El 16 de agosto de 1925, bajo la iniciativa de Carlos Baliño, experimentado combatiente, acompañante de José Martí en la creación del Partido Revolucionario Cubano en 1892, y del joven líder universitario Julio Antonio Mella, se fundó en La Habana el Primer Partido Comunista de Cuba, organización que ya por entonces resultaba ineludible como vertiente de peso del patriotismo nacional.
Por supuesto que ambos líderes, muy connotados en la clase obrera el primero y en el pujante movimiento estudiantil el segundo, no ocultaron la orientación marxista de la entidad política desde el principio.
Asimismo, su nacimiento fue muy importante para establecer la intención de unidad ideológica y patriótica en sectores tan decisivos de la sociedad, en un país que necesitaba de cambios sociales urgentes, además de proyectarse por alcanzar definitivamente la soberanía.
El nuevo partido se proponía servir a esos propósitos utilizando métodos movilizativos con los que ya habían ganado experiencia de lucha los sindicatos y el movimiento obrero, a la luz del marxismo y las ideas de justicia del primer partido comunista de izquierda, pujantes ya por entonces.
Muchos historiadores han resaltado que a partir de la década de los años 20 se produjo un renacer de la conciencia patriótica nacional y en los 30 el combate revolucionario sacudió los cimientos de la nación.
Pero la causa debió esperar largo tiempo para lograr los resultados anhelados por su accionar.
No obstante, se le valora como el antecesor más honroso del actual Partido Comunista de Cuba, fundado en 1965 después del Triunfo de la Revolución, con el Comandante en Jefe Fidel Castro a la cabeza.
Volviendo a 1925, en la Isla existían las llamadas Agrupaciones Comunistas que abonaron el camino para la organización creada por Baliño y Mella cristalizada aquel histórico 16 de agosto, de la cual José Miguel Pérez fue nombrado como secretario general: un maestro comunista de origen canario, residente en la capital.
Contaba con representantes de San Antonio de los Baños y de Manzanillo, donde había un notorio foco revolucionario; al no tener fondos para el viaje, contaron con la representación de Julio Antonio Mella y otro dirigente sindical para expresar su anuencia.
Bajo la persecución divulgaron las doctrinas del marxismo-leninismo entre su membrecía, con las reducidas posibilidades que imponía la dictadura del tirano Gerardo Machado. También el ideario martiano recobró vida. Julio Antonio Mella lo hizo con Glosas al pensamiento de José Martí (1926). Y en ello profundizaron más adelante otros patriotas sobresalientes en esa vertiente: Blas Roca, Juan Marinello y Carlos Rafael Rodríguez.
El Partido se afilió a la Tercera Internacional, fundada por Vladimir Ilich Lenin, y sus integrantes tuvieron la posibilidad de desplegar un serio programa por las reivindicaciones de obreros y campesinos, especialmente activos en los sindicatos.
No dejaron de la mano el combate por los derechos de la mujer y la juventud; como era de esperar, Machado persiguió con saña a los comunistas y sus crímenes se hicieron famosos, aumentaban en número y monstruosidad.
Pronto el Partido tuvo que trabajar de manera clandestina. Tras la deportación de sus principales dirigentes y el vil asesinato de Julio Antonio Mella en México, 1929, por órdenes del tirano Machado, la militancia se sostuvo a sangre y fuego.
Con el paso del tiempo vinieron los años de otro líder inolvidable, Rubén Martínez Villena, quien sin ostentar el cargo de secretario general ejerció una acción señera en su dirección y en el movimiento obrero cubano.
Baliño había muerto por causas naturales el mismo año del asesinato de Mella.
A fines de los años 20, tanto el Partido como la Confederación Nacional Obrera de Cuba tuvieron un rol decisivo en el enfrentamiento al tirano, quien era apoyado por el injerencismo de Estados Unidos, en sus intentos de perpetuarse en el poder mediante la reforma constitucional. Crecía la represión, pero también la movilización de obreros y el pueblo.
Pero no fue hasta el 12 de agosto de 1933 cuando la potencia de la movilización revolucionaria logró el derrocamiento del dictador mediante una marejada de huelgas. Este triunfo circunstancial no tuvo la repercusión esperada por razones que no vienen al caso ver en estos momentos. No obstante, sirvió para aquilatar el esfuerzo titánico de sus protagonistas en su afán por la redención y conquistas de los derechos de los cubanos.
El Primer Partido Comunista de Cuba debió transmutarse de alguna manera en las filas del Partido Socialista Popular en los años que antecedieron al Triunfo de la Revolución, y por razones de táctica y estrategia durante la dictadura de Fulgencio Batista, otro gobernante asesino, émulo de Machado en actos salvajes de represión.
Resurgió con nuevos bríos tiempo después, al triunfar la Revolución, como expresión de combate y unidad del pueblo cubano en defensa de la libertad, la soberanía, la justicia social y el internacionalismo.