supiéramos tocar, bailar, hacer todas las cosas. Yo pude cumplir casi todas porque soy bailarina del grupo, sé tocar casi todos los instrumentos, así como cantar, rezar, hablar el idioma”.
Luisa también comenta sobre esas delicias culinarias que forman parte de su idiosincrasia, platos al estilo del tomtom y el calalú, o dulces realizados a base de maíz, boniato, coco… “Además, se matan animales según el santo que se celebre. Palo de Monte come cada cuatro años, para él matamos un puerco grande, y no se le echan especias raras en el proceso, la forma de condimentar tiene sus requisitos”, añade ella, cuya hija Amaia, con solo 5 años de edad, ya canta, baila y toca tambor.
Gladys Anderson Díaz, metodóloga de Patrimonio Cultural Inmaterial en el municipio, reconoce el respeto que le tienen a Petit Dancé en la Casa del Caribe, de cuyo festival son invitados permanentes. Y es que el arraigo que emana de este grupo portador de la cultura franco-haitiana rebasa nuestras fronteras para recordarnos que, en esencia, somos identidad.
María del Rosario Quintana, con más de medio siglo vinculada a la cultura, reafirma: “Ellos no van a perder sus costumbres, las mismas de sus ancestros. Y eso lo vemos en su casa, pero también en sus bailes, ceremonias, fechas… además, enriquecen el repertorio de la danza cubana, pues mantienen su pureza y sienten lo que hacen”.
Petit Dancé, que significa pequeña danza, adquirió ese nombre en 1977, bajo la batuta de Titina. El amor, el trabajo y otras inspiraciones cotidianas matizan sus cantos y bailes, llevándolos por un camino repleto de reconocimientos como el Premio Nacional de Cultura Comunitaria, la réplica de la pluma de Juan Cristóbal Nápoles Fajardo (El Cucalambé), entre muchos otros.
Por estos días, un abrazo folclórico y multifactorial les agasaja desde diversos escenarios durante una jornada de homenaje por su centenario. Espacios teóricos, presentaciones artísticas, exposiciones, actividades comunitarias y otras iniciativas se suman al tributo, en el que participan elencos de otras provincias como el grupo portador Bonito Patuá y la agrupación vocal Desandann, ambos de Camagüey.
Así, en medio de diferentes acciones, entre cartas, rosarios, pitos y otros accesorios, bebemos culturalmente de esos rituales de Petit Dancé, cuyos colores, sonoridades y matices, en general, reflejan parte esencial de nuestra cubanía. La ferviente vehemencia con que sus hijos defienden la identidad de su estirpe, es un abrazo atemporal a los ancestros. Por eso, no extraña que, al preguntarles, si los tuvieran de frente unos segundos, qué dirían, respondan a coro: “gracias, gracias, gracias”.