Las Tunas.- Wilber Antonio Díaz nació en San Joaquín y nunca, mientras fue niño, pensó que la vida lo llevaría al mundo artístico. Recuerda ahora a su abuelo y las tantas veces en que lo acompañó durante las duras faenas del campo; el gran “doctorado” en la existencia de aquel viejo entrañable, al que mucho ha querido.
Quizás por allí ronden, por esos amaneceres de guardarraya, los primeros atisbos de lo que vendría. Porque eran horas en silencio, monotonía, trabajando la tierra; y el niño se fue despertando a los sueños, y pasaba ratos y ratos imaginando otros mundos, otro hacer.
Pero la vida posee sus caprichos y él asegura que uno de esos, y el azar, lo pusieron un día en el entorno de los aficionados acompañando a un amigo, hasta que se descubrió haciendo teatro como principiante en un andar que ya no tiene retorno.
Wilber acaba de ser reconocido como Artista de Mérito de la Radio cubana; es director de programas, miembro del Tribunal Nacional de la Radio y presidente del Consejo Artístico de la provincia. Descansa poco, quisiera más tiempo libre para jugar con Kevin, su hijo; pero se sabe enamorado desde hace 25 años ya del trabajo profesional en un medio apasionante, que roba noches y madrugadas y exige hasta el delirio cuando lo quieres bien.
A nada de esto se llega en un día. Su nombre está en los inicios de los dramatizados en la emisora, junto a Armando Soler (Cholito), Manuel Antonio Narbona, Juan Manuel Maestre, Leonel José Pérez Peña y otros que fueron creciendo mientras aprendían, entre bandazos. También fue de los primeros en integrarse al equipo que inició la Televisión en Las Tunas y es egresado de la Universidad de las Artes (ISA).
Ama el trabajo “fuerte y gustoso” que te crece la vida entre micrófonos y consolas de sonido. Ha hecho seriados, cuentos, escribe guiones, presta su voz a personajes diversos y no se cansa, anda siempre tras la perfección. “El sacrificio por la Radio no tiene manera de describirse, es algo diario y atrapa; ese es el gran valor de los radialistas, la constancia y el sacrificio, en todo sentido”, asegura.
“Hoy el principal problema de las realizaciones radiales en Cuba es que se hacen sin tiempo; la vorágine de la labor te agobia y no da espacio para casi nada. Trato de resolverlo siendo exigente con las pruebas de mesa, dedicando horas a la posproducción, aportando sólidas investigaciones; porque todo es eso, un gran laboratorio”.
A este muchacho, la pasión le desborda la mirada. Y el que lo ha visto defendiendo un minuto al aire, acompañando a un creador en problemas e inventando fórmulas en los momentos más duros de la Covid-19, cuando la movilidad era casi nula en la ciudad, para mantener sus espacios al aire, activos, entiende el valor de cada uno de sus lauros.
Bienvenido sea, entonces, este reconocimiento en el camino; una loa que siempre comparte ardores con los suyos. Gente buena y a veces anónima que, desde esa cajita mágica que ya va rumbo a sus 100 años en Cuba, hace la maravilla.